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El ‘sheriff’ antipandillas

Mauricio Vilanova, alcalde de Guayabal, en El Salvador, se enfrenta a las ‘maras’ que atemorizan a la población

El Alcalde armado de San José de Guayabal (El Salvador).
El Alcalde armado de San José de Guayabal (El Salvador).Javier Arcenillas

Los 21 puntos de sutura que atraviesan cada una de sus rodillas no responden a ningún ataque violento. Los luce tras intentar parar un disparo a portería en un partido de fútbol. A sus 57 años, y como guardameta veterano, desvió el balón, "que ya de por sí se iba fuera", y se rompió los cuádriceps. Eso no impide que, a paso renqueante, Mauricio Arturo Vilanova siga patrullando con su UZI de 9 mm para combatir a las pandillas que atemorizan al pueblo del que es alcalde, San José Guayabal, y a todo El Salvador.

Fusil en mano y a cara descubierta, a lo sheriff de película, Vilanova ha neutralizado la gran lacra que asola el país. A la extorsión y los asesinatos de las maras les hace frente con actos que en otros lugares serían anecdóticos, pero aquí, con más de 6.600 homicidios en 2015, suponen poner una cruz en tus planes de vida. "El concepto no es solo salir a vigilar con la policía. En el tema de la seguridad hace falta comunicación y lenguaje", afirma en el jardín de su vivienda, pegada a la plaza principal. "En San José no existe la ley del ver, oír y callar sino la del yo veo, yo denuncio".

Cuando borro un grafiti siento que les quito poder territorial y que le doy fuerza a la autoridad civil
Mauricio Arturo Vilanova, alcalde de <span>San José Guayabal

"El mal avanza por la indiferencia de los buenos", remarca señalando el mensaje impreso en su camiseta. La lucha que soporta El Salvador por culpa de una guerra entre las maras Salvatrucha (MS) y Barrio 18 va a concluir gracias al modelo de este pueblo "chiquito", de 11.000 habitantes dedicados mayoritariamente al cultivo de frijol, maíz o arroz. Lo que algunos ya denominan método Vilanova. "El problema es si el miedo nos invade. Más del 60% de los jóvenes se quieren marchar. Somos un país que exporta exiliados", lamenta antes de ponerse su chaleco antibalas y colgarse el arma que heredó de su abuelo.

Sus actuaciones, explica, se sustentan en dos pilares básicos: prevenir la captación por medio de un control diario en el centro escolar, que acoge a 600 alumnos, y atajar sin contemplaciones cualquier tipo de intimidación. Si aparece un grafiti de alguna de las pandillas en cualquier pared, se borra inmediatamente. O se le hace borrar al propio bicho (miembro de la pandilla). Si se presume que alguien tiene implicaciones en una mara, se le detiene y se le introduce en un registro municipal con su apodo, edad y dirección. Además, hay campeonatos de fútbol, carreras de marcha populares y dos centros —la Casa de la Juventud y el Centro de Información para la Mujer— que ayudan a socializarse de forma sana. "Lo mejor de Guayabal es que la gente no se calla. Cuando se tiene voluntad, se golpea", insiste.

¿Y qué opinan los vecinos? Antes de que los comercios suban la persiana, Encarnación Robles, encargada de 74 años del restaurante Pollo Lindo, asegura que Vilanova "es un ejemplo para todos, alguien muy querido". "A él le debemos un poco la vida", sonríe. Al paso de su furgoneta, varios viandantes aseguran que la situación del pueblo es "muy buena". "Se camina tranquilo. La persecución a los destructores ha sido excelente. La municipalidad tiene agallas", resume Rigoberto Tomasino, vendedor de 58 años.

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Ando armado porque el día que me revienten les voy a reventar yo también a ellos Mauricio Arturo Vilanova, alcalde de San José Guayabal

Por eso lleva en el cargo 15 años. Desde que se presentó por primera vez, en 2000. Las cinco elecciones transcurridas las ha ganado sin apenas oposición, aunque hay quien le tacha de soberbio e incluso evita que alcance protagonismo. Según cuentan sus ayudantes, para no recibir críticas por no hacer lo mismo. "Hay funcionarios que tiran la chibarra con la seguridad, que dicen que no es asunto suyo", sostiene Vilanova mientras muestra cómo tres cuartas partes de su agenda se dedican a mantener el orden.

"Cuando borro un grafiti [algo que conlleva la muerte en aquellos barrios donde campa la delincuencia pandillera] siento que les quito poder territorial y que le doy fuerza a la autoridad civil", opina orgulloso a pesar de que el pasado 19 de diciembre su hija no pudo ir al baile por las continuas amenazas que sufre. Llamadas, mensajes, pintadas. La osadía tiene un precio. "Ando armado porque el día que me revienten les voy a reventar yo también a ellos", remata Vilanova, esperando que las cicatrices sean solo por disparos de balón y no de balas.

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