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DE MAR A MAR
Columna
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Un mes a ciegas

Es una incertidumbre corta. El misterio es cómo quedará Brasil tras el tornado

Carlos Pagni

Los fuegos artificiales iluminaron el cielo de los barrios de clase media de Río, São Paulo y Salvador. El domingo por la noche en las grandes avenidas brasileñas había un clima triunfalista. La Cámara de Diputados había admitido el impeachment contra la presidente Dilma Rousseff. Habrá que esperar unos meses para saber si la fiesta está justificada. En lo inmediato, el país ingresa en una rara transición. El Supremo Tribunal Federal contradijo la interpretación legislativa: Dilma no debe retirarse cuando el impeachment es aceptado, sino cuando los senadores lo hayan convalidado. Se descuenta que eso ocurriría el 12 de mayo. Hasta entonces, el Partido de los Trabajadores irá pasando a la oposición, mientras el vicepresidente Michel Temer y sus aliados elaboran un nuevo oficialismo. Una extraña transición durante la cual Brasil estará a ciegas.

Nadie supone que el Senado pueda revertir el infortunio de Rousseff. Cálculos de la semana pasada ya imputaban 45 votos en su contra. Cuatro más de los necesarios para abrir el enjuiciamiento. Sin embargo, hasta que se resuelva esa encrucijada, la presidente seguirá tomando medidas. ¿Designará nuevos funcionarios? ¿Castigará a los protegidos de legisladores que se pronunciaron en su contra? La Constitución le asigna un poder enorme, para cuyo ejercicio no requiere del Congreso. Ella lo ejercerá. Y sus rivales cuestionarán cada decisión.

La incógnita es qué velocidad tendrá el proceso. La respuesta está en manos de Renan Calheiros, el presidente del Senado, que pertenece al PMDB, el partido de Temer. Hasta hace 10 días, Calheiros fue un aliado de la presidente. Pero desde entonces esa fidelidad está siendo matizada. Calheiros es un experto en transiciones: en 1992 pasó de ser asesor de Fernando Collor de Melo a promover su impeachment. 1998 lo encontró convertido en ministro de Justicia de Fernando Henrique Cardoso. Cuatro años más tarde se convirtió en uno de los pilares de Lula da Silva en el Congreso. Calheiros está siendo investigado en el caso Petrobras. Muchos suponen que podría negociar su impunidad a cambio de acelerar la asunción de Temer. Eduardo Cunha, el presidente de la Cámara de Diputados, está en la misma situación.

Nadie supone que el Senado pueda revertir el infortunio de Rousseff

La hipótesis de negociar consenso por impunidad es alocada. El juez Sérgio Moro parece imperturbable. En los tribunales brasileños suponen que el expediente Lava Jato va adelantado siete meses respecto de la información que se filtra al periodismo. No sólo el destino de Calheiros es incierto. Lula deberá seguir luchando para no terminar preso. Ya no contará con la prerrogativa de que su pupila Rousseff le provea fueros incorporándole a su Gabinete. Sobre Lula, y sobre toda la dirigencia brasileña, comenzó a posarse una nube negra: Marcelo Odebrecht, el mayor empresario del país, está negociando con los jueces proveer informaciones escabrosas para que le reduzcan la pena.

El destino de Dilma es más modesto. Lo más probable es que se eclipse. El PT se irá deshidratando. Tal vez pierda diputados. Pero habrá un elenco duro que permanecerá. Es el de los que divulgan por las redes sociales la imagen de Temer pegada a la de Frank Underwood. Denuncian un golpe, para pasar a la guerra. Agitarán dos banderas. El reclamo de elecciones, con la consigna “directas ya”, que se repetía durante la dictadura militar. Y la resistencia a un ajuste sobre los desamparados. Este último argumento interpela a Temer. Los mercados le reclaman un reordenamiento basado en un recorte del gasto y una reforma impositiva. Pero sus aliados políticos le recuerdan que no debe facilitar los ataques de la izquierda populista, que pretende deslegitimarlo.

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Esta tensión condiciona la formación del Gabinete. Temer está obligado a convocar personas intachables. Y a controlar el significado político de la selección del ministro de Hacienda. El prestigioso Arminio Fraga ya rechazó un ofrecimiento. El nombre de Henrique Meirelles sigue circulando. Pero con objeciones de eventuales aliados de Temer. Fernando Henrique Cardoso confiesa preferir “a alguien que tenga una visión”. Meirelles fue el presidente del Banco Central con Lula. Ese antecedente le juega a favor y en contra. En las últimas horas sube la cotización de Murilo Portugal. Pero lo debilita ser el titular de la federación de bancos. El descarte va llevando a José Serra. Es el principal interlocutor del PSDB con Temer. El partido de Cardoso podría aportar otros ministros. Rubens Barbosa, por ejemplo, para la cancillería. Son incertidumbres de corta duración. El verdadero misterio de la escena brasileña es cómo quedará la escena luego del tornado. Es habitual en estos días escuchar que del Mani Pulite italiano del 92 derivó la poco edificante experiencia Berlusconi. Pero los brasileños son optimistas casi patológicos. Prefieren recordar que, del último impeachment, el de Collor, emergió el Gobierno gris de Itamar Franco. Fue la modesta plataforma desde la que Cardoso lanzó el Plan Real, la reforma más ambiciosa que conoció la economía en la historia reciente del país. La fragilidad puede ser muy productiva.

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