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Las crecientes turbulencias de la región dañan la estabilidad turca

El presidente Erdogan afirma que el autor del ataque es un suicida de origen sirio

Andrés Mourenza
Un grupo de personas camina por el distrito de Sultanahmet, Estambul, tras las explosiones de este martes.
Un grupo de personas camina por el distrito de Sultanahmet, Estambul, tras las explosiones de este martes.OZAN KOSE (AFP)

Al primer ministro Ahmet Davutoglu y al presidente Recep Tayyip Erdogan —verdadero líder del país— se les multiplican los fuegos con rapidez. Atrapado en el avispero de Oriente Próximo, el Gobierno no ha sabido maniobrar para salir indemne de los conflictos que lo rodean, sino que su política ha llevado a que se extiendan al interior del país, donde la mano dura y la falta de diálogo de los islamistas turcos han provocado una polarización social cada vez mayor.

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Atentado en Estambul

Si 2015 fue un año perdido para Turquía —sembrado de atentados yihadistas, inestabilidad política y enfrentamientos diplomáticos con países como Siria, Irán o Rusia—, 2016 no ha comenzado con perspectivas más halagüeñas. El conflicto entre Irán y Arabia Saudí amenaza con calentar más la región, mientras la guerra de la vecina Siria se cuela en casa.

Los aliados occidentales de Ankara han mostrado, al menos en privado, su desconfianza hacia el Gobierno turco por su cambiante política de alianzas, y sólo el hecho de que haya aceptado hacerse cargo de los más de dos millones de refugiados de Siria presentes en el país le ha reconciliado un tanto con la UE

Otro de los efectos de la guerra en Siria e Irak contra el Estado Islámico (ISIS, en sus siglas inglesas) ha sido el reforzamiento de los kurdos como actor regional, lo que ha contribuido en cierta manera a la reaparición de este conflicto en Turquía. El enfrentamiento con los kurdos ha cobrado fuerza desde que se rompió el proceso de paz el pasado año: el grupo armado kurdo PKK puso fin al alto el fuego en julio y, desde entonces, ha llevado el conflicto a las ciudades, mientras el Gobierno le ha declarado una guerra total, ha bombardeado sus bases en las montañas del sudeste de Turquía y el norte de Irak, enviado a las fuerzas especiales a combatir a sus simpatizantes en las localidades kurdas y detenido a numerosos representantes políticos del nacionalismo kurdo.

Actualmente, está vigente el toque de queda en tres localidades kurdas (Cizre, Silopi y Diyarbakir) en las que barrios enteros están sitiados por las fuerzas de seguridad y los enfrentamientos se prolongan día y noche en su interior. Según el partido prokurdo HDP, 87 personas —buena parte de ellos civiles y al menos cuatro menores de 15 años— han muerto en estos “cercos” durante el último mes. Las fuerzas de seguridad, por su parte, afirman haber matado a más de 300 “terroristas”. De impulsar personalmente las negociaciones de paz, Erdogan ha pasado a repetir que en Turquía “no hay un problema kurdo, sino un problema de terrorismo”.

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Reforma constitucional

Si bien, con su táctica de forzar la repetición de las elecciones en noviembre, el mandatario turco se garantizó estabilidad parlamentaria —los islamistas recuperaron la mayoría perdida en junio—, su estilo de mando ha roto todos los puentes con la oposición, que le acusa de estar únicamente interesado en perseguir su sueño de convertirse en un presidente ejecutivo, para lo que ha iniciado un proceso de reforma constitucional (si bien los islamistas no cuentan con mayoría suficiente para cambiarla en solitario).

Para acallar las críticas, el Gobierno ha incrementado su presión sobre los medios de comunicación. Según denuncia el partido socialdemócrata CHP, el principal de la oposición, 774 periodistas fueron despedidos el pasado año por influencia del Ejecutivo, 156 fueron detenidos y aún hay 32 en prisión. Doscientos profesionales y siete medios de comunicación se enfrentan a investigaciones y los tribunales —fuertemente controlados por adeptos al partido en el poder— decretan la “prohibición de informar” sobre determinados temas cada vez que se produce una situación potencialmente dañina para el Gobierno, como el caso del atentado de este martes.

La economía, una asignatura en la que Erdogan podía presumir, ha comenzado a renquear por la crisis global y la explosiva situación regional. Más de 9.000 millones de euros abandonaron los mercados turcos en 2015, y se prevé que lo hagan más ante la subida de tipos de interés de la Reserva Federal de EE UU y debido a que el Banco Central de Turquía se niega a subir los suyos porque Erdogan ha dado la indicación de que los mantenga bajos. Como resultado, la lira ha perdido el 25% de su valor respecto al dólar y al euro.

Turquía podría haber visto cómo esta depreciación de su divisa favorecía el turismo extranjero, pero las sanciones aprobadas por Rusia (que aportaba más de 3 millones de turistas anuales) así como el miedo a actos terroristas han reducido las expectativas del sector. “Este atentado es muy malo para nosotros. El turismo en Estambul se ha acabado”, explicaba este martes Kazim, un empresario turístico del barrio de Sultanahmet.

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