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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Victorias escurridizas

La reconquista de Ramadi no eclipsa las derrotas europeas autoinfligidas ante el ISIS

Lluís Bassets

Si apenas sabemos qué es esta guerra, ¿cómo sabremos qué será la victoria? Cabe preguntarse incluso si la idea de victoria tiene hoy algún sentido más allá de la propaganda. Tras el desastre de George W. Bush, que tuvo que arrepentirse de aquella falsa victoria militar sobre Sadam Husein tan prematuramente proclamada, apenas queda margen para la credulidad ante las súbitas victorias que se nos anuncian en cualquiera de los borrosos frentes de batalla.

Ahora Ramadi, la capital de la provincia iraquí de Anbar, de mayoría suní, ha sido reconquistada por las fuerzas iraquíes, después de permanecer seis meses bajo control del Estado Islámico. Aunque no está claro ni siquiera que las tropas gubernamentales controlen toda la ciudad y sean capaces de mantenerlo posteriormente, ha bastado la toma de control del centro urbano para que la coalición saludara su recuperación como el paso previo e incluso el anuncio del siguiente paso, la reconquista de Faluya, también en el triángulo suní, y Mosul, segunda ciudad iraquí e importante fuente de ingresos para el califato terrorista.

Han sido tropas suníes las que han reconquistado Ramadi, sin participación de soldados chiíes y kurdos, en un intento de hacerse con la población local que el sectarismo del anterior primer ministro, Nuri el Maliki, había lanzado en brazos del ISIS. Los bombardeos de la coalición liderada por Washington han sido imprescindibles, pero por sí solos no bastaban. También ha sido decisivo el papel de los instructores estadounidenses que han entrenado a esas tropas suníes.

La victoria de Ramadi contiene un mensaje de optimismo, pero no es ni un paliativo para la ausente estrategia global contra el Estado Islámico ni mucho menos para la fragmentación de las múltiples y contradictorias alianzas e intereses que basculan sobre los equilibrios de la región y explican el vacío en el que ha crecido el monstruo. Ni siquiera es seguro que lo que allí ha funcionado pueda hacerlo en la reconquista de los siguientes objetivos, donde probablemente no bastarán las actuales tropas suníes.

Pero si se trata de presentar la recuperación de esta ciudad como una victoria no tan solo militar sino también de orden político, deberá servir para recordar que el Estado Islámico no será plenamente derrotado sin un nuevo orden internacional en Oriente Próximo con la participación y el acuerdo de las cuatro potencias regionales. Al final, entre las causas de los conflictos siempre está una de las cuatro o varias a la vez: Israel, Turquía, Arabia Saudí e Irán, cada una de ellas crecida ahora en cuanto a protagonismo ante el repliegue occidental y sobre todo de Estados Unidos.

Vale para Oriente Próximo la vieja y lamentable sentencia de Xabier Arzalluz sobre el árbol y las nueces. Todos los regímenes, incluidos los democráticos como Israel y Turquía, han utilizado en provecho propio en un momento u otro la violencia política, el terrorismo o los desplazamientos de población (refugiados, asilados e inmigrantes) para arrear al árbol y recoger luego las nueces. Un monstruo como el Estado Islámico no crece sin complicidades en los servicios secretos extremadamente eficaces que hay en la zona.

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Tampoco habrá victoria sobre el Estado Islámico si Europa termina cediendo, no en el territorio militar en el que tiene tantas reservas y reticencias, sino en el de los valores y los derechos, como están haciendo, entre otros, Francia y Dinamarca. La primera, con la creación de dos clases de ciudadanos entre quienes han nacido en su territorio: los hijos de inmigrantes con doble nacionalidad que incurran en terrorismo serán candidatos a la expulsión, pero no será el caso si se trata de hijos de familias francesas de pura cepa. La segunda, con la confiscación de bienes a los refugiados que pidan asilo. Dos países de profunda tradición democrática se hallan ya camino de esta derrota, autoinfligida en nombre de una falsa victoria y perfectamente acorde con los objetivos ideológicos del califato terrorista y con la política del árbol y de las nueces.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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