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Columna
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Una Iglesia menos ‘romana’

Los cardenales (del latín cardo: quicio, bisagra) no son un cargo eclesiástico, sino una distinción honorífica. Se les conoce también como Príncipes de la Iglesia

Ha dicho Francisco que la fuerza de la Iglesia católica no está en la curia vaticana sino en el pueblo. La idea resume una parte del programa de gobierno del obispo que llegó “del fin del mundo” (así dijo de sí mismo) para asumir el pontificado en marzo de 2013. Argentino y jesuita, está cambiando el rostro de la Iglesia tradicionalmente llamada “romana” para hacerla realmente católica, es decir, universal. Es un digno heredero del navarro san Francisco Javier.

El domingo, el Papa anunció la creación de quince nuevos cardenales y solo uno pertenece al Gobierno vaticano. Otro es español. Entre los elegidos hay cinco latinoamericanos. Son el salesiano Daniel Fernando Sturla, obispo de Montevideo (Uruguay); el agustino recoleto José Luis Lacunza Maestrojuán, obispo de David (Panamá); el arzobispo Alberto Suárez Inda, prelado de Morelia (México); José de Jesús Pimiento Rodríguez, arzobispo emérito de Manizales (Colombia), y Luis Héctor Villalba, arzobispo emérito de Tucumán (Argentina).

Los cardenales (del latín cardo: quicio, bisagra) no son un cargo eclesiástico, sino una distinción honorífica. Se les conoce también como Príncipes de la Iglesia. Entre los elegidos ahora los hay ya jubilados, sin mando, distinguidos como premio a toda una vida. No hay que descartar que en el futuro Francisco haga cardenal a un laico, a un simple sacerdote (imaginen el fundador de la Teología de Liberación, el cura peruano Gustavo Gutiérrez, con el que el Papa conversa con frecuencia), e incluso a una mujer. El derecho canónico no impide ninguna de esas hipótesis.

Francisco parece asumir, además, las consecuencias de una queja cien veces proclamada: La de que Europa deja de ser cristiana a pasos agigantados. Es la secularización o, mejor dicho, el imperio del relativismo, que es ismo opuesto al totalitarismo. Benedicto XVI acuñó esta frase: “La Iglesia en Europa es una viña devastada por los jabalíes del relativismo”. En España, el cardenal Rouco, líder del episcopado durante doce años, definía ese concepto de manera aún más dramática. “España es un país de misión”, proclamó cuando empezaba este siglo. En frente, la afirmación consoladora del crecimiento constante del catolicismo en Latinoamérica, Asía y África. La consecuencia es que en febrero habrá cinco nuevos cardenales en América, tres nuevos más en Asia y en África y dos más en Oceanía.

Se trata de obispos en ejercicio, algunos en pequeñas diócesis, que están en contacto con la gente, y con gente más bien humilde y sencilla. Francisco los ha definido: prelados que “huelen a oveja”. Entre las 14 naciones de proveniencia de los purpurados, seis no tenían un cardenal o nunca lo habían tenido. Es el caso de Panamá, donde el nombramiento de Lacunza Maestrojuán ha sido recibido como un acontecimiento nacional. “Numerosas personalidades de partidos políticos, empresarios, dirigentes de la sociedad civil y ciudadanos han expresado su regocijo por la creación del primer cardenal panameño”, decía un periódico local ese día. Este agustino recoleto nació en Pamplona (España), pero adquirió la nacionalidad panameña en los años 80 del siglo pasado.

Respecto a José de Jesús Pimiento Rodríguez, mítico arzobispo emérito de Manizales (en la Colombia profunda), y Luis Héctor Villaba, arzobispo emérito de Tucumán, ha sido el Papa quien justificó su presencia en la lista. “Uniré a los miembros del Colegio de Cardenales a arzobispos y obispos eméritos que se han destacado por su caridad pastoral”, dijo en su homilía del domingo pasado.

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