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El Papa declara la guerra al narco en Michoacán

Francisco se rodea de jóvenes y les advierte de que “un carro nuevo o los bolsillos llenos de plata” son trampas del crimen organizado

El papa Francisco junto al carcenal Alberto Suárez, en Morelia.Vídeo: Gregorio Borgia | El País

Hay un Jorge Mario Bergoglio jefe de Estado, el que se queda callado ante los abusos del régimen cubano para favorecer el diálogo con Estados Unidos. Otro Bergoglio, el obispo de Roma, trata de recuperar a través de sus homilías la esperanza de los cristianos en una Iglesia convaleciente. A un tercer Bergoglio, cabeza del Vaticano, se lo llevan los diablos ante una jerarquía más pendiente de sus privilegios que de los problemas reales de la gente. Y hay, por fin, un cuarto Bergoglio, el párroco porteño, quien en la intimidad de su habitación en la residencia de Santa Marta, tal vez con un mate sobre el escritorio, construye duros discursos contra la corrupción de los políticos, la pederastia en la Iglesia y las mafias del narcotráfico y el crimen organizado. Existe un método muy poco académico, aunque eficaz, para descubrir esta última versión —la más auténtica— de un Bergoglio que llegó a Papa.

Los jóvenes le contaron al Papa que muchos de ellos son víctimas del narcotráfico y que sus familias solo han llorado la pérdida de sus hijos

Durante los viajes al extranjero, los responsables de prensa del Vaticano distribuyen entre los periodistas del vuelo papal —casi al alba y bajo embargo— los discursos que el Papa pronunciará durante la jornada. Suelen ser homilías de apenas dos folios, salvo cuando —como el pasado sábado en la Catedral de la Ciudad de México— contienen una detallada carga de profundidad contra los vicios de la jerarquía eclesiástica. El texto, aunque siempre supervisado por el Papa, no siempre corresponde a su puño y letra. El de hoy sí. Cuando, en el avión con destino a Morelia, los periodistas de la comitiva repasaban el discurso ante los jóvenes de Michoacán en el estadio José María Morelos, se toparon con frases como estas: “La principal amenaza a la esperanza es creerte que por tener un gran carro sos feliz, es cuando te disfrazás de ropas de marca, del último grito de la moda, cuando te volvés prestigio…”. Es la señal. Cuando el porteño aparece en un folio verde —la de versión en castellano— con el membrete del Vaticano significa en la mayoría de los casos que ese discurso es de calibre grueso, que el Bergoglio que es Papa tiene al enemigo bajo la mira y munición para disparar. Y así ha sido en un abarrotado estadio José Morelos y Pavón.

La riqueza de México

“Ustedes”, dijo Francisco a los jóvenes, “son la riqueza de México, ustedes son la riqueza de la Iglesia. Y entiendo que muchas veces se vuelve difícil sentirse la riqueza cuando nos vemos expuestos continuamente a la pérdida de amigos o de familiares en manos del narcotráfico, de las drogas, de las organizaciones criminales que siembran el terror”. Y, consciente de que también los gobernantes estaban escuchándolo en aquel momento, añadió: “Es difícil sentirse la riqueza de una nación cuando no se tienen oportunidades de trabajo digno, estudio y capacitación, cuando el no reconocimiento de unos derechos termina impulsándolos a situaciones límite. No se dejen excluir, no se dejen desvalorizar, no se dejen tratar como mercancía. Jesús nunca los invitaría a ser sicarios. Nunca los mandaría a la muerte”.

Como aquel día de junio de 2014 que, conmovido por la muerte de un niño en un ajuste de cuentas mafioso, decidió viajar a Calabria (Italia) para excomulgar a la organización criminal del país ‘Ndrangheta, hoy en Michoacán el Papa porteño quiso declarar la guerra a las mafias mexicanas del narcotráfico y el crimen organizado. Las mismas que el 15 de septiembre de 2008, en los jardines de la Catedral de Morelia, cometieron el primer atentado narco-terrorista de la historia de México y que, desde entonces, no han dejado de golpear al pueblo de México ante la incapacidad —cuando no la colusión— de las autoridades policiales.

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A unos días del tercer aniversario de su elección, los cuatro Bergoglios —el diplomático, el pastor, el jefe de la curia y el párroco— siguen conviviendo en un asombroso equilibrio, ganando fuera lo que pierde en el Vaticano, tratando de hilar alianzas con cubanos y ortodoxos rusos por la mañana y arreándole al narcotráfico por la tarde. Un Papa imprevisible, sobre todo, cuando habla en porteño.

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