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El ‘crash’ del ladrillo retumba en el Este

Rumania apostó gran parte de su desarrollo económico al auge del mercado inmobiliario tras una larga transición. Ahora trata de reponerse del estallido de la burbuja

María R. Sahuquillo
Carteles electorales del actual ministro, Victor Ponta, y su rival a las presidenciales, Klaus Ioannis, en un edificio de Bucarest.
Carteles electorales del actual ministro, Victor Ponta, y su rival a las presidenciales, Klaus Ioannis, en un edificio de Bucarest.Daniel Mihailescu (AFP)

Iba a ser inmenso. Imponente. Un edificio regio, con columnas de piedra y altas ventanas. Se dice que blanco, por supuesto, como casi todo lo que se diseñó en la época de Nicolae Ceaucescu. Pero el que debía ser el Instituto Elena Ceaucescu, en honor a la esposa y número dos del dictador comunista que Gobernó Rumania durante 24 años, nunca llegó a construirse. El solar donde iba a erigirse la institución educativa de la primera científica de Rumania --como gustaba hacerse llamar la mujer--, está vacío. A unos minutos del río Dambobita y de Piata Uniri, en una atractiva zona de Bucarest, el enorme terreno espera desde hace 25 años la piqueta. Las obras tenían que haber empezado el invierno de 1989. Pero los escombros del derribo del Muro de Berlín, y las revoluciones que dinamitarían la mayoría de las dictaduras de Europa del Este aquel otoño, alcanzaron la capital rumana antes de que se pusiera la primera piedra. Y no hubo tiempo para otro proyecto faraónico del megalómano dictador.

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Nicolae y Elena Ceaucescu fueron juzgados por un improvisado tribunal militar y ajusticiados el día de Navidad de 1989. Y desde ese día el solar está abandonado. Camil Ionesco, de 66 años, propietario de un pequeño kiosco cercano en el que vende desde galletas y refrescos hasta sobrecitos de champú, cuenta que ni siquiera en la época de las vacas gordas, cuando decenas de constructoras desembarcaron en el país para aprovechar el boom inmobiliario que despertó la entrada de Rumania en la Unión Europea, en 2007, llegaron las grúas. “Este sitio es como un símbolo de todo lo que se fue. Construir aquí daría mala suerte. Nadie querría vivir ni trabajar en este lugar. Al menos yo no”, remarca el hombre, atusándose el pelo ralo y canoso.

Hoy, el solar de Elena Ceaucescu es como una cicatriz en el suelo gris de Bucarest. Pero aunque quizá sea la más antigua, no es la única. En los años previos a la entrada de Rumania en la UE, el país se veía como un lugar jugoso para la inversión, sobre todo extranjera. Así se vendía en numerosos folletos de las cámaras de comercio. Había terrenos baratos, mano de obra con salarios menores a los de otros países europeos, y muchas oportunidades en un país que iniciaba su desarrollo con la ayuda de las instituciones comunitarias. “Empresas italianas y alemanas iniciaron proyectos agrícolas e industriales en Rumania. También llegaron inmobiliarias y promotoras francesas o españolas con proyectos de todo tipo: sobre todo edificios residenciales”, explica el analista económico Matei Petre.

Nicolae Ceaucescu
El 22 de diciembre de 1989 cientos de personas protestaron contra Nicolae Ceaucescu en uno de sus mítines. El dictador huyó.Radu Sigheti

Rumania (22 millones de habitantes) era un mercado en expansión frente al agotamiento de otros países de la UE. Hoy es, tras Bulgaria, el segundo miembro comunitario más pobre, pero entonces su economía crecía a ritmo de casi un 8% anual. Y con previsión de subir más, apunta Petre en su despacho del centro de Bucarest. Los rumanos, tras años embarcados en la larga y lenta transición que llegó tras el derrumbe de la dictadura comunista, empezaban a divisar un horizonte más espléndido. En 2008, se terminaron de construir más de 67.300 edificios en el país, según el Instituto Nacional de Estadística rumano. Unos datos muy superiores a las de los años previos a la entrada de Rumania en el club comunitario, cuando las mejores cifras apenas superaban los 35.000.

