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Al Sisi recurre a la política de mano dura para salir de una era convulsa

Egipto pugna por estabilizarse bajo un régimen represivo tras el colapso de la revolución de Tahrir

Juan Carlos Sanz
El presidente Abdelfatá al Sisi interviene en un acto, este martes en El Cairo
El presidente Abdelfatá al Sisi interviene en un acto, este martes en El Cairo HANDOUT (REUTERS)

No falta ahora en Egipto quien echa de menos los últimos años de la dictadura de Hosni Mubarak, con la economía creciendo por encima del 10% anual y una relativa tolerancia política. Para la mayoría, la revolución de Tahrir que le descabalgó del poder en 2011 fue como un sueño seguido de pesadillas de las que aún no se ha despertado. Con un crecimiento anual del Producto Interior Bruto del 4,2% en 2015 y una previsión similar para este año, la economía del país norteafricano más poblado (más de 90 millones de habitantes), trata de salir a flote tras atravesar una era de convulsiones en su historia.

Observan de soslayo la tragedia que ha sufrido Siria desde entonces o el caos instalado en la vecina Libia y callan en medio de la algarabía de bocinas de las colapsadas calles de El Cairo. Quienes se atreven a alzar la voz acaban entre rejas y apaleados. A veces desaparecen sin dejar rastro. “Aunque nadie lo diga, todos lo ven. Hay un elefante en la habitación: la represión”, advierte un politólogo que prefiere no ser citado por su nombre.

Después de encabezar el derrocamiento del islamista Mohamed Morsi —el primer presidente egipcio democráticamente elegido—, el mariscal Abdelfatá al Sisi se granjeó hace dos años el respaldo en las urnas de unos ciudadanos que ante todo ansiaban estabilidad. Amparado en la corriente de popularidad —y aupado por unas Fuerzas Armadas que prácticamente no se han apeado del poder desde el golpe de Gamal Abdel Nasser en 1952—, el presidente Al Sisi ha emprendido ortodoxas reformas liberalizadoras de la economía junto a polémicos megaproyectos que, como la ampliación del canal de Suez, han sido criticados por su desmesura.

Ahora las promesas de seguridad y estabilidad de su campaña electoral también parecen cuestionarse. Dos siniestros aéreos —el primero de ellos, contra un avión ruso en el Sinaí, fue confirmado como atentado yihadista— en apenas cinco meses han arruinado el sector turístico. La cesión de soberanía a Arabia Saudí de dos islas del mar Rojo desenterró además en las últimas semanas un olvidado fervor nacionalista —acusaron al rais de vender parte del territorio nacional— bajo el que se han camuflado las primeras protestas de entidad en contra del Al Sisi desde su elección, que desembocaron en 152 condenas de cárcel. Los gobernantes saudíes y de otros países del Golfo han apuntalado con más de 30.000 millones de dólares en los tres últimos años a Egipto para evitar que se convirtiera en otro Estado fallido tras la primavera árabe.

“La gente dejó de tenerle miedo al poder en la revolución de 2011, que fue un momento de esperanza ilimitada para Egipto. Ese fue el mayor cambio”, asegura en su despacho de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de El Cairo el profesor Mustafá Kamel al Sayed. Los controles de seguridad son muy estrictos para acceder al campus, donde jóvenes cubiertas por el hiyab y en vaqueros se mueven con aparente libertad. Al Sayed matiza las cifras manejadas por las ONG humanitarias sobre presos por delitos de opinión en Egipto: “Es cierto que unos 40.000 detenidos de conciencia han pasado por las cárceles egipcias en los tres últimos años, pero en la actualidad no hay más de 8.000 entre rejas”.

Para Adel Ramadán, abogado de la organización Iniciativa Egipcia para los Derechos Civiles, resulta difícil evaluar la magnitud de la represión en Egipto. “El Consejo Nacional de Derechos Humanos, un órgano de la Administración, admite que hay medio centenar de casos de personas desaparecidas tras ser supuestamente arrestadas que siguen en ignorado paradero”, puntualiza. “Los familiares presentaron más de 200 denuncias por presuntas desapariciones, pero tres cuartas partes de los casos fueron localizados en centros de detención”. El más aireado por la prensa internacional ha sido el del estudiante de posgrado italiano Giulio Regeni, de 28 años, desaparecido el 25 de enero en El Cairo y hallado muerto 10 días después con signos de haber sido torturado.

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Solo críticas constructivas

No parece el mejor momento para disentir en Egipto, incluso con inmunidad parlamentaria. El presidente de la Cámara, Alí Abdel Al, ha amenazado con sancionar a los diputados que critiquen la política monetaria del Gobierno mientras el país se enfrenta a “una conspiración extranjera”. “Se aceptan las críticas constructivas, pero no las que se hagan en un contexto de destrucción”, advirtió. El Banco Central devaluó la libra egipcia un 14,3% frente al dólar, lo que ha propiciado un alza de precios de los alimentos importados no subvencionados y de los medicamentos. El actual Parlamento fue elegido el pasado otoño en medio del desinterés ciudadano general, con una abstención récord del 71,7%.

Tampoco informar resulta sencillo. Cuando regresaba de un viaje el pasado 23 de mayo, las autoridades impidieron la entrada al país al corresponsal del diario francés La Croix, Rémy Pigaglio, a pesar de residir y estar acreditado desde hace dos años en Egipto.

“En un sistema tan autoritario es complicado controlar la economía y la situación social al mismo tiempo”, advierte Amro Aldy, profesor de la Universidad Americana de El Cairo. “Con las reservas de divisas bajo mínimos a causa del hundimiento del negocio turístico y con la inflación por encima del 10%, el riesgo de un estallido social no es descartable”.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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