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La cercada ciudad siria de Madaya se muere de hambre

La ONU logra que Damasco permita la entrada de ayuda tras la muerte de 10 personas

Natalia Sancha

“Vivimos como animales. Nos subimos a los árboles para arrancar sus hojas o cortar hierbas para hervirlas. Entre la basura he llegado a ver piel y restos de huesos de gato”, relata por teléfono desde la cercada localidad de Madaya Abou Ahmed, peón y padre de seis niñas. Al menos 10 vecinos han muerto por la falta de alimentos y otra docena habría perdido la vida al intentar huir de la ciudad, según el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos.

En Madaya, situada a 25 kilómetros al noroeste de Damasco y 11 de la frontera libanesa, nada ni nadie entra o sale. Sellada a cal y canto por una treintena de controles militares de tropas regulares y efectivos de Hezbolá (milicia-partido libanés aliado al régimen de Bachar el Asad), en la ciudad viven 40,000 personas. Entre ellas hay 25.000 desplazados de otras localidades que llegaron buscando refugio. “En todo el mercado apenas podrías recolectar un kilo de arroz, y ello a 245 euros”, dice Abou Ahmed. La falta de alimentos se suma a la ausencia de medicación para los enfermos. “Hay gente intoxicada por consumir medicación caducada y otros por comer plantas tóxicas que a su vez tampoco pueden ser tratados”, explica por teléfono desde Líbano el activista sirio Alí Ibrahim.

Al igual que sucediera con el cerco impuesto por las tropas regulares sirias al campo de refugiados palestinos de Yarmuk en 2014, decenas de imágenes de ancianos y niños en los huesos han inundado las redes sociales haciendo reaccionar a la opinión pública. Este jueves, Naciones Unidas anunciaba que el régimen sirio autorizará la entrada de ayuda humanitaria a Madaya.

Sin embargo, lejos de ser una excepción, hay muchas Madayas en Siria en las que se muere literalmente de hambre. “Cerca de 400.000 personas de 15 localidades cercadas no tienen acceso a la ayuda que necesitan para salvar sus vidas”, se hacía eco hoy Naciones Unidas en un comunicado. Los ancianos, enfermos y niños son los más vulnerables. “No se ve un solo niño jugando en la calle. Mis hijas están postradas todo el día por los suelos sin energía para moverse”, espeta el angustiado padre desde Madaya.

En una guerra que se enquista en su quinto año y que se ha cobrado más de 250.000 almas, el hambre se ha convertido en estrategia bélica, y ello en pleno siglo XXI. Rebeldes y régimen sellan las poblaciones para obligar a los combatientes y soldados a rendirse. Atrapados entre ambos bandos, los civiles pagan la factura.

Una semana atrás, Madaya formaba parte de un intercambio de poblaciones asediadas. De Madaya y la cercana Zabadani, asediadas por Hezbolá y el Ejército sirio, 125 heridos rebeldes y civiles eran evacuados hacia Turquía. Simultáneamente otros 338 soldados civiles y milicianos prorrégimen lo hacían de los poblados chiíes de Foua y Kafraya (al norte de Idlib), en las que 25.000 civiles permanecen cercados desde hace más de un año por facciones rebeldes. Los locales aseguran que la ayuda distribuida por Naciones Unidas, ya sea en Yarmuk o en Zabadani, Mayada, Foua o Kafraya, es irrisoria. En el caso de Mayada, el pasado mes de octubre Naciones Unidas admitía públicamente haber distribuido por error galletas caducadas, provocando varios casos de intoxicación.

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La económica táctica de asfixiar a la población para forzar a los armados a rendirse sin disparar una sola bala se ha mostrado una técnica ineficaz en el conflicto sirio. En mayo de 2014, la primera tregua de este tipo lograba evacuar a unas 2.000 personas, entre ellas 600 combatientes, al norte de Homs. El pasado mes, otras 600 personas entre civiles y hombres armados abandonaban el último barrio en manos rebeldes de la misma ciudad. Un acuerdo similar fracasaba ese mismo mes en Yarmuk. A la ineficaz artimaña se suma una política de transferencia de poblaciones, entre territorio leal y rebelde, vaciando bolsas de civiles que no podrán regresar a sus hogares.

Otros, como los civiles de los tres últimos pueblos en manos de tropas leales, viven desde hace 10 meses asediados por el Estado Islámico en Deir ez Zor, tierra del autoproclamado califato. Y ello a la sombra de los medios de comunicación.

Los escasos alimentos que entran lo hacen desde helicópteros a la base militar. Los vecinos mueren literalmente de hambre. Sin que ninguna ayuda humanitaria haya logrado romper el cerco impuesto en tierra del ISIS, los vecinos beben agua sucia del Éufrates y comen hierbajos. Los pocos alimentos que entran lo hacen de contrabando, nutriendo el lucrativo mercado en el que participan tanto soldados del régimen como rebeldes armados.

Omar Abu Leila, fundador del grupo @deirezzor24, advierte de la grave crisis humanitaria. “La situación es muy crítica. Y va a peor con más aviones sumándose a los bombardeos sobre Deir ez Zor”. Abu Leila asegura que el mes pasado murieron en esa localidad dos niños por falta de alimentación.

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