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La nueva generación de carteles

Guerreros Unidos pertenece a una tipología de bandas ultraviolentas en México, más dedicada a la extorsión que a la droga, que sustituye a los grupos tradicionales

Jan Martínez Ahrens
Guardias comunitarios marchan por los desaparecidos de Guerrero.
Guardias comunitarios marchan por los desaparecidos de Guerrero.J.L.C. (EFE)

Compactas, ultraviolentas y con fuerte implantación territorial. La brutal guerra abierta que México libra desde hace ocho años contra los carteles de la droga ha generado una nueva tipología de organizaciones criminales. La época de los grandes capos, al estilo de El Chapo Guzmán, con redes que operaban en todo el país, capaces de arbitrar en las disputas territoriales y con conexiones privilegiadas en capitales internacionales, ha llegado a su fin y ha dado paso a una era de pequeñas bandas zonales, de estructura ligera y capaz de multiplicarse en ambientes extremadamente hostiles.

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En este universo fragmentado, sometido a presión constante por los clanes rivales y la intervención militar, estos organismos virales han dejado de lado, como principal fuente de ingreso, el negocio de la droga y, según los especialistas, se han lanzado al beneficio obtenido por la extorsión, el robo y el secuestro, tres delitos que les han deparado el dominio territorial, pero que requieren del uso constante de la violencia para su mantenimiento.

Este es el caso de los Guerreros Unidos, acusado del asesinato de los 43 estudiantes normalistas desaparecidos en Iguala. "Las nuevas bandas son más locales y depredadoras; en el caso de Guerrero el fenómeno ha alcanzado el paroxismo por la histórica debilidad institucional del territorio; nada les ha frenado y se han apoderado de poblaciones como Iguala. Guerreros Unidos es el ejemplo más claro. Son poco sofisticados, operan a nivel local y la venta de drogas internacional la hacen con intermediarios. Son hijos de la fragmentación", señala el analista de seguridad Alejandro Hope.

La organización nació de las cenizas del imperio de Arturo Beltrán Leyva, el llamado Jefe de Jefes, un antiguo aliado de El Chapo Guzmán, al que la Marina dio muerte a tiros el 16 de diciembre de 2009. Su caída dejó sin cetro un vasto territorio que abarcaba amplias franjas del Pacífico y del centro de México. El resultado fue una virulenta desmembración que dio origen a múltiples células criminales (solo en Guerrero, según fuentes de inteligencia, operan en la actualidad 10 grupos) que empezaron a disputarse el botín. Una de ellas destacó rápidamente.

Los ajustes de cuentas con otros clanes son cada vez más brutales
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Su embrión había sido una cohorte de sicarios de enorme ferocidad que Beltrán Leyva ordenó crear en 2005 para controlar Guerrero, el Estado más violento y pobre de México, y hacer frente a otros carteles. El encargo de abrir esta sucursal recayó en dos hermanos hábiles en el traslado de la droga que llegaba a Acapulco desde Colombia y Venezuela. Se llamaban Alberto y Mario Pineda Villa, y eran precisamente los hermanos de la esposa del alcalde de Iguala. Formaron un grupo denominado Los Pelones, que con el tiempo formarían la espina dorsal de Guerreros Unidos. En 2009, los Pineda Villa acabaron asesinados, supuestamente por haber intentado traicionar al Jefe de Jefes. Y cuando este, meses después, murió a manos de la Marina, el control de esta sucursal del crimen fue tomado por Cleotilde Toribio Rentería, alias El Tilde, y más tarde por un temible matón, Mario Casarrubias Salgado, alias Sapo Guapo. Bajo su mando, la banda experimentó un crecimiento acelerado. Sin escrúpulos a la hora de mutilar, torturar o asesinar, el cartel logró infiltrarse en la vida policial y política de Guerrero, donde ha extendido el pago de cuotas hasta límites nunca vistos. Su expansión ha venido acompañada de una lucha sin cuartel contra los clanes rivales, especialmente Los Rojos, a cuyo malherido líder, Crisóforo Rogelio Maldonado Jiménez, eliminó con silenciador un sicario disfrazado de médico el 14 de diciembre de 2012 en una unidad de vigilancia intensiva de Ciudad de México. Esta liquidación dio inicio a una brutal guerra que dejó, sólo en el Estado de México, más de 70 cadáveres sobre el asfalto. Este baño de sangre puso sobre aviso a las autoridades, temerosas de que la violencia llegase a la capital.

El 29 de abril pasado, Casarrubias, de 33 años, fue capturado. Como es habitual, fue sustituido con celeridad. El puesto lo ocupó su hermano Sidronio, el capo que tomando a los normalistas por integrantes de Los Rojos dio luz verde a su exterminio en "defensa del territorio". Sidronio cayó en manos de la policía hace dos semanas. A estas horas, otro sicario debe ocupar su puesto, preparando el próximo ajuste de cuentas.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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