_
_
_
_
_

El conflicto del Alto Karabaj vuelve a inquietar al Cáucaso

Azerbaiyán ha elevado la presión sobre Moscú, París y Washington para recuperar el territorio objeto de conflicto.

Pilar Bonet

¿Tendrá la comunidad internacional que vérselas con el recrudecimiento de una vieja guerra en el Cáucaso del Sur, a causa de un enclave montañoso controlado por Armenia en suelo de Azerbaiyán? Esta pregunta cobra actualidad después de que, en abril, se reavivaran los enfrentamientos bélicos en el Alto Karabaj, escenario de uno de los conflictos territoriales legados por la Unión Soviética. Azerbaiyán ha elevado la presión sobre Moscú, París y Washington para recuperar el territorio objeto de conflicto.

Un soldado en la defensa del Alto Karabaj
Un soldado en la defensa del Alto KarabajAFP

En Bakú no hay una respuesta única sobre cómo solucionar el contencioso congelado desde 1994, cuando Armenia y Azerbaiyán acordaron un alto el fuego y un marco negociador (el grupo de Minsk, copresidido por Rusia, Francia y EE UU) que Azerbaiyán considera estancado. “El statu quo basado en la ocupación de parte de nuestro territorio es inaceptable e insostenible”, afirma Hikmat Hajiyev, portavoz del Ministerio de Exteriores.

Armenia controla el Alto Karabaj propiamente dicho (NKO, la región autónoma soviética de 4.000 kilómetros cuadrados) y una zona circundante (siete distritos y 8.000 kilómetros cuadrados) a modo de zona de seguridad. De entrada, Bakú apuesta por la diplomacia y explota el efecto de la “guerra de los cuatro días” (del 2 al 5 de abril pasados), en la que recuperó 20 kilómetros cuadrados, incluidas unas estratégicas posiciones montañosas.

Los azerbaiyanos sostienen que los armenios deben comenzar por retirarse de la zona circundante a NKO. Bakú quiere una mayor implicación de los copresidentes del grupo de Minsk, que, según Bahar Murádova, la vicepresidenta del Parlamento, “pueden ejercer más presión sobre Armenia”. “Dirigen el mundo, ¿acaso, no pueden obligar a Armenia a sacar sus tropas de aquí?”, exclama Murádova, oriunda de la zona bajo control armenio.

Si Armenia no se deja convencer, la gran incógnita es si Azerbaiyán se arriesgará a apostar por la vía militar o si la amenaza se difuminará, como otras veces.

Los armenios eran la comunidad mayoritaria en la autonomía soviética de NKO, de donde la minoría azerbaiyana tuvo que huir en sucesivas oleadas de violencia a partir de 1988, cuando la región subordinada a Azerbaiyán decidió unirse a Armenia. Como resultado, los armenios huyeron de los territorios controlados por Bakú. Entre las dos comunidades se conserva un alto nivel de animosidad.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Armenia podría empezar a devolver el “cinturón de seguridad” tal vez con dos de los siete distritos que ocupa, según Rasim Musabékov, diputado y especialista en temas internacionales. “Hay que aprovechar el momento. Si en junio y julio no hay progreso, habrá un desarrollo negativo porque la atención se desviará hacia otros temas”, afirma el diputado. Sin embargo, Hikmat Hajiyev se muestra evasivo en la determinación de fechas y habla de hasta “un año” como plazo para progresar en las negociaciones en el grupo de Minsk.

Armenia hace hincapié en el carácter de “paquete” de las negociaciones, no acepta la devolución de la zona de seguridad sin contrapartidas y exige garantías para un estatus aceptable del Alto Karabaj, lo que supone autodeterminación e independencia. Azerbaiyán apuesta por una solución escalonada y una amplia autonomía bajo la jurisdicción de Bakú, lo que, según Musabékov, “equivaldría a una independencia” pero “sin formalizarla jurídicamente como tal”.

Los analistas subrayan que la guerra de abril ha disipado “mitos” tales como “la superioridad militar de los armenios” y la “inferioridad crónica de los militares azerbaiyanos”. Los azerbaiyanos dicen experimentar una nueva confianza en sí mismos y creen que por primera vez se refleja el peso demográfico y económico del país petrolero frente a Armenia. “El nivel de preparación de las Fuerzas Armadas ha aumentado mucho y no se les escatiman ni explosivos ni equipo”, dice Musabékov.