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Pero la luna de miel duró poco. En 2010, la crisis alcanzó al mayor de los países balcánicos. Y la burbuja inmobiliaria, calentada por la inversión extranjera, estalló. En 2013, apenas se terminaron de construir 40.000 edificios. El de la calle Prisaca Dornei no es uno de ellos. Su esqueleto espera a los obreros desde hace cuatro años. Bogdam, de 27 años, y sus amigos beben unas cervezas, sentados en unas cuantas sillas plegables, justo delante. “Al principio, la construcción avanzaba muy rápido. Un día paró, sin más”, dice el joven.

Están en un buen barrio. Tiene metro, está al lado de un bonito parque y una iglesia nueva; cerca de varios colegios. Es el único edificio abandonado en la zona –aunque en otras ciudades, como Bucau o Constanta, hay otros en una situación similar--, pero no el único atrapado por la crisis. En la comunidad donde vive la rubia y espigada Alina Munteanu, por ejemplo, hay aún numerosos apartamentos vacíos. “Nadie tiene dinero para comprar, y si lo tienen esperan a que los precios bajen más”, dice molesta. Está contrariada y con razón. Desde 2008 el metro cuadrado en Bucarest ha pasado de costar 2.000 euros a 1.000, de media; y el apartamento que compró Munteanu en pleno ‘boom’ ya no vale los 75.000 euros que pagó. “Y en cambio nuestro sueldo es menor”, apostilla.

Con la entrada del país en la UE llegaron inversores extranjeros en busca de oportunidades

Munteanu trabaja para la administración. Su salario es uno de los que menguó con las draconianas medidas de austeridad emprendidas por el Gobierno de Victor Ponta --candidato ahora a la presidencia del país--, tras el colapso de los mercados. Si puede seguir pagando el piso, dice, es porque su marido, consultor, gana algo más. “Dónde iría yo, si no, con menos de 300 euros al mes”, dice. En Rumania, el salario medio es similar a lo que cobra Munteanu; el mínimo apenas sube de los 150 euros mensuales, y un profesional liberal no suele pasar de los 500. Mientras, la tasa de desempleo no es muy elevada: entorno al 8%, frente al 24% de España, apunta el economista Petre.

El sueño de una Rumania espléndida atrajo a algunos hijos de la diáspora. Eugen Tibi, que volvió a Bucarest desde España para trabajar en la construcción, es uno de ellos. Este hombre de 48 años, alto y fuerte, había sido instalador electricista durante una década en la zona del corredor del Henares (al este de Madrid), y en 2006 encontró un buen trabajo con una promotora de la capital rumana. “Se ganaba bien. Unos 1.000 euros al mes si eras un buen profesional, con experiencia”, cuenta. Pero su trabajo fue uno de los que se evaporó con la crisis. Ahora, Tibi trabaja en un taller mecánico. Invirtió lo que había ahorrado en reciclarse hacia el sector del automóvil, menos tocado por la recesión.

Pero los coches le gustan menos. Rumania empieza a remontar y Tibi degusta la idea de recuperar su empleo. El mercado inmobiliario --un buen termómetro en este caso-- muestra signos de estabilización. Los programas de reducción de impuestos y de créditos para fomentar la compra de la primera vivienda, que puso en marcha el Ejecutivo de Ponta, empiezan a dar resultados. Aunque los signos se ven, sobre todo, en la capital, apunta el periodista especializado en mercado inmobiliario Cristi Moga. En Bucarest, los permisos de construcción aumentaron un 35% este año y la finalización de obras un 50%. Pese a todo, tanto el instalador electricista como los jóvenes que beben cerveza frente al edificio varado de Prisaca Dornei, creen que la piqueta debería ir despacio. “Cuanto más rápido, más alta y más eufórica sea la construcción… más dura será la caída”, dice Tibi.

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Sobre la firma

María R. Sahuquillo
Es jefa de la delegación de Bruselas. Antes, en Moscú, desde donde se ocupó de Rusia, Ucrania, Bielorrusia y el resto del espacio post-soviético. Sigue pendiente de la guerra en Ucrania, que ha cubierto desde el inicio. Ha desarrollado casi toda su carrera en EL PAÍS. Además de temas internacionales está especializada en igualdad y sanidad.

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