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Varados en la frontera húngara

La medida corta el cruce más transitado por el que llegan los exiliados desde los Balcanes

Foto: reuters_live | Vídeo: Reuters live / Bernardo Pérez
Óscar Gutiérrez Garrido

El cierre de la frontera de Hungría con Serbia en la madrugada del martes lanzó una dura piedra en el camino del éxodo de refugiados, la mayoría de ellos sirios, que recorre Europa hacia el norte. El Gobierno húngaro echó el cerrojo al paso más transitado por el que llegan los exiliados desde los Balcanes. A la vez, entró ayer en vigor en Hungría una dura legislación contra la inmigración.

El nuevo paquete de leyes antiinmigración incluye penas de prisión de hasta cinco años para los que entren ilegalmente o dañen la alambrada fronteriza. Localidades del lado serbio como Kanjiza, trampolín para muchos de los que quieren alcanzar Hungría y seguir hacia Austria mostraba ayer un aspecto desolador ante el mazazo dado por las autoridades húngaras. “¿Que cómo estamos?”, se preguntaba Raduan, sirio damasceno de 52 años, a la entrada de un campo de refugiados. “Póngase en nuestros pies”, se contestaba. Los suyos estaban reventados por las heridas de su caminata por tierras griegas.

Este martes era el día que miles de refugiados se habían marcado a fuego en sus mochilas para estar ya en territorio húngaro. Durante la madrugada la policía magiar reforzó los controles sobre el paso que lleva desde Roszke, al sur de Budapest hasta el cruce fronterizo con Serbia. Y con la ley en la mano, las fuerzas de seguridad empezaron a practicar detenciones, más de 9.000 tan sólo durante la noche. Existen dos caminos, no obstante, para los que aún se atreven a pasar a territorio húngaro: la detención si se hace de forma ilegal, con la posibilidad de ser deportado hacia Serbia, país seguro para la acogida según la UE, y el traslado a un campo de refugiados si se cruza por alguno de los pasos aún abiertos para los que quieren ser registrados.

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A una decena de kilómetros de Kanjinza, en el pueblo de Horgos, lo que 48 horas antes era una riada sin freno de refugiados, bien informados de que Hungría estaba haciendo la vista gorda, este martes se había convertido en un puesto de llegada para los más despistados, los que no sabían que por allí no había quien pasase, o los que simplemente querían aguardar tiempos mejores.

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Muchos creen que la decisión de Budapest es temporal. “No sé por dónde iré, pero iré a Hungría, ¿abrirán mañana?”, preguntaba Yousef, sirio de 28 años, natural de Hasaka. Acaba de llegar en un minibús, pero según baja se sube a la carrera. Tienen nuevas noticias, quizá prueben por otro sitio. Información es lo que no tienen y demandan muchos de los que aún se acercan a la valla húngara. Muchos hacen un corro ante un reportero austriaco ducho en la materia que aconseja una vía alternativa: marchar hacia Subótica y esperar.

El cierre del puesto por excelencia para el éxodo de refugiados, el que lleva a Roszke para saltar de ahí a Budapest, ha obligado a muchos a extenderse por la larga frontera serbo-húngara. Muy cerca de Subótica, a la entrada de la estación de tren, se arremolinan dos grupos de refugiados. Uno de ellos viene de Irak. Husein, de 22 años, natural de Bagdad, inició el camino hacia el norte de Europa el pasado 9 de septiembre y ya está aquí. Su bote desde la costa turca naufragó, pero logró, como el resto de sus compañeros de viaje llegar a la orilla. “Me fui de Bagdad porque siempre está en guerra, demasiados problemas para trabajar”. Es empleado de una empresa de alimentación. Como sus seis amigos, se quedará varado en la estación de tren.

Escenas similares se repiten hasta llegar a la localidad de Tompa, ya del lado húngaro. El tráfico es terrible. Las autoridades no sólo han cortado el acceso desde Roszke a los refugiados. También lo ha hecho para los ciudadanos y eso ha provocado un tampón en la frontera oeste. A tan solo un kilómetro de las garitas del paso de Roszke, aparecen entre la maleza por el arcén tres jóvenes. “Somos sirios”, dice uno de ellos. No lo son; ni siquiera conocen sus ciudades. “Soy de Lahore, en Pakistán”, dice el más honesto. Ali Asad, veinteañero, lleva 24 días de viaje. Cruzaron desde Serbia y se quedaron toda la noche agazapados para no ser pillados. Ahora ya están demasiado cansados y se quieren entregar. “Queremos que la policía nos lleve al campamento, por favor”. Pero no les detiene agente alguno. Les señalan una dirección, la del campo, y a seguir andando.

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Sobre la firma

Óscar Gutiérrez Garrido
Periodista de la sección Internacional desde 2011. Está especializado en temas relacionados con terrorismo yihadista y conflicto. Coordina la información sobre el continente africano y tiene siempre un ojo en Oriente Próximo. Es licenciado en Periodismo y máster en Relaciones Internacionales

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