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Elecciones en Grecia
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Estado-tapón: más tapón que Estado

Grecia es el farolillo rojo de Europa en la crisis

Xavier Vidal-Folch

La Grecia que hoy vota es el farolillo rojo de Europa en la crisis: incluso en sus zonas más dinámicas, Pireo, Salónica. Ha sido colista en todo, hasta la ampliación al Este. ¿Por qué? Porque pese a las glorias del pasado clásico, la República Helénica tiene aún más de ágora premoderna que de Estado desarrollado avanzado.

Este estigma proviene de su fundación, hace casi dos siglos. Llegó por la confluencia de comerciantes grecohablantes de todos los Balcanes de las asociaciones Filiké Hetairía; la guerrilla con sus amigos románticos como lord Byron, y los “grandes poderes” occidentales, que colocaron en 1832 al príncipe bávaro (siempre había un supernoble alemán disponible) Otto de Wittelsbach como Rey de los helenos, frente a la República de los Kapodistrias.

El nuevo país (coetáneo con Bélgica) nacía como entidad subalterna. Y ha sido casi siempre un Estado-tapón útil a las potencias europeas. Primero como valladar frente al Imperio Otomano del que formaba parte, y cuña propia en la península balcánica. Luego, como contención mediterránea frente al imperio soviético, militar e ideológico. Si convenía, como convino a Churchill (ver sus Memorias) y a Stalin, se organizaba una guerra civil para empatar, y aquí paz y después gloria.

Por eso, y porque su vulnerabilidad estratégica le tuvo siempre en vilo, la arquitectura del Estado griego ha sido débil. Solió ir a la defensiva, a veces bajo retórica inflamada. En la Unión, Atenas destacó —hasta la pareja Simitis/Papandreu en los noventa—, como abonado del recurso al veto. O de la “toma de rehenes”: bloquear una decisión clave, para lograr otra, favorable para uno, de ámbito distinto. Lo hizo en 1985, jugando contra el ingreso de España y Portugal, hasta conseguir unos duros de los Programas Mediterráneos Integrados. O contra Turquía. O en favor de Chipre.

Quizá eso no fuese más que el expediente del actor sin recursos, suavemente exótico y geográficamente excéntrico. Lo peor es que el tapón estratégico lo ha sido también del progreso. Para calibrar el reciente sacrificio de los griegos, que han adelgazado un 25% su economía y un 40% su renta familiar en aras de bajar el déficit del 15% a su décima parte, conviene subrayar su endémica indigencia de medios e instrumentos.

Así, su Hacienda carecía hasta el rescate de dotación y medios, y ni la Iglesia ortodoxa ni los poderosos navieros pagaron jamás un impuesto. Y Papandreu no pudo en 2010-2011 realizar las privatizaciones prometidas (por 50.000 millones de euros) porque el catastro era miserable (en un 25%, una hoja vacía) y el registro de las propiedades públicas, inexistente.

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