La peor derrota para Rousseff
La victoria del conservador Eduardo Cunha supone un duro varapalo para el Partido de los Trabajadores de Brasil
La victoria del conservador Eduardo Cunha, que ha conquistado la presidencia de la Cámara de Diputados de Brasil en la primera votación y con holgada mayoría, supone la mayor de las derrotas para el Gobierno de la presidenta Dilma Rousseff y para su partido, el PT.
Parafraseando a la ecologista Marina Silva, que acuñó el dicho de que se puede “ganar perdiendo” y “perder ganando”, se podría decir que Rousseff, ganadora de las últimas presidenciales, no solo ha sufrido su primera gran derrota política, sino que ha “perdido perdiendo”.
De no haber caído en la tentación de minar con toda la fuerza de su Gobierno la candidatura del conservador Cunha, que pertenece al mayor de sus partidos aliados y no a la oposición, en vez de haber mantenido neutralidad, podría haber “perdido ganando”. Habría dado una señal democrática de que el poder ejecutivo respeta las decisiones soberanas del otro poder independiente, el legislativo.
La derrota prueba que el PT atraviesa uno de sus momentos más críticos en los últimos años
El Gobierno prefirió sin embargo la confrontación y lanzó contra dicha candidatura la del petista, Chinaglia, convencido de que acabarían derrotando al candidato díscolo de la mayoría.
Perdió el Gobierno y perdió el PT, revelándose una vez más que ambos se hallan en uno de los momentos más críticos de la política de los últimos años, y que ya no ejercen en el Congreso la fuerza de antaño.
Una fuerza que, quizás por haber sido usada olvidándose a veces de la independencia que debe tener la Cámara que representa a la nación, ha acabado creando resentimientos y conflictos de poder que han desembocado en traiciones dentro incluso de los 10 partidos que oficialmente apoyan al Gobierno.
La economía podría obligar al Gobierno de Rousseff a tomar decisiones difíciles en el futuro
La derrota de ese "perder perdiendo" podría ser menor si el Gobierno y el PT supieran ahora aceptarlo como una señal de alerta, de que la compleja y farragosa política brasileña está cambiando para bien o para mal y que ya no sirven para seguir ganando los viejos trucos ni de halagos ni de amenazas.
El estruendoso aplauso al resultado de la victoria de Cunha que retumbó en la Cámara debería ser un aviso grave al Gobierno de que no podrá seguir tratando al legislativo como si se tratara de un poder independiente, pero al mismo tiempo, de algún modo, sometido al Gobierno.
Preferir ignorarlo sería la peor de las respuestas. Al Gobierno y al PT le esperan tiempos difíciles. El rosario de crisis que atenazan la economía del país con amenazas de recesión y posibles racionamientos de energía y agua, dos elementos explosivos para toda la población, obligarán al Gobierno a tomar medidas que podrían ser impopulares.
Para ello necesitará de los votos de un Congreso que sale victorioso a sabiendas de que el Gobierno jugó todas sus cartas para derrotar al candidato no grato.
El Gobierno ha visto que la mayoría de la que goza en el Congreso y que fue creada a veces con altos precios de corrupción, no se mide solo con los números, ya que en el anonimato de las urnas acecha siempre la tentación de la traición.
Y esta vez ha quedado a la vista de todos que el segundo Gobierno de Rousseff ha sido traicionado casi antes de nacer.