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Los porqués de la parálisis europea en la crisis del Mediterráneo

La diferente percepción del problema entre los países del norte y del sur de la Unión y el ascenso de los populismos, entre las razones

Lucía Abellán
La jefa de la diplomacia europea, Federica Mogherini, con varios ministros de Exteriores de la UE hoy en Luxemburgo.
La jefa de la diplomacia europea, Federica Mogherini, con varios ministros de Exteriores de la UE hoy en Luxemburgo.JULIEN WARNAND (EFE)

Bruselas es el ámbito al que se dirigen todas las miradas cuando los naufragios en el Mediterráneo sacuden la conciencia de los europeos. La reacción es acertada porque los extranjeros no buscan las costas italianas, maltesas o griegas, sino territorio europeo. Lo paradójico es que el club comunitario tiene identidad conjunta pero carece de política común en fronteras y migraciones.

Esa debilidad y el hecho de que la inmigración constituya un asunto espinoso para la mayor parte de los gobernantes, aterrados por los réditos que obtienen los partidos populistas en este terreno, lastran la actuación europea. Los gobernantes exigen respuestas a las instituciones comunitarias, pero cuando la Comisión Europea –el brazo ejecutivo de la UE- plantea propuestas las rechazan por demasiado ambiciosas. Estas son algunas de las claves de la parálisis en el viejo continente:

Brecha norte-sur. Cuando se habla de desafío migratorio en Europa, los países miembros se dividen en dos bloques que dibujan dos realidades paralelas. Italia, Malta, España, Grecia, Bulgaria y otros países con frontera exterior de la UE defienden lo innegable: que la mayoría de quienes se aventuran a salir de sus países irregularmente llegan a esos Estados y que gestionar esos flujos supone una enorme presión. Sus colegas del norte lo admiten, pero añaden un argumento que en la práctica frena la solidaridad con el sur. Porque Suecia, Alemania, Francia y Bélgica reciben la mayor parte de las demandas de asilo –las piden casi todos los inmigrantes que pueden alegar peligro en su propio país- presentadas en la UE. Es decir, esos inmigrantes pueden llegar a Malta pero después, si no son repatriados, viajarán a otros países europeos y pedirán estatus de refugiado en los Estados con un sistema de asilo más benévolo (si les es posible llegar hasta el norte, claro). En ese contexto, el eje del norte pide al del sur mayor disposición a acoger a esos asilados y el del sur reprocha a sus vecinos vivir ajeno a las tragedias de los naufragios.

El miedo al efecto llamada. Algunos países miembros –liderados por Reino Unido- invocan un argumento envenenado para rechazar el remedio más inmediato para frenar las muertes en el mar: dedicar más recursos a la vigilancia y el salvamento marítimo. Los británicos alegan que las mafias conocen perfectamente esa estrategia europea de salvar vidas y que no tienen escrúpulos en hacer naufragar deliberadamente las embarcaciones de inmigrantes cuando se aproximan a las costas. Estados como Italia responden que esa perversión en la actitud de los traficantes no puede eximir a la Unión Europea de su responsabilidad y que la alternativa, dejarlos morir para evitar ese efecto llamada, sería mucho peor.

Crisis económica y populismos. Son muchas las voces de expertos que aseguran que, con las proyecciones demográficas del continente, al menos una parte de la Unión Europea necesitará mano de obra adicional para cubrir su oferta laboral. Pero a los países les cuesta abrir la puerta a los flujos migratorios legales porque creen que no serían bien acogidos por un electorado aún inmerso en una crisis que ha dejado como resultado una gran precariedad laboral en buena parte del territorio comunitario.

Más allá de los argumentos económicos que puedan sostener esa tesis, los líderes europeos responden a impulsos más políticos. En muchos países el ascenso de los populismos (el Frente Nacional en Francia, UKIP en Reino Unido, el Partido de la Libertad en Holanda o la extrema derecha en los países nórdicos) cabalgan a lomos del supuesto perjuicio –económico, pero también de pérdida de valores- que ha causado la inmigración en la UE. En lugar de tratar de contrarrestar el discurso, los dirigentes de partidos mayoritarios se colocan de perfil y optan por el inmovilismo con la esperanza de no perder a su electorado. “Es cierto que el miedo al populismo influye, pero las oleadas de inmigrantes no han empezado ahora; ya existían en los noventa. Y Europa se centra demasiado en el aspecto de seguridad interior, de protección de las fronteras, en lugar de abordar el asunto de manera más global”, esgrime Barah Mikaïl, investigador de la casa europea de análisis FRIDE.

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Falta de influencia en la región. La Unión Europea es siempre el primer contribuyente económico cuando se producen crisis en la zona (Siria y Libia, pero también en Palestina y en países africanos), pero le cuesta traducir esa cooperación económica en influencia política y de gestión. “La UE invierte mucho dinero, pero no llega a desarrollar proyectos que provoquen una mejora de las infraestructuras o reformas económicas en los países en dificultades; esas cantidades destinadas al desarrollo deberían haber permitido un papel político más evidente y una mayor presencia en la región; es una debilidad política europea”, argumenta el experto de FRIDE.

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Sobre la firma

Lucía Abellán
La redactora jefa de Internacional de EL PAÍS ha desarrollado casi toda su carrera profesional en este diario. Comenzó en 1999 en la sección de Economía, donde se especializó en mercado laboral y fiscalidad. Entre 2012 y 2018 fue corresponsal en Bruselas y posteriormente corresponsal diplomática adscrita a la sección de España.

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