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El gran error estratégico de Cameron

Londres rechazó incluir la opción de mayor autonomía en la consulta

Salmond (izquierda) y Cameron firman el acuerdo para celebrar el referéndum, el 15 de octubre de 2012.
Salmond (izquierda) y Cameron firman el acuerdo para celebrar el referéndum, el 15 de octubre de 2012. AP

El primer ministro británico, David Cameron, podría haber salido muy debilitado de todo el proceso refrendario escocés. No porque aceptara la convocatoria de la consulta, sino por las facilidades que le dio a Alex Salmond para convocarla a su medida y, sobre todo, por cometer el error estratégico de suprimir la opción que quería introducir el propio Salmond de que los votantes pudieran apostar por mayor autonomía como alternativa a la independencia.

Que se haya celebrado el referéndum se considera algo lógico desde el momento en que su convocatoria tenía el respaldo del Parlamento escocés. Sin embargo, Cameron tenía mucho margen para haber impuesto sus condiciones. A fin de cuentas, era la primera vez en la historia que el independentista Partido Nacional Escocés (SNP) conseguía la mayoría absoluta que necesitaba para que el Parlamento escocés apoyara la convocatoria. Y no solo era la primera vez, sino que se apoyaba en una mayoría muy corta lograda en condiciones excepcionales de debilidad de los tres grandes partidos británicos.

A Cameron le reprochan incluso los suyos que actuara con tal celeridad que casi sorprendió al propio Salmond, que en aquel momento aún no estaba seguro de que el referéndum llegaría a celebrarse y, sobre todo, que no parecía confiar en que pudiera ganarlo. Eso es lo que llevó al líder independentista a plantear una consulta con tres alternativas: mantener el statu quo, la independencia o bien la máxima autonomía posible.

Para sorpresa de muchos, la respuesta de Cameron fue suprimir la alternativa de más autonomía. Alex Salmond fue uno de los más sorprendidos. Él había dibujado un escenario en el que siempre ganaba: con tres preguntas, o ganaba la independencia o ganaba la autonomía, pero era imposible que los escoceses eligieran seguir dentro de Reino Unido sin ampliar los poderes del Parlamento de Holyrood. Y nadie le podía acusar de poner a los votantes entre la espada y la pared.

Ese papel se lo arrogó David Cameron por iniciativa propia. El primer ministro explicó entonces que lo hacía para que el referéndum tuviera un resultado claro y nítido, y que para eso la gente tenía que elegir entre todo o nada. Sus críticos sostienen que eso lo hizo porque es sobre todo un político que se mueve en el corto plazo, nunca en la larga distancia. Es un táctico, no un estratega.

Esos mismos críticos sostienen que entonces estaba convencido de que la opción unionista ganaría con claridad y el problema escocés quedaría enterrado por muchos años. "Podía elegir", declaró hace unos días Cameron al diario The Times. "O decía 'sí, puedes tener el referéndum y esta es la forma de que sea legal, concluyente y justo', o podía haber enterrado la cabeza bajo la arena y decir 'no, no puedes tener un referéndum'. Y creo que la independencia estaría hoy mucho más cerca si hubiera hecho eso que teniendo un referéndum apropiado, legal, justo y concluyente", explicó. Y aseguró que, para negociar más autonomía, los escoceses tenían que decidir primero si querían seguir dentro de Reino Unido.

Alex Salmond dejó muy claro días antes de la votación que, aunque buscaba una victoria amplia, le bastaba con ganar por un voto. Otros creen que no se puede cambiar de forma tan radical la naturaleza constitucional de un país cuando la mitad de la población apoya una opción y la otra mitad se opone.

Pero los conservadores tenían un mal precedente para imponer condiciones adicionales. En el referéndum de autonomía de 1979, Margaret Thatcher exigió que, para que la propuesta fuera aprobada, tenía que tener al menos el apoyo de un 40% del censo electoral, y no solo de quienes acudieran a votar. La propuesta recibió el apoyo de un 51,6% de los votantes, pero, con una participación del 64%, esos votantes representaban solo al 32,9% de los electores, por lo que fue rechazada.

Con la fiebre despertada ahora por el referéndum de independencia, la fórmula de Thatcher no hubiera funcionado. Y podía incluso haber sido contraproducente y alentar el voto independentista.

Había otras alternativas, como imponer una mayoría reforzada: que la independencia obtuviera un determinado margen de apoyo para ser aprobada. Pero eso se habría visto como una trampa, una forma de celebrar la consulta pero negar el resultado por anticipado.

Podía haber compensado eso con el compromiso de que si ganaba la independencia pero no por una mayoría suficiente, habría un segundo referéndum en la siguiente legislatura. Pero el primer ministro nunca pensó que esas cautelas fueran necesarias. Siempre pensó que ganaría por goleada.

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