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Tribuna
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Quién es quién (El Ubérrimo, Córdoba)

Uribe no es un prócer del siglo XIX, es el populista más popular de la nueva Historia de Colombia

Ricardo Silva Romero

Mario Vargas Llosa sabe bien quién es Álvaro Uribe Vélez: no fue por incauto ni por bonachón que invitó al expresidente colombiano a la celebración de sus ochenta años. Y allá él, y allá ellos: hoy no voy a caer en la trampa de estigmatizarlos, ni en la tentación de reducirlos a sus moralejas o a sus contradicciones, y la verdad es que tampoco se me ha pasado por la cabeza –para arruinarme la felicidad de leerlo, digo– que Gabriel García Márquez se asoleara en calzoncillos con el expresidente cubano Fidel Castro Ruz. Pero para aquellos lectores inocentes que se hayan quedado atrás pensando que Uribe Vélez es un heroico líder en el exilio, luego de leer sus respuestas temerarias a las preguntas que le hicieron en este mismo diario el pasado martes 29 de marzo, no sobra recordar unas cuentas obviedades.

Uribe Vélez denunció la debacle colombiana en El País a punta de las verdades a medias de siempre. Y ante la posibilidad de que se firme con las desquiciadas Farc el acuerdo de paz, que tanto buscó su gobierno, no sólo fue capaz de lanzar acusaciones como que la guerrilla está armando “la justicia a la que se va a someter”, que el gobierno autorizó a los guerrilleros a sembrar coca en el nororiente y que su sucesor en la presidencia soborna a los periodistas con contratos, sino que además, como arrojando un maleficio, predijo que “la impunidad consagrada en el acuerdo es la partera de nuevas violencias”. No es, pues, un prócer del siglo XIX –Bolívar perseguido por sus ideas libertarias– forzado a reagrupar las fuerzas patrióticas en cierta isla napoleónica: es el populista más popular de la nueva Historia de Colombia.

Que nadie allá en España se preocupe por él, mejor dicho, que él aquí no es la excepción, sino la regla; no es un desposeído arrinconado en busca de justicia social, sino un terrateniente todopoderoso, el señor de la hacienda El Ubérrimo, en el estómago del departamento de Córdoba, que estos últimos 35 años ha estado tomando decisiones “contrarrevolucionarias” por Colombia; no es un intelectual desterrado por defender del comunismo a la democracia, sino un idolatrado expresidente convertido en un vehemente senador de la República que goza del extraño privilegio de decir lo que le viene en gana por más calumnioso e injurioso que sea; no es un indefenso acechado por los tribunales de una dictadura, sino un político omnipotente e invulnerable que ha logrado que las condenas a sus más cercanos colaboradores suenen a caza de brujas.

Sí, es el gran defensor de las libertades en Venezuela: igualito a Vargas Llosa. Pero también es el peor enemigo que hayan tenido los expuestos periodistas colombianos.

El mismo martes 29, en la madrugada colombiana, Uribe Vélez osó llamar al columnista Yohir Akerman –hijo de un asesor de paz de su gobierno– “desteñido militante del ELN que busca notoriedad con la honra de los míos y la personal”. Por qué lanzó esa sentencia: porque Akerman recordó en su columna que en 1991 una agencia militar norteamericana, la DIA, sumó a Uribe –entonces también un senador– a una lista de “personajes relacionados con el narcotráfico” que aún es un enigma. Pero Uribe también tuiteó ese veredicto porque lo suyo ha sido llamar “cómplice del terrorismo”, como colgando una lápida, a cualquier periodista que pregunte demasiado. Es, en cuestiones de libertad de expresión, el opuesto a Vargas Llosa. Y sin embargo cuenta con el respaldo irrestricto de una buena parte de los colombianos.

Que nadie allá en España se preocupe por él: él es el poder. El sábado 2 de abril montó bajo la lluvia una exitosa marcha contra la paz, como cualquier Trump, porque la institucionalidad es su obstáculo, y el gobierno es, en fin, su oposición.

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