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PENSÁNDOLO BIEN...
Columna
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El PRI contra Peña Nieto

Algunos miembros del partido ven con preocupación al círculo que rodea al presidente

Jorge Zepeda Patterson

La célebre frase de Hank González "un político pobre es un pobre político" es algo con lo que los mexicanos hemos aprendido a vivir. Pero resulta mucho más difícil tragar la versión más descompuesta: un pobre político que no es más que un político rico. Muchos priistas comienzan a temer que el grupo Atlacomulco que tomó el control de Los Pinos encarne esta pésima declinación del adagio original.

Carlos Hank González no fundó el grupo Atlacomulco al que pertenece Enrique Peña Nieto (llamado así por la población con ese nombre del Estado de México). Pero sin duda fue quien lo llevó a la cumbre de la élite nacional en la década de los setentas y los ochentas, cuando fue gobernador de su Estado, regente de la Ciudad de México y ministro en varias secretarías. No llegó a ser presidente, pero se hizo inmensamente rico. Y más que eso, se convirtió en epítome del político-empresario.

Algunos miembros del PRI comienzan a ver con preocupación al círculo que rodea al presidente por sus intentos de emular a Hank González en su afán de hacer política y grandes negocios. El problema, piensan ellos, es que en la práctica han resultado más negocios que política. Imitar a Hank González sin el carisma del profesor ni su habilidad política, ha terminado por traducirse en una gestión chata que pone en riesgo la permanencia del PRI en el poder.

Como gobernador del Estado de México, Peña Nieto gestionó la obra pública entregándola a grandes consorcios con vínculos de amistad

Nadie pone en duda que el actual mandatario llegó a la silla presidencial de la mano de los grandes capitales empresariales, cansados de la ineficiencia del PAN. Como gobernador del Estado de México, Peña Nieto se caracterizó por una gestión en la que la obra pública fue entregada a consorcios gigantescos con los que existían vínculos de amistad. Muchos asumieron que esa alianza entre el dinero y el poder constituiría una mancuerna exitosa. El Pacto por México y la propuesta de reformas hacían recordar al viejo Hank. El apoyo del gran capital le daría al presidente el músculo necesario para destrabar obstáculos y eliminar reminiscencias del México viejo y anquilosado. En suma, política y negocios por todo lo alto. Por desgracia, todo indica que el proyecto se ha desinflado evidenciando su flanco más oscuro: muchos negocios, poca política. El político enriquecido sólo es soportable cuando lo compensa con gestos de estadista capaces de impulsar los proyectos que la comunidad necesita. Ya no es el caso de la actual administración, si es que alguna vez lo fue. El grupo Atlacomulco y sus aliados (ex gobernadores de Hidalgo) buscan imponerse mediante el control económico a los otros liderazgos que los cuestiona dentro del PRI. A través de Luis Videgaray, ministro de Hacienda, controla las oficinas de auditoría del resto de la secretarías para manejar con un puño al Gobierno federal. Adicionalmente ha emprendido acciones, también por vía económica, para reducir el margen de operación de los poderosos gobernadores, la mayor parte de ellos priistas (un polo de resistencia al poder de Los Pinos, aunque no el único).

Resulta difícil predecir cuál será el desenlace de este pulso entre dos concepciones priistas. En los próximos días el partido elegirá a su nuevo presidente. Si se opta por un cuadro incondicional de Peña Nieto se enviarán señales inequívocas de que el grupo Atlacomulco ha decidido librar en solitario la batalla para el resto del sexenio e intentar quedarse de nuevo con la presidencia en las elecciones de 2018. Tiene a su favor que la oposición está hecha trizas. Pero la peor amenaza para el grupo en el poder está adentro, cómo sucedió en Nuevo León y antes en Sinaloa. La batalla apenas comienza.

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