“El agua está al otro lado”

Pilar Bonet, Mirzanagly

A un kilómetro de la línea de frente armenio-azerbaiyana, en la localidad de Mirzanagly, Albufat, un aldeano, señala hacia la cima de la reseca montaña de Lala Tepe, reconquistada por Azerbaiyán en abril. “Desde allí los armenios tiroteaban el pueblo. Ahora estamos más tranquilos”, me dice. “Las últimas dos noches nos dispararon, pero no hubo víctimas civiles”, puntualiza, lacónico, el alcalde Nuradín Bairámov, refiriéndose al 28 y 29 de mayo.

Estamos en una franja de terreno lindante por el sur con Irán y por el norte con el territorio controlado por Armenia. Mirzangaly pertenece al distrito de Fuzulí, desgajado en dos zonas por la guerra, y sobrevive gracias a sus ovejas y a una precaria agricultura. El agua de los pozos es salada y el canal desde el que antes se regaban los huertos está del lado armenio. “Necesitamos el agua para nuestro desarrollo, por eso debemos recuperar el canal”, dice el alcalde.

A unos 6 kilómetros de Lala Tepe está Horadiz, la capital de hecho del distrito. Aquí viven cerca de cuatro mil personas, la mayoría en edificios de reciente construcción. “Cuando se produjeron los enfrentamientos hasta los ancianos querían ir a luchar como voluntarios. Este es el momento. Deben liberar los territorios al alcance de la mano. Estamos con el presidente y el presidente está con el pueblo. Ahora, por fin, creemos en nuestro Estado”, exclama Yusup, dueño de un café junto a la estación de Horadiz, donde concluye ahora el trayecto de ferrocarril que en época soviética se extendía desde Bakú a Irán vía Armenia. Yusup señala hacia unos clientes que juegan al ajedrez. “¿Ve esos hombres? Son todos del otro lado y quieren regresar. Llevan 22 años esperando”, dice.

A pocos kilómetros de Horadiz se construye un nuevo pueblo para desplazados. Son casas unifamiliares con un pequeño jardín. En Azerbaiyán hay más de 90 pueblos como estos para acoger a parte de los que tuvieron que dejar sus domicilios (cerca de un millón de personas), en Armenia, en el Alto Karabaj y distritos circundantes. El Estado presta viviendas (sin derecho de compra) a los desplazados y les orienta hacia un regreso, de momento incierto.

Los azerbaiyanos, al igual que los armenios, reciben armas de Rusia, pero aseguran que su éxito en abril se basó en el armamento israelí, que incluye drones y lanzamisiles. Los militares azerbaiyanos se forman en Turquía, según programas de entrenamiento de la OTAN. Azerbaiyán tiene un acuerdo estratégico con Turquía, pero este documento, dice Musabékov, no implica una cláusula de defensa automática en caso de ataque.

Medios políticos críticos temen que el Alto Karabaj pueda utilizarse para cohesionar a la sociedad en torno al presidente Ilham Alíyev y para desviar la atención de los ciudadanos de los problemas económicos y sociales por el recorte de ingresos procedentes del petróleo, las devaluaciones del manat (la divisa azerbaiyana) y las turbulencias bancarias.

En cuestiones de integridad territorial, no obstante, hay coincidencias entre la línea oficial y la oposición, incluso en un movimiento como Real (Alternativa Republicana), cuyo dirigente, Ilgar Mamédov, fue condenado a siete años de cárcel por su posición política. “Si el Gobierno decidiera tomar el Alto Karabaj, la sociedad lo respaldaría y, si la guerra fuera victoriosa, todo el mundo apoyaría a Alíyev. Hoy la tolerancia a los costes de la guerra es mayor que en el pasado”, afirma Toral Ismaílov, miembro de Real.

Si Alíyev tuviera éxito, su posición como líder se reforzaría, pero si fracasara, correría riesgos. El Consejo de Seguridad de la ONU podría obligar a Azerbaiyán a interrumpir una hipotética ofensiva y los azerbaiyanos, pedirle cuentas al presidente. Si Azerbaiyán persistiera, Rusia podría intervenir de forma indirecta en apoyo de Armenia y el conflicto podría incluso ampliarse y agravarse respecto a su estado actual.

Ambas partes juegan la guerra psicológica, lo que dificulta la evaluación del peso real de sus palabras. De Armenia llegan amenazas de fabricar una bomba nuclear sucia, utilizando residuos de una vieja central nuclear y también de reconocer a NKO, lo que, para Azerbaiyán, supondría el fin de las negociaciones.

En Azerbaiyán hay cierto resquemor hacia Rusia, en tanto que aliada militar de Armenia, pero los representantes oficiales subrayan que quieren mantener sus buenas relaciones con Moscú y desarrollar intereses comunes, entre ellos el corredor Norte-Sur (de Irán al Báltico) y las exportaciones agrícolas al mercado ruso, así como coordinar posiciones como productores de energía.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_