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Elecciones en Perú 2016
Columna
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Sorpresas

Todo parecía previsible, con Keiko Fujimori al frente, pero el escenario ha cambiado de repente

Gustavo Gorriti

Este es un verano particularmente caliente en Lima y el calor se refleja, irradia y crece en el cemento, asfalto y tráfico sin reglas de la ciudad desarbolada.

En ese calor se despliega la corta, intensa y sucia campaña electoral hacia un desenlace ya cercano pero todavía imposible de prever. La campaña comprende todo el Perú, pero Lima la marca con fuerza, aunque a veces la provincia le cambie la dirección.

La campaña electoral se define en los tres meses del verano. Hay quienes la empiezan antes, pero eso no garantiza nada. Lourdes Flores, por ejemplo, recorrió el país durante cuatro años y fue derrotada en cuatro días por Alan García en 2006, que le ganó el pase a la segunda vuelta, en la que derrotó a Ollanta Humala.

En esta campaña, Keiko Fujimori, que también hizo con diligencia su tarea geográfica después su derrota el 2011, ha encabezado cómodamente hasta ahora la carrera, distanciada con claridad de los dos pelotones que la siguen —el primero, de los candidatos entre quienes se pensaba iba a emerger el contrincante que le disputara la segunda vuelta, y finalmente entre el cinco por ciento y los decimales—, el pelotón de los miniaturizados por la estadística, el pitufo, el bonsai, como quieran.

Hasta bien entrado enero, todo parecía más o menos previsible. Keiko Fujimori, la hija del dictador, que había maniobrado con habilidad hacia el centro, distanciándose de los extremos indefendibles de su padre sin renunciar a su legado, duplicaba en intención de voto a su más cercano contrincante. Entre los cuatro que integraban este pelotón con perspectivas, había dos expresidentes, un ex primer ministro y ministro de Economía; y un magnate self-made de la educación privada de bajo costo y dudosa calidad. Salvo este último, todos los otros eran aceptables (con un ránking de preferencias, por supuesto), para las elites económicas —profundamente conservadoras, incultas pero con barniz y sobre todo con gran astucia cortesana; hábil en sonrisas, toxinas, esnobismos, corrupciones y celadas— que controlan este país la mayor parte del tiempo. Pero no todo.

De repente, antes de lo esperado, el escenario cambió con una rapidez que sorprende incluso aquí. Primero se descuadernó el pelotón principal. El expresidente Alejandro Toledo perdió piso y resbaló primero a la escala bonsai, de ahí a la nano antes de perderse en los agujeros negros de la estadística.

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Luego siguió, en ritmo más lento pero seguro, la entropía de Pedro Pablo Kuczynski, el economista y hombre de negocios. Su campaña cambió casi todo, menos al candidato, y siguió cayendo.

Casi a la par empezó a desinflarse la candidatura de Alan García. Experimentado en estratagemas y contracampañas, García las puso en juego, pero continuó perdiendo piso y equilibrio. Cuando aterrizó en un inestable 5%, renegó de las encuestas y de casi toda fe electoral, menos en la de su eventual rebote.

Desde el grupo pitufo, creció muy rápido Julio Guzmán, el tecnócrata que apareja conocimiento de la economía con una corta trayectoria política. Como escribí en otra oportunidad, hizo su campaña por debajo del radar, en las redes sociales, y emergió en los tres meses decisivos con energía y viento a favor. Hacia el 20 de este mes había pasado a todos sus competidores y ocupaba, con distancia, el segundo lugar. Lo más importante es que en los simulacros de segunda vuelta empataba con Keiko Fujimori, que empezó por primera vez a perder votos.

Otros dos candidatos pequeños iniciaron a la vez el crecimiento: la de izquierda, Verónika Mendoza, después de un inicio torpe, mostró sinceridad, inteligencia y un sentido de oportunidad que permitió que su ascenso se encuentre con el descenso de Alan García. Alfredo Barnechea, una persona bien leída que al haber pasado quizá la edad para desarrollar un perfil kennedyano escogió el partido del expresidente Belaude para presentar una candidatura keynesiana, también ha encontrado en su ascenso a García.

Las cosas en el Perú, empero, no se procesan así de fácil. Con el respaldo tácito o explícito de las candidaturas de Fujimori, Kuczynski, García y el golpeadísimo Acuña, además de buena parte de los sectores empresariales y sus orquestas de lobistas y opinólogos, el Jurado Nacional de Elecciones declaró improcedente la candidatura de Guzmán, por imperfecciones administrativas menores que, si fueran aplicadas a los demás, no dejarían candidatura en pie.

Los argumentos fueron los típicos de una corte de fariseos. La ley es la ley (y la trampa es la trampa). Guzmán apeló, pero sobre todo una fuerte protesta por lo que fue visto como un ataque al derecho de sufragio efectivo de millones de votantes provocó el retroceso del Jurado Electoral.

Guzmán sigue en campaña. La elección es el 10 de abril. Vamos a tener un marzo memorable.

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