_
_
_
_
_

Asesinado un general tutsi en un ataque con granadas en Burundi

La víctima, asesor del vicepresidente, fue tiroteado cuando iba a llevar a su hija al colegio

Athanase Kararuza en una imagen tomada el pasado 5 de febrero.
Athanase Kararuza en una imagen tomada el pasado 5 de febrero.ISSOUF SANOGO (AFP PHOTO)
Más información
Burundi se precipita a su peor crisis tras la guerra civil
El mediador de la ira
Ruanda acusa y veta a Francia
Francia, juez y parte en el genocidio de Ruanda

El general burundés tutsi Athanase Kararuza ha muerto este lunes por el ataque con granadas y cohetes lanzado por un grupo de hombres armados no identificado, según han confirmado las autoridades burundesas. Kararuza y su esposa acompañaban a su hija a la escuela Saint-Esprit. Las dos han muerto también durante el ataque. El general era consejero en Seguridad y Defensa del vicepresidente de Burundi. Acababa de regresar hacía apenas unos meses al país. Después de pasar dos años en República Centroafricana, donde fue el numero dos de la MISCA (Misión Internacional de Apoyo a República Centroafricana), a finales de 2015 cambió la crisis centroafricana por la de su propio país, que acumula desde hace un año los peores ingredientes para una guerra civil desenfrenada. 

Coincidiendo con el incremento de la tensión, la fiscal general de la Corte Penal Internacional, Fatou Bensouda, ha anunciado esta mañana que abrirá un “examen preliminar” sobre la violencia en Burundi. Bensouda dice que tras haber recibido informes de “asesinatos, encarcelamientos, actos de tortura, violaciones y violencias sexuales” ocurridos en Burundi durante el último año, la CPI abrirá examen.

Los ataque selectivos se han convertido en habituales en Bujumbura, la capital del país, y el propio presidente, Pierre Nkurunziza, apenas pasa por la capital. Rodeado siempre de militares y policías, y de un espectacular convoy de una cincuentena de vehículos, Nkurunziza se ha instalado en la segunda ciudad del país, Gitega.

A un paso de la guerra

Tras un año de crisis, con más de 400 muertos y 240.000 desplazados, la espiral de violencia va calando en los barrios, y, lejos de apaciguarse, la situación va carcomiendo el país. El pasado 11 de diciembre, Bujumbura amaneció con 87 cadáveres en la calles, algunos con las manos atadas y disparos en la espalda, en el peor episodio desde que empezó la crisis.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

La Unión Africana (UA) reaccionó entonces y anunció el envío de tropas de paz a Burundi, una misión de estabilización formada por 5.000 hombres. “África no va a permitir otro genocidio sobre su suelo”, dijo su Consejo de Paz y Seguridad en una contundente declaración, que es también una preocupante referencia al genocidio de la vecina Ruanda. Preocupado por el peligroso rumbo que está tomando Burundi, el comisario de Paz y Seguridad, Smail Chergui, advertía que “las matanzas deben cesar inmediatamente”.

Pero el Gobierno burundés no autorizó el despliegue de la UA. Los parlamentarios se oponen a la intervención porque la consideran más bien una “fuerza de invasión”. Ven la intervención como una manipulación y cuestionan sus intenciones. Es precisamente el uso de la palabra “genocidio” la que irritó a la Asamblea Nacional burundesa.

La crisis actual en Burundi estalló a finales de abril, cuando el presidente Pierre Nkurunziza anunció que se volvería a presentar a la reelección, no permitida por la Constitución. La oposición se lanzó a la calle y la feroz represión no ha cesado desde entonces. Empeñado en repetir, Nkurunziza mantuvo y celebró las elecciones bajo tensión en julio a pesar de la inseguridad, de las protestas y del boicot, y ahora vuelve a ocupar la presidencia.

El presidente acalla cualquier rebelión con militares, policía y los llamados imbonerakure, las juventudes del partido convertidas en una especie de milicia armada. La aparición y prácticas de los imbonerakure (que significa “los que ven lejos”) activa reminiscencias del genocidio ruandés, ejecutado en buena parte por los interhamwe, que fueron también juventudes del partido al poder, convertidas en macabra maquinaria de matar.

La convulsión actual en Burundi surge de un enfrentamiento político sin germen étnico, pero las fricciones, cada vez más desbocadas, se producen en un país donde las heridas históricas no han sanado aún. Las oleadas de masacres entre hutus y tutsis, como en su vecina y prima histórica Ruanda, han marcado las últimas décadas. El polémico presidente Nkurunziza, exlíder de un grupo rebelde hutu, perdió a su padre durante las matanzas étnicas de 1972. Las tensiones no han desaparecido, tanto en su territorio como en la mermada región de los Grandes Lagos de la que Burundi es pieza y parte.

El país tiene como vecinos a Congo, hacia el oeste, escenario de la guerra más mortífera del planeta, y a Ruanda, por el norte, que monitoriza con autoritarismo la resaca de un genocidio de un millón de muertos. Ocurrió hace solo 21 años.

Entre las tres naciones, a través de los lagos que mojan algunas de sus fronteras o de los bosques que dibujan sus límites, cruzan armas, municiones, grupos armados y también minerales que acaban en el mercado mundial. El oro, el estaño, y sobre todo, el coltán, transitan por una región tan estratégica como violentada. El coltán, uno de los minerales más valioso del mundo, es imprescindible para el funcionamiento de teléfonos móviles, ordenadores y tabletas, y es en este punto incandescente, cuna de las reservas más grandes del mundo, que nace su comercio internacional.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_