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La desigualdad endémica de Baton Rouge

Tras las tensiones con la policía subyace un historial de desigualdad racial y pobreza difícil de erradicar en la ciudad y en todo EE UU

Silvia Ayuso

Apenas un cuarto de hora en coche separa el casco viejo de Baton Rouge, con sus cuidados edificios históricos en pulcras calles con abundantes comercios y restaurantes, y con una población mayoritariamente blanca, del desolado barrio pobre, descuidado y mayoritariamente negro donde pasó su vida Alton Sterling hasta que unos policías lo mataron a tiros aunque estaba desarmado y ya lo habían reducido.

Un policía de Baton Rouge rinde homenaje a los agentes asesinados en el lugar del atentado, el lunes.
Un policía de Baton Rouge rinde homenaje a los agentes asesinados en el lugar del atentado, el lunes. JONATHAN BACHMAN (REUTERS)

La línea, invisible pero no por ello menos divisoria, es Florida Boulevard. Al sur de esta avenida se multiplican las mansiones y los clubes de campo. Y los blancos, que son minoría en Baton Rouge. Hacia el norte se extienden barrios carentes de casi todo menos puestos de comida rápida e iglesias, a menudo la única red social de la que disponen los menos privilegiados de la ciudad, en su mayoría negros.

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El afroamericano Ryan Allmon está al frente de una de estas iglesias convertidas en médula espinal de la comunidad. La Full Gospel United Pentecostal Church se erige en un edificio que parece más una nave industrial que un templo. Tras el asesinato de los tres policías el domingo, el pastor Ryan, como lo conocen todos aquí, decidió que era hora de celebrar una "oración por la esperanza y la paz en Baton Rouge", una ciudad que no acababa de asumir la muerte de Sterling —que vivía cerca de esta iglesia— cuando se vio confrontada con la matanza de los agentes.

Acompañado por pastores blancos, hispanos y negros y un conjunto de gospel, el religioso llamó a su congregación a dejar de lado el odio y convertirse en "agentes del cambio" en una ciudad que necesita desesperadamente variar el rumbo.

"Necesitamos tener conversaciones verdaderas sobre algunas realidades de nuestras comunidades", explicó tras la ceremonia, la noche del lunes. Porque los problemas de Baton Rouge se remontan a mucho antes que la muerte de los policías y Sterling.

En la última década, en el distrito de East Baton Rouge, donde se sitúa la ciudad del mismo nombre, 16 personas murieron a manos de la policía. Solo dos no eran negros, destacó el diario local The Advocate. Entre las ciudades del mismo tamaño de todo el país, Baton Rouge despunta también por su alta tasa de crímenes violentos. Y por las inequidades. En los últimos 20 años, el salario medio de una familia en un barrio pobre de Baton Rouge aumentó 1.492 dólares. El de los hogares más acomodados de la ciudad lo hizo en 18.162 dólares, según The Times Picayune.

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"El secreto de Baton Rouge es que es una de las ciudades más ricas del país, grandes compañías como Exxon o Honeywell están en el área y una parte de Baton Rouge es la más rica del Estado, con el nivel más alto de educación e ingresos. Pero en la misma ciudad está la zona más pobre y con el peor grado de educación", resume Broderick Bagert. Este organizador comunitario abandonó sus planes de enseñar literatura española para fundar Together Baton Rouge (Juntos Baton Rouge), una red de medio centenar de iglesias y organizaciones cívicas locales que buscan impulsar cambios estructurales.

Las desigualdades son tan profundas que hasta la élite empresarial ha reconocido que algo tiene que cambiar en una ciudad cuyos problemas se replican en todo el país. "Nuestra comunidad está sufriendo y está dividida. Tenemos que reconocer que el racismo, los prejuicios y la discriminación todavía existen hoy en día en América, en Baton Rouge", dijo hace una semana, antes de la nueva matanza de policías, Rick Kearny, miembro de la Cámara de Baton Rouge que agrupa a los principales empresarios de la ciudad.

"Reconocerlo es el primer paso necesario, pero no suficiente", responde Bagert, que insiste en la necesidad de un plan exhaustivo y bien financiado a todos los niveles. "Esto es local y no es local, hay problemas genuinos de Baton Rouge, pero hay otros que se replican en Dallas, Minesota, Nueva York… está conectado con problemas nacionales".

Tras estas dos semanas de violencia y tensión racial, la organización de Bagert empezó a distribuir el lunes un pin con el unificador logo "Together BR" como símbolo de ese compromiso de cambios que busca. En tan solo dos días se han agotado y Bagert ha tenido que pedir 2.000 más. "Si se tratara solo de pins, mejor sería olvidarnos", afirma. "Esto solo tiene sentido si es una muestra de un compromiso de hacer algo por la comunidad y por acabar con estas diferencias". La alta demanda parece indicar que "la gente empieza a reconocer que tenemos que afrontar estos problemas", aunque Bagert es consciente de que el camino será largo. Por el momento, se conforma con que con iniciativas como esta Baton Rouge no caiga en el olvido una vez pase el interés informativo por la matanza de policías. Los delegados de Luisiana que la semana que viene participarán en la Convención Nacional Demócrata que en Filadelfia confirmará a Hillary Clinton como su candidata a la Casa Blanca, portarán su pin en la solapa.

Recuerdos y lecciones desde el lugar donde murió Alton Sterling

S. AYUSO, BATON ROUGE

Alton Sterling murió de manera ignominiosa en el aparcamiento de un pequeño supermercado en un barrio pobre de Baton Rouge, a comienzos de julio. Los dos policías que lo habían detenido cuando vendía CDs frente al comercio ya lo habían reducido cuando le descerrajaron los tiros que acabaron con su vida. Tenía 37 años, era padre de familia y no iba armado.

Dos semanas después de su muerte y de las numerosas protestas que esta causó, el lugar donde Sterling pasó a ser un símbolo más de la brutalidad policial contra las minorías se ha convertido en un pequeño memorial donde la gente acude a dejar unas flores o a tomarse una foto. Una camioneta se detiene a media mañana. Las puertas se abren y salen ocho pequeños de entre 8 y 12 años apiñados en los asientos traseros. Todos son afroamericanos, vienen de Clinton, una empobrecida localidad a una hora de Baton Rouge, y lucen orgullosos la camiseta del “campamento de gospel” en el que participan. Su monitor, Brandon Robertson, un afroamericano de 24 años y amplia sonrisa marcada por un aparato dental que lo hace parecer más joven, los agrupa y todos posan delante del pequeño altar por Sterling. “Pueden aprender mucho aquí”, explica Robertson. “Este lugar marca una parte de la historia y queremos que nuestros niños sepan qué pasó en nuestra comunidad”. Pero las lecciones no son fáciles, reconoce. “Les enseñamos la importancia de una buena educación y de un buen trabajo, también les enseñamos a respetar la ley. No queremos que tengan miedo de la policía”, subraya. Pero “siendo honesto”, acota con una sonrisa triste, reconoce que él mismo siente temor cuando se monta en su coche. “Tanta gente está perdiendo la vida solo por cumplir las reglas y sacar su licencia de conducir”, recuerda en referencia a otra de las muertes a manos de policías que han sacudido estas semanas el país, la de Philando Castile.

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Sobre la firma

Silvia Ayuso
Corresponsal en Bruselas, después de contar Francia durante un lustro desde París. Se incorporó al equipo de EL PAÍS en Washington en 2014. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, comenzó su carrera en la agencia Efe y continuó en la alemana Dpa, para la que fue corresponsal en Santiago de Chile, La Habana y Washington.

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