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El aeropuerto Atatürk sobrevive entre cascotes a su peor golpe

La mayor terminal de Estambul, la tercera más transitada de Europa, empieza a recobrar la normalidad

Juan Carlos Sanz
Un pasajero ante una de las zonas afectadas por el atentado en el aeropuerto Atatürk de Estambul
Un pasajero ante una de las zonas afectadas por el atentado en el aeropuerto Atatürk de Estambul OZAN KOSE (AFP)

Cuando se inauguró en el año 2000, la terminal internacional del aeropuerto Atatürk de Estambul ya se había quedado pequeña. Las interminables colas ante los mostradores de facturación o los puestos de control de identidad, la caótica zona de llegadas en la que los taxistas se disputan con descaro los clientes, le dieron pronto un aire de animado Gran Bazar. Tras la matanza desencadenada en la noche del martes por tres terroristas suicidas, la algarabía se ha tornado en estupor.

La prensa turca intenta mantener viva la memoria de las 44 víctimas, entre ellas 19 extranjeros, cuyas vidas quedaron segadas. Aún puede que el balance se incremente: entre los más de 230 heridos, algunos se encuentran en estado crítico. La reseña de breves notas necrológicas incluye a varios taxistas; personal de las compañías aéreas —había un matrimonio que compartía también el trabajo—; de una empleada de la concesionaria de la terminal que iba a casarse 10 días después, de un guía que había acudido a recoger a un grupo de turistas después de haber dejado en casa a su mujer, embarazada, y a su hijo...

“Disculpe, soy ciudadana turca, pero me han enviado al sector de otras nacionalidades porque allí está todo colapsado”, se justificaba Gülseren, de 22 años, que acababa de regresar de un viaje a Alemania con su madre. Los viajeros que salían al exterior del aeropuerto en la madrugada del jueves  —después de soportar más de dos horas de espera antes de que se les estampara el sello de entrada en el pasaporte— se topaban con una terminal desolada y a media luz. Cascotes y cristales rotos apenas ocultos por paneles, impactos de bala en los muros, restos de las explosiones y tiroteos. Un escenario que atravesaban con aparente normalidad los recién llegados en medio de la presencia policial habitual, sin soldados con fusiles de asalto terciados ni perros detectores de bombas a la vista.

Al contrario de lo ocurrido tras el atentado registrado en Bruselas el pasado marzo, la actividad en el principal aeródromo de Estambul apenas se ha resentido tras el atentado. En primer lugar, porque los efectos del ataque se dejaron sentir principalmente en la zona exterior de llegadas, una vez superado el último control aduanero. Y porque el hub aéreo de Atatürk es ante todo el centro de operaciones de la compañía Turkish Airlines para unir a viajeros de medio mundo mediante una simple conexión dentro de la propia terminal.

Con los días contados

Por sus instalaciones pasaron más de 60 millones de pasajeros el año pasado, dos terceras partes en vuelos internacionales, lo que le sitúa como tercer aeródromo más transitado de Europa, solo por detrás de Londres Heathrow y París Charles De Gaulle. Aunque sabe que sus días están contados a partir del año que viene —cuando empezará a operar al noroeste de la ciudad el nuevo aeropuerto de Estambul —que aspira a ser uno de los mayores del planeta—, la terminal de Atatürk se afana por volver a la normalidad en medio de las obras.

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Pero los turistas tardarán en regresar. Hace ya tiempo que por sus dependencias aeroportuarias transitan también pasajeros como Fathi Bayoud, un médico pediatra tunecino que llevaba viajando desde enero a Estambul para intentar traer de vuelta a casa a uno de sus hijos. El joven había salido del país magrebí para alistarse presuntamente en las filas del ISIS en Irak o Siria, pero su progenitor le convenció por teléfono para que regresara a Túnez. Antes fue detenido por las autoridades turcas en la frontera. La vida del doctor Bayoud, que se encontraba en la terminal internacional de Atatürk en la noche del atentado, también quedó segada, supuestamente por miembros del mismo grupo que había captado a su hijo para el yihadismo.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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