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La abdicación del ‘rey’ Giorgio

El presidente italiano sopesa dimitir por el incumplimiento de la promesa de regeneración

Giorgio Napolitano, en un acto en el Vaticano el pasado febrero.
Giorgio Napolitano, en un acto en el Vaticano el pasado febrero.Riccardo De Luca (AP)

Giorgio Napolitano está cansado, y la culpa no solo la tienen sus 89 años. En abril de 2013, los diputados y los senadores italianos le prometieron con un largo aplauso que sí, que encontrarían los puntos de acuerdo necesarios para regenerar la política y acometer las reformas indispensables –nueva ley electoral, abolición del bicameralismo perfecto— para evitar la reproducción del lamentable espectáculo que acababan de ofrecer. Durante casi dos meses, los partidos políticos no solo no habían sido capaces de administrar el resultado de las elecciones generales, sino que tampoco encontraron un nombre de consenso para sustituir al presidente de la República. Así, huérfanos de primer ministro y de jefe del Estado, los parlamentarios pidieron al viejo estadista, un excomunista al que Barack Obama sigue llamando amigo, que permaneciera en el cargo que había ocupado los últimos siete años. Napolitano, al que en Italia se le conoce como rey Giorgio, aceptó la reelección –por primera vez en la historia republicana— y a continuación propuso a Enrico Letta como jefe de un Gobierno de consenso. No hace falta recordar que aquella solemne promesa de la política italiana duró tanto como el eco de sus aplausos.

Ahora la prensa italiana coincide en que Giorgio Napolitano, que el pasado mes de octubre sufrió una crisis de cansancio, está preparando su dimisión. Se habla de final de año como fecha posible, coincidiendo con la conclusión de la presidencia italiana de la Unión Europea (UE).

Napolitano tuvo que seguir en el cargo ante el bloqueo en 2013

El viejo político ni confirma ni desmiente. Hace unos días se le vio saliendo de una joyería de Vía Condotti, donde al parecer había comprado el regalo para el 80º cumpleaños de su esposa. Caminaba ligeramente encorvado y ayudándose de un bastón. Ni él entonces ni al día siguiente una nota oficial del Quirinal se detuvieron a comentar “las disertaciones publicadas por la prensa”.

Pero a nadie se le escapa –y así lo subrayan algunos analistas— que Giorgio Napolitano se siente defraudado por una clase política que, a pesar la grave crisis económica y del descontento creciente de los ciudadanos, hace más bien poco por cumplir su promesa de regeneración. La prueba es que aquellas dos reformas –ley electoral y Senado— indispensables para evitar la reproducción del colapso institucional sufrido en la primavera de 2013 aún están pendientes de aprobar.

A la desilusión hacia los otros habría que sumar una cierta incomodidad ante las críticas recibidas por las graves decisiones tomadas en los últimos tres años. Su figura intachable de estadista, de figura transversal en la política italiana –joven luchador antifacista, diputado comunista desde en 1953, presidente de la Cámara de Diputados, varias veces ministro— empezó a ser criticada después de que, en noviembre de 2011, ante la incapacidad de Silvio Berlusconi para seguir gobernando, impusiera al tecnócrata Mario Monti en vez de convocar elecciones.

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Las reformas de la ley electoral y del Senado aún están pendientes

A Napolitano también le tocó elegir a Enrico Letta y, poco después, certificar su caída ante el ataque de Matteo Renzi. Decisiones que le valieron críticas feroces de una parte de la política, sobre todo del Movimiento 5 Estrellas (M5S) de Beppe Grillo, que ha llegado en varias ocasiones a tachar de “golpe de Estado” algunas de las decisiones de Napolitano en pos de la estabilidad del país.

El problema es que la situación política italiana no se encuentra en una situación mucho mejor que cuando, en la primavera de 2013, aceptara seguir en el cargo. Aunque el liderazgo del centroizquierda sí parece indiscutible en la figura de Matteo Renzi, las otras dos fuerzas políticas sufren serios daños en la línea de flotación.

Silvio Berlusconi sufrió la escisión de su antiguo delfín, Angelino Alfano, y ahora apenas logra mantener juntos los trozos de una Forza Italia (FI) en declive. Y Beppe Grillo, que supo aglutinar el deseo de regeneración de una buena parte de la ciudadanía, sigue sin aprovechar de forma constructiva la fuerza de sus jóvenes diputados. Todo esto es importante porque el candidato a próximo presidente de la República debe obtener dos tercios de los votos del Parlamento y de los representantes de las regiones en las tres primeras votaciones.

El hecho de que el voto sea secreto aumenta además la posibilidad de que los llamados francotiradores –diputados que votan en contra de la línea del partido—entren en acción, como ya sucedió en 2013. Un amargo cáliz repetido que el viejo Giorgio Napolitano, al que Obama suele poner como ejemplo de “líder moral”, no quiere volver a beber.

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