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La magia oculta de Eduardo Cunha

El nuevo presidente de la Cámara de Diputados de Brasil no es un político brillante ni tiene una biografía envidiable, pero ha sabido ganarse a diputados del 'bajo clero'

Juan Arias
El presidente de la Cámara de Diputados de Brasil, Eduardo Cunha, celebra su elección.
El presidente de la Cámara de Diputados de Brasil, Eduardo Cunha, celebra su elección. UESLEI MARCELINO (REUTERS)

¿Qué tipo de magia sabe usar el diputado Eduardo Cunha que, sin brillar especialmente, está considerado el más poderoso del Congreso de Brasil?

¿Cómo consiguió la noche del domingo arrastrar hacia su candidatura a la mayoría absoluta de los congresistas para conquistar la presidencia de la Cámara? Y lo hizo a pesar de la máquina de guerra organizada contra él por el Gobierno, que le puso como contrincante a uno de los pesos pesados del Partido de los Trabajadores (PT), Arlindo Chinaglia, que ya había presidido la Cámara.

Político sin brillo y sin una biografía envidiable, ha sabido como pocos servirse de la política con letra pequeña para conseguir sus mayores triunfos a la chita callando.

Quienes mejor lo conocen intuyen que su éxito depende de ser un político de “contraataque”. Envuelto en decenas de denuncias de presunta corrupción, su táctica ha sido llevar a los tribunales a sus acusadores, llegando a acumular hasta 60 casos judiciales.

Al mismo tiempo es conservador en materias de ética sexual -por su condición de evangélico- y presenta ribetes de progresista cuando, por ejemplo, se presenta como feroz opositor a cualquier tipo de limitación de la libertad de prensa, algo con lo que coquetea la izquierda del PT. Es también, al mismo tiempo un fervoroso defensor de la autonomía del poder legislativo.

A esa masa de diputados les gusta que Cunha sea un hombre temido por los grandes más que amado
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A pesar de ser hoy presidente del Congreso que milita en el mayor partido de la base aliada del Gobierno de la presidenta Dilma Rousseff, advierte que no ejercerá “oposición” pero tampoco “sumisión” al Ejecutivo, algo que parecía normal en el pasado.

Quizás tenga un fundamento psicológico esa especie de hechizo que ejerce entre los diputados y en su mismo partido (PMDB), que lo trata con guantes blancos porque saben que es capaz de mantener independencia del mismo en ciertos momentos, y al mismo tiempo les consigue lo que a los grandes líderes del partido les parecería imposible.

Cunha, ambicioso y tozudo como pocos, ha sabido conectar con el alma frustrada y acomplejada del llamado bajo clero de la Cámara, que es mayoría y que siempre tuvo conciencia de no contar ni de poder participar en las grandes decisiones. Suelen ser peones usados por sus partidos como depósitos de votos. Cunha ha sabido mimetizarse con ellos al ofrecerles el rescate de sus antiguas frustraciones y propulsar su autoestima herida.

A esa masa de diputados les gusta que Cunha sea un hombre temido por los grandes más que amado. Y de batalla -aunque se trate de guerras en la sombra, a veces urdidas con su connivencia-. Algo que se traduce en la fidelidad en el voto de la mayoría silenciosa a sus propuestas en el Congreso, sobre todo cuando se trata de castigar al Gobierno o de defender derechos corporativos de los diputados.

Quizás por ello en la presidencia se tema a Cunha, a pesar de militar en un partido aliado y no en la oposición, ya que ese diputado sin protagonismo se les escurre de las manos como una anguila y no saben cómo tratarlo.

Cunha no es ni pretende ser un Napoleón o un salvador de la patria. Se aferra a la letra pura y dura de las leyes y reglamentos que conoce como nadie y sabe usarlos en los momentos de disputa política para imponer sus propósitos e infligir derrotas al Gobierno.

Es más listo que sabio y la fuerza de su biografía es precisamente no tenerla, excepto por su voluntad de querer vencer. Con ello es más fácil transitar por los pasillos de los diputados a los que nunca se acerca un periodista para entrevistarles.

Hay quien ha llegado a comparar a Cunha en su genialidad política a la de un Lula al revés

Hay quien ha llegado a comparar a Cunha en su genialidad política a la de un Lula al revés. Acaba saliendo ileso de todos los peligros, amarrando amistades y fidelidades, pero en su caso sin halagos, abrazos ni proclamas de ser mejor que nadie.

Si Lula ha sabido y sabe atravesar tantos fuegos sin quemarse, usando el arma de su embeloso político y de sus amistades a prueba de bomba, Cunha es un político que consigue a veces lo mismo pero infundiendo más miedo que apareciendo como salvador de nada. No le importa siquiera la fama de malo. Sabe usarla, cuando la necesita, para abrirse camino.

Es movedizo y escurridizo y sus amigos aseguran que sabe moverse con la misma naturalidad entre los palacios que entre los vericuetos de las favelas. Cunha no juega a héroe ni tampoco permite ser considerado como villano. Su fuerza y su peligro consiste en que, al mismo tiempo que es temido y divertido por su sentido del humor, puede resultar peligroso: parece convencido de que justamente actuando en la oscuridad del poder (más que en los palcos iluminados), nada es imposible.

¿Soñará la inteligencia gris y mágica al mismo tiempo del evangélico Eduardo Cunha con la conquista de algo mayor?

Que nadie se arriesgue a despreciar su falta de brillo y de biografía, porque, igual que asombró el domingo con su victoria, quizás un día decida soñar que el Congreso se le queda pequeño.

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