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Partida de go sobre el tablero asiático

Los dos grandes adversarios estratégicos de este siglo, EE UU y China, mueven sus fichas en la disputa por la hegemonía militar

Lluís Bassets
Fotografía difundida por la agencia oficial de noticias de Corea del Norte de un desfile en Pyongyang para celebrar el lanzamiento, el 7 de febrero, de un cohete de largo alcance.
Fotografía difundida por la agencia oficial de noticias de Corea del Norte de un desfile en Pyongyang para celebrar el lanzamiento, el 7 de febrero, de un cohete de largo alcance.AFP

El go es un juego estratégico. Cada jugador debe conquistar el mayor número de casillas en un tablero de 19 por 19 mediante la colocación de sus piezas, negras y blancas, una en cada jugada, de forma que rodeen y ahoguen a las del adversario. Las partidas son lentas y sin sobresaltos. Las victorias no son súbitas, sino por incremento del territorio conquistado: al final hay que contar las casillas de cada uno para saber quién gana.

Un juego similar es el que se está produciendo sobre el tablero asiático entre los dos adversarios estratégicos del siglo XXI, que son China y Estados Unidos. Es bien clara la secuencia de acontecimientos, o si se quiere de jugadas, solo en lo que va de año.

El 6 de enero, Corea del Norte realizó su cuarta prueba nuclear, presentada por el régimen como la detonación subterránea de su primera bomba de hidrógeno o de fusión, de mucha mayor capacidad destructiva que la fisión nuclear. El 7 de febrero dio un paso más con el lanzamiento de un cohete de largo alcance, capaz de llegar hasta territorio americano, bajo la excusa de que se trataba de colocar un satélite en la órbita terrestre.

La respuesta no se hizo esperar. Corea del Sur ha pedido a Estados Unidos la cobertura de un sistema de defensa antimisiles y ha cerrado la zona industrial de Kaesong, en territorio norcoreano, donde sus empresas emplean a trabajadores del norte. Washington ha mandado aviones bombarderos B-52 y cazas invisibles (Stealth) a sobrevolar Corea del Sur en acciones simbólicas de apoyo y anuncia sanciones contra Pyongyang. También las prepara el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, aunque habrá que esperar los matices que puedan introducir chinos y rusos.

Corea del Norte es el único país firmante del Tratado de No Proliferación (TNP) que se ha retirado formalmente de su compromiso. También el único que ha realizado pruebas nucleares en el siglo XXI, en flagrante incumplimiento de las resoluciones internacionales. Esta es la segunda bomba lanzada por el actual líder, Kim Jong-un, de 33 años, tercer dirigente de la dinastía comunista al cargo del llamado reino ermitaño desde 2012.

La familia comunista reinante de los Kim dedujo de las experiencias de Sadam Husein y Gadafi que la única garantía de supervivencia es un arma nuclear a punto de usar. Husein no llegó a alcanzarla y Gadafi renunció a hacerlo, y ya se vio cómo les fue. Todas las energías de Kim Jong-un se concentran en su obtención para asentar su poder personal dentro y utilizar la amenaza fuera. El último de los Kim cuenta con una larga experiencia de su padre y su abuelo en el uso combinado de la diplomacia y del chantaje para obtener concesiones occidentales desde una posición de debilidad.

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Taiwán y Corea del Norte son piezas de un sistema de equilibrios en el que nada se mueve sin repercusión

La progresión de este programa nuclear sitúa a Corea del Sur y Japón en la difícil tesitura de exigir mayor protección de Estados Unidos o, en caso contrario, plantearse la posibilidad de obtener el arma nuclear en contravención del TNP. China no puede admitir ninguna de las dos opciones y no tiene más remedio que acogerse a la interpretación más apaciguadora de la exhibición nuclear norcoreana: no hay que exagerar, la prueba termonuclear es una bravuconada, y el misil de largo alcance, un simple lanzamiento de un satélite orbital.

El desafío coreano es un revés a la política antiproliferación tras el éxito conseguido con Irán, verificado precisamente el 16 de enero entre las dos pruebas norcoreanas. El pacto nuclear con Teherán ha demostrado la eficacia del régimen de sanciones combinado con el mantenimiento de una amenaza de bombardeos aéreos contra las instalaciones en caso de fracaso de las conversaciones.

El palo y la zanahoria está visto que funcionan en un país como Irán, que cuenta, a pesar de la rígida dictadura de la casta clerical, con una sociedad civil cada vez más activa, un pluralismo político restringido dentro del régimen y una economía que necesita la apertura para atender a una población urbana en ascenso y con aspiraciones de alcanzar a las clases medias globalizadas. En el caso de Corea, en cambio, la dictadura es estrictamente familiar, todo atisbo de sociedad civil ha sido destruido, no hay pluralismo de ningún tipo y la única economía viable es la utilización de la amenaza nuclear para obtener recursos.

La auténtica e indirecta respuesta china al envite norcoreano ha llegado con el despliegue de misiles tierra-aire con 200 kilómetros de alcance en la isla de Woody, uno de los peñascos del archipiélago de las Paracelso, cuya soberanía también reivindican Taiwán y Vietnam. La noticia se conoció en la cumbre EE UU-ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático), celebrada en California los días 15 y 16 de febrero, y no hay duda que desencadenará la habitual respuesta de Washington, consistente en mandar su flota o sus aviones para que reivindiquen en los hechos la libertad de navegación y de sobrevuelo sobre las aguas disputadas por Pekín.

Taiwán y Corea del Norte, tan lejos una de otra y tan dispares, sobre todo en bienestar, libertades y riqueza, son piezas simétricas de un sistema de equilibrios en el que nada se mueve en un punto que no tenga repercusión en el otro. La isla de soberanía reivindicada por China es prooccidental, mientras que Corea del Norte tiene como único amigo y aliado a China. En Taipéi acaba de ganar las elecciones una presidenta independentista, mientras que en Pyongyang reina un joven monstruo totalitario en medio del mayor misterio sobre las bases de su poder. En ambos casos hubo una guerra civil que condujo a la separación y está viva la idea de una improbable reunificación, la isla con China y Corea del Norte con su hermana del sur.

Según el historiador Robert Kaplan, “fue la guerra de Corea entre 1950 y 1953, con la épica participación de China, lo que salvó a Taiwán de una invasión desde el continente en un momento en que el régimen de Chiang Kai-shek era muy vulnerable” (Asia’s Cauldron. The South China Sea and the End of a Stable Pacific, Random House). Cuando EE UU avanza sus piezas en la península coreana, ante la petición de auxilio de sus aliados (Seúl y Tokio), China avanza también las suyas en el mar del Sur de la China frente a Taiwán. El go, definitivamente.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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