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Columna
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Parti…dos

Vienen planteándose divisiones muy profundas por mitades en diversas regiones del mundo

Diana Calderón

Cuando las sociedades se dividen según como le dan trámite a sus ideologías, es mucho más fácil comprender la polarización y más aún si éstas se ubican en orillas contrarias. No lo es tanto cuando la elección por uno u otro líder responde a un modelo económico similar en lo que tiene que ver con la comprensión del Estado como proveedor o regulador.

Vienen planteándose divisiones muy profundas por mitades en diversas regiones del mundo. Acaba de ocurrir en Perú. En España la partitura se multiplica por dos para fracturarse en cuatro impidiendo la conformación del gobierno. En Venezuela los porcentajes se desconocen porque es imposible un conteo transparente pero son gobierno u oposición.

En Estados Unidos, la definición para las próximas elecciones de noviembre por lo pronto tiene solo dos caminos. Democracia o xenofobia, según rezan algunos analistas luego de quedar definidos los nombres de Hillary Clinton por los demócratas y Donald Trump por los republicanos. En los colegios el matoneo entre estudiantes es pan de cada día. Los jóvenes se sienten autorizados para discriminar al otro. Mala semilla la que se siembra en un país que ha sufrido históricamente el racismo y celebra su liberación cada tercer lunes de enero. La división de la sociedad norteamericana vuelve a plantearse dejando a la deteriorada clase media en la mitad de la ecuación.

Esta división de las sociedades partidas en dos, que dejan para las minorías y las voces distintas márgenes de un dígito, terminan siempre por generar ambientes de crispación y dificultan la gobernabilidad además de castigar con bajos índices de reconocimiento a sus gobernantes. Ya se confirmará una vez asuma PPK en Perú, quien ganó por una escasa diferencia de 40 mil votos a Keiko Fujimori, siendo ambos tan cercanos a la derecha, y luego de una campaña donde afloraron muchos trapos sucios de uno y otro lado. No podrá liderar la continuidad de su país por la senda de su buen comportamiento económico si no logra traer para su lado al bando derrotado y ganar legitimidad para su triunfo.

Colombia no escapa a la tendencia. La diferencia entre el presidente Juan Manuel Santos y el entonces candidato del Uribismo para la segunda vuelta electoral no fue mayor del 5 por ciento. El porcentaje actual para uno y otro lado, es difícil de adivinar y aunque no se quiera la prueba de fuego para el gobierno será la refrendación de una política que debería ser de estado por tratarse de la paz, pero no lo es precisamente por la creciente polarización que casi siempre encuentra su alimento en las mentiras que hacen carrera con mayor facilidad que las verdades.

El uribismo, el Centro Democrático en Colombia está recogiendo firmas sobre las heridas abiertas de la guerra que ha vivido el país en 50 años. Conocedores como son de que los ciudadanos votan por miedo, por el pasado, con el estómago y pocas veces por la esperanza, van de casa en casa no repartiendo mercados, sino miedo: “la paz de Santos es acabar nuestras Fuerzas Armadas, es convertirnos al castrochavismo”, y tantos otros lugares comunes. Saben de sobra que para los trabajadores de todos los estratos, para los estudiantes, para quienes han luchado su vida sin empuñar un arma, esa paz como ellos la venden, es un acto de traición y con eso profundizan la división, polarizan la opinión, y siembran de minas la esperanza.

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No se dan cuenta que con ese discurso no están acabando con el presidente Santos sino con la posibilidad de construir una sociedad que se reconcilie, que incluso aprenda a ver en los movimientos sociales y las organizaciones campesinas e indígenas que protestan cíclicamente por los mismos temas no resueltos, nuevas voces de una sociedad que necesita cambios.

La polarización que alimentan impide los fundamentos base de la democracia como es el debate libre de las ideas porque se están encargando de generar niveles de desconfianza institucional que terminarán por afectar incluso el crecimiento económico, la evolución de sus propias propuestas y en últimas la credibilidad sobre su papel como oposición, que tanta falta hace en la construcción plural, diversa, valiente de otras formas de entender y hacer la política.

Gran reto tiene el Gobierno colombiano pues ya no solo es tener claridad sobre su mensaje y comunicarlo correctamente. Es defender los acuerdos a los que se lleguen con las FARC en La Habana en el próximo mes con la verdad de lo que allí se pactó y la manera cómo eso va a impactar la vida de cada colombiano, creando esperanza en el futuro.

Prefiero a mi hija preguntándome cómo la magia puede ayudar a la paz, que los niños eliminen de su lenguaje la retórica violenta porque entonces las generaciones de mañana podrán liberarse por fin de la amenaza de las organizaciones y economías criminales e ilegales. Pero para eso, no es suficiente construir mensajes, hay que recuperar para los ciudadanos el imperio de la ley y la transparencia en el actuar político, ese que no puede verse amenazado por ninguna negociación.

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