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Columna
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La dulce tiranía de los colores

Los partidos y las ideologías tienen color y por defender uno u otro se puede hasta matar y morir

Juan Arias

“No tiene color”, se dice de lo insustancial. El color evoca la vida. A la muerte la teñimos de negro. Los colores entrañan una cierta dulzura alegre, pero pueden también tiranizar. No todo en la vida puede ser medido por las vibraciones de lo cromático.

¿De qué color es la confianza en el futuro? ¿Y el desaliento?

¿Tienen color los deseos? ¿Y la amistad? ¿De qué color es el cinismo? La soledad, ¿tiene color? ¿De qué tonos está pintada la sonrisa de un niño? ¿Y la fe?

Los partidos y las ideologías tienen color y por defender un color u otro se puede hasta matar y morir. Vimos, por ejemplo, en las elecciones brasileñas, enfrentarse las banderas rojas del Partido de los Trabajadores a favor de su candidata Dilma Rousseff y el azul del PSDB de Aécio Neves. Rojo y azul acabaron quebrando amistades y enfrentando familias. Ambos acabaron teñidos de violencia.

Los colores pueden llevar en su seno el germen de la libertad o el de la esclavitud. Se puede ser esclavo de los colores de una bandera o de un uniforme, u hombres libres para quienes no existen más colores ni ideologías que la búsqueda del bien común. ¿De qué color es la libertad?

La física nos enseña que el blanco es la suma de todos los colores. Sería el color de la plenitud. El negro, considerado el color de la pérdida o del luto, es la ausencia de color, pero no porque carezca de él sino porque los absorbe todos. Al igual que el blanco, también el negro posee, aunque ocultos, todos los tonos cromáticos. ¿No podría ser el color de la discreción y de la elegancia?

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En política, se asocia el negro a la extrema derecha, a los movimientos violentos o nazis, como el rojo se confunde con la sangre derramada en la lucha contra la miseria y la opresión. El rojo sería el color de la izquierda y de las luchas a favor de la liberación de los oprimidos.

Y sin embargo el rojo, que Aristóteles asemejaba al fuego, fue también el estandarte de millones de muertos en las dictaduras comunistas en todo el mundo.

El verde es la bandera de los ecologistas que evoca la defensa de la naturaleza, pero sólo una pequeñísima parte del Planeta es verde. El resto es azul o color tierra. El mar y el firmamento son azules.

Los colores son convencionales, son neutros por más que la psicología haya querido asociarlos a los sentimientos. ¿De qué color es el sexo o la generosidad?

¿Vale la pena poner en juego nuestra vida por la fidelidad a un color? Al final de cuentas, nadie, cuando siente o piensa, es de un solo color. Somos todos de muchos colores, quizás de todos. A veces somos de un color al levantarnos y de otro en el trabajo o en la calle. Lo somos cuando tomamos el café con un amigo o cuando tenemos que soportar las impertinencias de un jefe frustrado.

Los psiquiatras dicen que los que sufren trastornos mentales son los que más capacidad tienen de convivir con todos los colores. Los que nos consideramos normales somos muchas veces esclavos de un solo color, de una sola idea, como si las cosas, la vida o la política se pudiera encuadrar en una sola tonalidad.

Todos somos dueños y esclavos de muchas y diferentes ideas a la vez, incluso contradictorias. ¿No hay gente de izquierdas que son progresistas en lo social y conservadores en costumbres, y al revés, gente conservadora en economía y progresista y moderna en otros campos?

Nuestro pequeño planeta sería mejor y más feliz si fuésemos capaces de aceptar que no existen verdades ni credos absolutos; que además del blanco y del negro o del rojo y el azul o el verde existen muchas otras realidades complejas que deberían armonizarse y mezclarse como los colores en un calidoscopio.

Existirían menos guerras, menos sangre, si fuésemos capaces de admitir que todos somos, cuando nacemos y cuando nos vamos de aquí, un pequeño arcoíris en el que se reflejan todas las esperanzas y dolores del mundo.

Aferrarnos a un solo color, a una sola idea, a un solo pensamiento, es abrir la puerta a los autoritarismos. Y esos pueden hasta tener un color diferente, como los fascismos, pero desembocan al final en uno solo: el de la intransigencia y el absolutismo, incapaces ambos de aceptar la luminosa complejidad libertadora del arco iris.

Colores de Brasil

El 80% de los países del mundo, incluidos los de América Latina, destacan el color rojo en sus banderas. Brasil, no. Sus colores son: amarillo, azul, verde y blanco.

¿Significa eso algo? Quizás, no, o quizás, sí. Su himno es de los menos belicosos de los que conozco. Brasil hace 144 años que no guerrea contra otro país.

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