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El frágil equilibrio del león africano

Símbolo de nobleza en África, es también una amenaza para el ganado

José Naranjo
El león Cecil, abatido por un cazador estadounidense.
El león Cecil, abatido por un cazador estadounidense.Andy Loveridge (AP)

En África, el león representa la fuerza, la nobleza, la autoridad. No es sólo el símbolo de la fauna salvaje del continente, sino que numerosos personajes públicos o entidades lo han usado como emblema, desde la selección senegalesa de fútbol, Los Leones de la Teranga, hasta el presidente de Níger, Mahamadou Issoufou, a quien se conoce como El viejo león. En muchos países, además, supone una importante fuente de ingresos procedentes tanto del turismo como de la caza. Se le respeta, se le admira… y se explota su potencial. Sin embargo, en las áreas donde conviven ambas especies también es fuente de problemas. La presión humana ha ido reduciendo el territorio de los leones y en estas zonas son cada vez más frecuentes los ataques de los felinos al ganado, lo que provoca que cazadores locales se dediquen a abatirlos, incluso de manera preventiva.

“No podemos imaginar África sin leones”, asegura Xavier Surinyach, miembro de la ONG Serengeti Watch y un auténtico enamorado del continente, “pero lo cierto es que asistimos a una pérdida incesante de su hábitat natural por la ocupación progresiva del territorio por parte del hombre, lo que provoca continuos conflictos en los que siempre acaba perdiendo el animal”. Si hace un siglo el continente albergaba unos 200.000 ejemplares repartidos por un amplio territorio, en la actualidad se estima que quedan unos 30.000 (las organizaciones conservacionistas hablan de 20.000) y su presencia sólo es significativa en siete países, Botsuana, Tanzania, Kenia, Sudáfrica, Etiopía, Mozambique y Zimbabue.

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En este último país, el león Cecil se había convertido en un símbolo. Con 13 años, era el ejemplar más grande de la reserva de Hwange, líder de una manada compuesta por tres hembras y siete cachorros, fotografiado y grabado miles de veces por los turistas y, además, parte de un programa de seguimiento e investigación. Su muerte a manos del cazador Walter Palmer ha generado una auténtica oleada de indignación y repulsa en todo el mundo a través de las redes sociales, así como la apertura de un proceso judicial en Zimbabue, pero lo cierto es que gran parte de este ruido procede de Occidente. Para muchos países africanos, la caza representa enormes beneficios a los que no parecen estar dispuestos a renunciar. El problema es que esta actividad sea sostenible con la supervivencia de la propia especie.

En África es habitual cazar leones. Existen reservas de caza y cuotas anuales para esta especie. Lo que ocurre es que “muchas compañías de safaris de caza y las que regentan las reservas no respetan estas cuotas, dejan a los clientes matar tantos animales como puedan”, añade Surinyach, para quien el caso de Cecil es “100% caza furtiva ilegal” porque la reserva donde el emblemático animal fue abatido tras ser atraído con un cebo “tenía cuota cero para leones”. Además, está el problema de que las cuotas a veces no respetan criterios científicos y se conceden más permisos de los que permiten proteger a la especie.

No siempre es así. En Tanzania, el país con más leones de África, está prohibido cazar hembras o machos menores de seis años y las autoridades son conscientes de la importancia de esta especie como gran estrella de los safaris turísticos, pero la actividad cinegética genera unos 25 millones de dólares anuales que, según el Ministerio de Recursos Naturales y Turismo, son a su vez clave para mantener las numerosas reservas naturales que alberga este país. Caza sí, pero controlada y sostenible que además muchas veces tiene lugar en lugares remotos a donde no llegan los turistas. Es una mirada, sin duda, más pragmática.

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Pese a la progresiva reducción de su hábitat, lo cierto es que el león sigue poblando las leyendas y la tradición oral de numerosos grupos étnicos africanos. Hoy ya no quedan en la zona, pero en Guetalá, un pueblo situado al oeste de Malí, el cazador es una de las personas más respetadas porque hace muchos años logró abatir a un león, una historia que sigue contando a sus hijos y los hijos de sus hijos. Y es que un viejo refrán bantú dice que “mientras los leones no tengan historiadores, las historias de caza seguirán glorificando al cazador”. Al menos hasta la irrupción de Internet y las redes sociales, porque parece que a Cecil le han surgido millones de cronistas y no tiene pinta de que Walter Palmer esté viviendo precisamente un momento de gloria.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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