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A dormir en el sofá

Lluís Bassets

La euforia del Día de la Independencia, declarado por el exultante Nigel Farage, líder del UKIP, puede durar muy poco. El camino que empieza está lleno de incertidumbres y ni siquiera está asegurado el resultado final de la separación definitiva, que tal es el objetivo fundacional del victorioso United Kingdom Independence Party.

El balance provisional es de una jornada, la del viernes, nefasta para los mercados; un primer ministro dimisionario; un país dividido y unos líderes del Brexit que ahora no tienen prisa para solicitar el divorcio. En las próximas semanas irán llegando más facturas de la soberbia verbena antieuropea del 23 de junio.

De momento, Londres conservará todos sus derechos y obligaciones mientras no active el artículo 50 del Tratado de la UE para solicitar la separación. Pero tendrá que dormir en el sofá. La canciller Angela Merkel ya ha convocado una reunión de urgencia con François Hollande y Matteo Renzi, y no será la última de la que Cameron deberá informarse por los medios de comunicación. La UE se organizará a partir de ahora a sus espaldas.

Algunos van más lejos y quieren poner las maletas del socio en la puerta, es decir, exigirle que comunique sin dilación la decisión plebiscitada por los ciudadanos para dejar de enredar y especular con la posibilidad de otra negociación sobre el estatuto del Reino Unido en la UE e incluso otro referéndum.

De puertas adentro, todo se ha resquebrajado tras este referéndum histórico tan alegremente convocado por Cameron. Los dos grandes partidos, el Conservador y el Laborista, divididos por el Brexit y descabezados, uno por la derrota de su líder y primer ministro y el otro, Jeremy Corbyn, por su indecisión e irrelevancia. La sintonía entre el Parlamento de Westminster, en favor de la UE, y los electores, en contra. La unidad de la unión, dos a dos: Gales e Inglaterra por salirse y Escocia e Irlanda del Norte por quedarse.

Esta última división tendrá consecuencias, pues conducirá a nuevas decisiones históricas como la separación de Escocia y la unificación de Irlanda un siglo después de la insurrección antibritánica de Pascua en Dublín. Las tendrá incluso para el confeti del imperio: puede cambiar el destino de las Malvinas y de Gibraltar.

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Las facturas divisivas valen para todos. También para la UE. De entrada, los mimetismos, de los que algo sabemos en España respecto a la emulación de Escocia e Irlanda. Serán muy agudos en los países menos entusiastas, donde hay partidos antieuropeos que sueñan en referendos como el británico y en estatus especiales al estilo del que negoció Cameron. No tan solo afecta a Dinamarca y Holanda entre los ricos y todos los de Visegrad (Polonia, Hungría, Chequia y Eslovaquia) entre los de menos renta. Los populismos xenófobos pueden alentar el mismo camino en todas partes, con la crisis de los refugiados y las guerras en nuestro entorno geopolítico como estimulantes.

El Brexit ha triunfado gracias a una gran coalición, que junta a la clase obrera perjudicada por la globalización con el electorado xenófobo de extrema derecha y los conservadores ingleses, añorantes del imperio desaparecido. Nadie parará la globalización rechazada, limitará la inmigración que Reino Unido necesita, ni devolverá el imperio a los nostálgicos. El instrumento para hacer esas cosas, el viejo Estado-nación, ya no está disponible en el garaje donde se repara este automóvil.

Lo saben las tres fuerzas sociales coaligadas, pero puede más en ellas el espíritu insurreccional antielitista y antieuropeo que la fuerza de un proyecto del que carecen. Hay siete fórmulas posibles para la relación de Reino Unido con la UE, pero ninguna es mejor que la situación privilegiada actual: como Noruega (mercado único sin pesca ni agricultura, tampoco derecho a voto); como Suiza (mercado único sin servicios, sin derecho a voto y constante negociación bilateral); regreso a la EFTA; como Turquía (unión aduanera, sin voto ni siquiera en cuestiones tarifarias); un acuerdo bilateral de libre comercio con la UE; una relación en el marco de la OMC (Organización Mundial de Comercio), con la pérdida de los 60 tratados de libre comercio firmados por la UE, y un acuerdo ad hoc en la línea del obtenido por Cameron. Esta es la mayor debilidad del Brexit, que conduce de momento a posponer la solicitud de divorcio y más adelante a buscar una negociación ventajosa e incluso a nuevos aplazamientos de la separación definitiva a la vista de la dificultad negociadora comercial.

Los divorcios raramente resultan en ventajas para todos. Suele ganar quien menos pierde porque suelen servir para que pierdan todos. Hay una rogativa para atraer la lluvia que reza con frecuencia el ministro español de Exteriores, García-Margallo: “Más Europa”. Después de pronunciar la fórmula cien veces no suelen producirse resultados, porque si se ha llegado al punto en el que estamos es precisamente porque nadie ha sido capaz de ofrecer una Europa mejor, aunque sea en menos cantidades retóricas.

Este es el reto al que se enfrenta la UE. Justo cuando acaba de recibir el mayor revés de su historia tiene que sobreponerse a su debilidad y responder con un proyecto de integración que vuelva a suscitar el entusiasmo y la adhesión de sus ciudadanos. Significa, sin duda, renunciar de una vez al viejo instrumento mellado del Estado-nación, cuyo uso excesivo y a deshora es lo que nos ha traído hasta aquí. No es más Europa, sino mejor Europa. Vasta tarea, dijo alguna vez De Gaulle ante un desafío de parecidas proporciones.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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