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“La violencia no ha terminado”

Francia ha cambiado, sostienen numerosos ciudadanos que peregrinan a los lugares de la tragedia. Temor a nuevos atentados

Guillermo Altares
Varios imanes rinden tributo a las víctimas de la matanza terrorista del viernes en Vincennes, en el este de París.
Varios imanes rinden tributo a las víctimas de la matanza terrorista del viernes en Vincennes, en el este de París. OLIVIER HOSLET (EFE)

El gesto se repite cada pocos minutos: una pareja llega con flores en silencio, las deposita en silencio y se da media vuelta, de nuevo en silencio, casi siempre con lágrimas en los ojos. Los escenarios del horror en París —la sede de Charlie Hebdo y sus alrededores y el supermercado Hyper Cacher de la Puerta de Vincennes— viven un peregrinaje constante de ciudadanos, aunque de forma muy diferente. Frente al semanario satírico, situado en el centro, el ambiente es una mezcla de tristeza y agradecimiento por tantas risas y por su valentía —“Por favor, Charlie,dibuja nuestra libertad”, reza uno de los muchísimos mensajes que se apiñan entre los lápices, las velas y los ramos que los ciudadanos dejan como ofrendas—. Frente al supermercado judío, situado en la frontera este de París, la situación es más tensa, con numerosas discusiones en voz alta, aunque también con una emoción constante. Muchos judíos que se acercan no dudan en decir que se sienten desprotegidos y que ya no tienen sitio en este país ante el antisemitismo rampante.

Pero hay varios puntos en los que todos están de acuerdo: la oleada de atentados y tomas de rehenes que ha padecido este país desde el miércoles, que ha costado la vida a 20 personas (17 víctimas y tres terroristas abatidos por la policía), ha cambiado Francia para siempre y lo que ha ocurrido puede volver a repetirse. O mejor dicho, nadie cree —el presidente François Hollande lo dijo en su mensaje a la nación del viernes— que la violencia no vaya a regresar.

“Nunca pensamos que la estupidez pudiese llegar tan lejos”, asegura Michelle de Vérout, jubilada de 68 años, ante el lugar donde fue asesinado el policía Ahmet Merabat en unas imágenes que han dado la vuelta al mundo. Le Vérout asegura que tiene en su casa todos los números de la revista Charlie Hebdo, menos el último porque se agotó antes de que fuera al kiosko —“Lo venden a 350 euros en ebay”—, y no tiene más que palabras de reconocimiento hacia una revista que cree que ha sido fundamental para la defensa de la libertad en Francia. “Ellos simbolizaron la resistencia frente a la gilipollez, hay que decirlo así de claro, y son irreemplazables”, afirma.

Charlie ha sido esencial para la formación de nuestra generación”, asegura Maurice, de 65 años, que se ha acercado junto a su mujer, Rose Marie, de 58, al lugar donde fueron asesinadas 12 personas, entre ellas los principales dibujantes de la revista. Avishag, de 30 años, acaba de depositar unas flores junto a su compañero Victor, cineasta de 31. “Todo esto nos ha ayudado a tomar conciencia de que hay ideas que hay que defender, batallas que creíamos ganadas pero que no lo están”, afirma Avishag. “Me siento muy inquieta por el futuro, porque esto puede volver a empezar en cualquier momento”, agrega.

Un poco más allá, una librería de barrio, Comme un roman (Como una novela), ha montado un escaparate dedicado a la revista. Es un lugar de encuentro, situado junto al concurrido mercado des Enfants Rouges, en el mismo barrio. Su dueño, Xavier Moni, de 45 años, explica que Francia ha padecido otras oleadas de atentados, pero que esto es diferente, que algo se ha roto en el país. “Tengo la sensación de que hemos alcanzado el paroxismo del horror, pero siempre puede ser peor”, señala Moni, quien describe cómo, desde hace dos días, hay clientes que de repente se ponen a llorar en la librería. “Esta violencia nos ha dejado desarmados”, agrega.

El ambiente es muy distinto en torno al Hyper Cacher, donde Amedy Coulibaly, cómplice de los autores de la matanza de Charlie Hebdo, los hermanos Kouachi, asesinó a cuatro rehenes antes de ser abatido por las fuerzas de seguridad. Coulibaly había asesinado también a una policía de 26 años el jueves en Montrouge. “Lo esperábamos y ha ocurrido. Y va a repetirse: esto no ha terminado”, asegura Didier Nakhashe, de 50 años, que pertenece a la comunidad judía del este de París. “Estamos todos muy tristes, el futuro para nuestros hijos ya no está aquí. Francia está gangrenada”, prosigue.

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Con entre 500.000 y 600.000 miembros, Francia alberga la mayor comunidad judía de Europa y ha sufrido numerosos ataques antisemitas en los últimos años, como el asesinato en 2012 de tres alumnos y un profesor en la escuela judía de Toulouse por el yihadista Mohamed Merah. Estallan algunas discusiones en voz alta, entre judíos y ciudadanos de otros credos, aunque la mayoría de las personas que se han acercado a presentar su tributo lo hacen en silencio. “Todo este horror nos tiene que enseñar que hay valores comunes que tenemos que defender en común”. El que se expresa es Abdelkader Arbi, de 57 años, imam en el Ejército francés. Habla con lágrimas en los ojos: dice sentirse asqueado, desolado. Un poco más tarde un nutrido grupo de clérigos islámicos se acercan acompañados de las autoridades locales y serán invitados a una sinagoga cercana para rezar. El primer ministro, Manuel Valls, fue a Vincennes a última hora. “Cualquier ataque antisemita es un ataque contra los valores de la República”, dijo. Prosigue el flujo constante de ciudadanos que depositan sus flores como símbolo de su lucha, entre el dolor, la rabia y la solidaridad, por reconstruir el futuro de un país roto por la violencia.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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