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Dimite el Gobierno no reconocido de Trípoli

Las principales instituciones financieras respaldan al Ejecutivo que apoya la ONU

Francisco Peregil
Ciudadanos de Trípoli se manifiestan a favor del Ejecutivo impulsado por la ONU, el 1 de abril en la Plaza de los Mártires. La pancarta dice: "El Gobierno de Unidad me representa"
Ciudadanos de Trípoli se manifiestan a favor del Ejecutivo impulsado por la ONU, el 1 de abril en la Plaza de los Mártires. La pancarta dice: "El Gobierno de Unidad me representa" HANI AMARA (REUTERS)

La ONU y la comunidad internacional están de enhorabuena. El autoproclamado “Gobierno de Salvación” de Trípoli, respaldado por milicias islamistas, comunicó este martes por la noche su dimisión a través de un comunicado. No le quedaba otra. Las principales autoridades financieras del país, incluso las milicias que hasta hace una semana le apoyaban, habían expresado su lealtad del Gobierno de Unidad impulsado por la ONU. Faiez Serraj, el primer ministro apoyado por la ONU, que vivía hasta la semana pasada exiliado en Túnez y que tuvo que llegar el miércoles pasado en un barco a Trípoli porque le habían cerrado el aeropuerto, ha ido acaparando día a día más poder.

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A partir de ahora, en Libia ya no hay tres Gobiernos excluyentes, sino solo dos: el de Unidad Nacional y el de Tobruk, en el este del país. El choque de trenes y el baño de sangre que se presagiaba en Trípoli no se ha producido.

“En las calles", explica por teléfono un periodista libio que solicita el anonimato, "se ven menos milicias. Antes de que llegara Serraj a Trípoli había milicias distintas en cada barrio. Ahora, solo patrullan policías y gendarmes, el equivalente a la Guardia Civil de España”. Serraj desembarcó el miércoles en Trípoli junto a seis de los nueve miembros del Consejo Presidencial apoyado por la ONU, se hospedó en una base naval y el suelo de Trípoli no tembló ni se partió por la mitad como hacían prever todas las amenazas que recibió.

El jefe del Gobierno de Salvación, Jalifa al-Ghweil, advirtió el pasado jueves que Serraj solo tenía dos caminos: volver por donde habían venido o entregarse a la Justicia. Lo dijo en un mensaje retransmitido por la cadena de televisión Nabaa TV, próxima al Gobierno de Trípoli. La respuesta, sin embargo, fue que varios milicianos afines al Gobierno de Unidad asaltaron la sede del canal y la programación fue sustituida por una leyenda que decía: “Los residentes de Trípoli han cerrado este canal que incitaba a la guerra y el odio”. A partir de ahí, Serraj y la ONU han ido ganando fichas a su favor.

Los presidentes de las dos instituciones clave de Libia han declarado su apoyo al Gobierno de Unidad. Se trata del Banco Central —que es quien reparte los salarios a todas las milicias y fuerzas armadas del país, sean del bando que sean— y la Empresa Nacional de Petróleo, principal fuente de ingresos en Libia. Además, los alcaldes de los 10 principales municipios de la costa oeste también han comunicado su lealtad al Ejecutivo impulsado por la ONU. Ese es un paso clave para controlar la carretera que va desde Trípoli a la frontera con Túnez y estabilizar el país. Por si todo eso fuera poco, Serraj contó desde el primer día con algunas de las milicias más poderosas de Trípoli, como la del salafista Abdulrauf Kara, el principal enemigo del Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) en la capital.

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Pero a pesar de la dimisión del Gobierno de Salvación, los desafíos que aguardan a Serraj son gigantescos. El país sigue teniendo dos Gobiernos excluyentes, sin contar con el del ISIS, que controla 200 kilómetros de costa alrededor de la ciudad de Sirte. Además del Gabinete que apoya la ONU, en la ciudad de Tobruk se encuentra la sede del Parlamento que hasta hace dos semanas contaba con el respaldo de la comunidad internacional. Y allí reina el general Jalifa Hafter, al mando de lo que él proclamó en 2014 como Ejército Nacional Libio. Él es el principal enemigo de las milicias de Misrata y Trípoli. Para su gente es un héroe y para las milicias islamistas de Misrata y Trípoli es un criminal de guerra. Hafter ni ha entregado las armas ni ha reconocido al Gobierno de Unidad.

Serraj tendrá que poner orden también en el caos económico. Libia está sufriendo desde principios de año un corralito por el que la mayoría de los ciudadanos se ven obligados a retirar un máximo de 300 dinares al mes, equivalente a 80 euros en el mercado negro.

Aparte de esos obstáculos, queda por responder la gran pregunta: ¿Cómo hará Serraj para conseguir que las milicias vayan entregando poco a poco sus armas? El citado periodista libio señala: “Muchos de nosotros sabemos que aunque las milicias ahora no se ven por las calles siguen estando aquí. Siguen controlando la economía. Son los que tienen el poder. Dejarán que el Gobierno de Unidad se asiente en Trípoli mientras les permitan seguir manteniendo sus negocios ilegales. Desde el Gobierno de Unidad nos dicen que, hoy por hoy, no tienen más remedio que confiar en esas milicias. Y que poco a poco lograrán implantar un Ejército regular”.

Hasta esta semana no funcionaba ninguna embajada en Libia. Pero Túnez ya ha reabierto la suya y el ministro de Exteriores francés, Jean-Marc Ayrault, ha dicho este martes que su país será el primero de Occidente en reabrirla para mandar un mensaje de fuerza y estabilidad a los terroristas. El enviado especial de la ONU para Libia, Martin Kobler, también quiso reforzar con su presencia ayer en Trípoli al Consejo de Presidencia. Y declaró sentirse abrumado por el calor recibido por la gente de la capital. La situación ha cambiado mucho respecto al pasado 1 de enero, cuando Kobler se vio obligado a interrumpir la conferencia de prensa que ofrecía en el aeropuerto de Trípoli y tuvo que marcharse de la ciudad antes de lo previsto.

Calle a calle, barrio a barrio, ciudad a ciudad, el Gobierno que apoya la ONU y toda la comunidad internacional van tomando las riendas del país. Y sin derramar sangre. Por ahora.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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