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La periferia São Paulo, la desilusión de quienes callan

Mientras unas 500.000 personas protestaban en el centro, muchas otras seguían ajenas

Felipe Betim
Protestas por las calles de Sao Paulo.
Protestas por las calles de Sao Paulo. Paulo Fridman (Bloomberg)

Mientras cientos de miles de personas protestaban el pasado domingo en Brasil, Eliane de Jesús visitaba a su hijo, de 17 años, en un centro de menores por tráfico de drogas. Ambos forman parte de otro Brasil, cuya voz no ha resonado desde que arrancaron las protestas contra el Gobierno de Dilma Rousseff: el que vive en la periferia de las ciudades y lejos de donde se celebran las manifestaciones. Eliane también está en contra del Gobierno y quiere “que esta mujer se vaya de una vez”. Al final, “los precios han subido mucho”, cuenta esta vecina de Vila Calu, al sur de la ciudad de São Paulo. No ha pensado en ocupar las calles para exigir sus derechos. Pero si lo hiciera, sería por dos motivos: “En contra de los maltratos en el centro donde está mi hijo. Y por la merienda en las escuelas. A mis hijos solo les dan café y galletas”.

Mientras unas 500.000 personas protestaban el pasado domingo en la Avenida Paulista, muchas otras seguían ajenas a las manifestaciones en la periferia de São Paulo. Según varios estudios, cerca del 70% de los que suele manifestarse contra el Gobierno cobra más de cinco sueldos mínimos (1.100 euros) al mes. Se trata de una minoría en un país donde la mayoría vive con muy poco. Pese a que no se suman a las protestas, ninguno de los entrevistados está contento con el Gobierno de Rousseff, con solo un 10% de popularidad, según las encuestas. La mayoría de ellos también es favorable a su destitución. Al final, pertenecen a las clases media-baja y pobre, los más afectados por la crisis. Sobre todo por el aumento de la inflación y del paro, que se acercan al 10%.

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¿Por qué, entonces, no participan de las protestas? ¿Qué opinan sobre el Gobierno?

Karoline Luz, que vive en Recanto Verde do Sol, cuenta que votó a Rousseff porque es mujer, pero que luego se decepcionó por la corrupción. “Pero mejor dejarla en su puesto que sustituirla por alguien peor”, argumenta la joven, de 22 años y recién desempleada. “Creo que protestar es una pérdida de tiempo, luego no pasa nada. Pero sí saldría a la calle por mejor transporte y sanidad pública”.

Alaíde, de 33 años, tampoco suele manifestarse. “¡Ni siquiera voto!”, cuenta. Esta vez, sin embargo, sí tenía muchas ganas de participar del proceso democrático. Al final decidió no acudir al acto porque sus amigas no quisieron, pero se dice preocupada con sus amigos en paro. “Soy niñera. Pero si fuera ingeniera, me gustaría trabajar con esto, ¡y no cuidando de un niño! Y veo que mis amigos que han estudiado muchísimo tiene que aceptar cualquier cosa… Protestaría por ellos, por el desempleo”, explica.

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Sentada y sujetando un bolso, encogida, Eliane de Jesus acaba de ver a su hijo en el centro de menores. Para ella, la escuela debería reunirse con las familias para debatir más y buscar soluciones para mantener a sus niños lejos del tráfico de drogas. ¿Sabe que este es un problema del Gobierno de São Paulo? “¿Sabes qué pasa? No suelo hablar sobre política. Eres el primero que me pregunta”, contesta.

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Sobre la firma

Felipe Betim
Nacido en Río de Janeiro, ha desarrollado su carrera en EL PAÍS. Escribe sobre política, temas sociales y derechos humanos entre otros asuntos. Es licenciado en Relaciones Internacionales por la PUC-Río y Máster de periodismo de EL PAÍS/Universidad Autónoma de Madrid.

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