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Columna
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¿Y si Cunha hubiera salvado a Rousseff?

A Cunha ya lo ha condenado la opinión pública con mayor fuerza que los mismos tribunales

Juan Arias

No voy a defender a Cunha. Simplemente, porque no tiene defensa. Debería estar en la cárcel. Ya denuncié en esta columna la aberración añadida de un evangélico como él, al colocar el nombre de Jesús.com a coches de superlujo comprados con dinero de la corrupción, así como el despilfarro vergonzoso del lujo de su mujer.

A Cunha ya lo ha condenado la opinión pública con mayor fuerza que los mismos tribunales. Es una fiera herida políticamente de muerte. Empiezan a abandonarle hasta los suyos, porque su poder se ha desinflado y los políticos corruptos olfatean quién ha perdido la partida.

¿Por qué otros políticos hasta con mayor número de procesos abiertos contra ellos, siguen sin ser juzgados?

Todo ello, sin embargo, no puede impedir de constatemos que en torno al personaje político más detestado por la sociedad late una cierta hipocresía por parte de los políticos que hoy lo combaten.

Resulta grave, por ejemplo, si fuera cierto, lo que él ha contado a los periodistas en Brasilia, acerca de cómo el entonces Ministro de la Casa Civil, Jacques Wagner, tuvo tres encuentros con él para ofrecerle los votos de los tres componentes del PT en la Comisión de Ética del Congreso que debían juzgarle, así como la benevolencia del presidente de dicha Comisión. Todo ello, en nombre entonces del Gobierno y a condición de que no presentara elimpeachment de Dilma Rousseff.

La pregunta que no puede dejar de hacerse es: ¿qué sería hoy de Cunha si hubiese aceptado el chantaje que le ofrecía el Gobierno? ¿si no hubiese abierto el proceso para deponer a Dilma, que estaría aún al frente del Gobierno?

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¿Por qué otros políticos hasta con mayor número de procesos abiertos contra ellos, siguen sin ser juzgados?

Hipocresía del poder de turno e hipocresía de la oposición, ya que el PSDB tardó, por ejemplo, en condenar a Cunha con la esperanza de que abriera el proceso de impeachment.

Hipocresía también hoy del Gobierno interino de Temer, que aún no se ha pronunciado abiertamente contra Cunha ni parece que esté haciendo presiones para que renuncie a la Presidencia del Congreso de la que ya lo ha apartado el Supremo. ¿Cunha aún da miedo a alguien? ¿Por qué el PMDB aún no lo ha expulsado del partido?

Hace bien la opinión pública en no perdonarle a dicho político todas sus fechorías, manipulaciones y corrupciones. La sociedad lo ha condenado sin apelaciones ni distingos. En esa condena popular no hay hipocresía. Se han impuesto los hechos.

No se puede decir lo mismo, sin embargo, de la clase política, que usó y desusó a Cunha y su falta de escrúpulos y desvergüenzas en el manejo de leyes y reglamentos, según sus propios intereses y en la medida del poder que ejercía.

Si Cunha hubiese salvado a Dilma, quizás hoy, sería sólo un acusado más de la Lava Jato, a la espera, como tantos otros de sus correligionarios, del lento parecer de la Suprema Corte, que no suele pecar de prisa en la condena de políticos con foro privilegiado, una prerrogativa que ya casi no existe en el mundo.

Condénese entonces a Cunha, pero sin olvidarnos de condenar también la hipocresía de quienes, mientras les sirven, usan a los corruptos para esconder sus desnudeces.

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