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Akihito, el reconciliador

El actual emperador japonés ha abanderado el pacifismo y mostrado un perfil más abierto dentro del rígido protocolo de la institución

Cuando Akihito llegó al trono en 1989, Estados Unidos y la Unión Soviética daban por terminada la Guerra Fría. Pero en Asia oriental aún quedaban muchas heridas por cerrar. Las atrocidades cometidas por el expansionismo japonés antes y durante la Segunda Guerra Mundial, ordenadas en última instancia por el entonces emperador Hirohito –su padre–, seguían muy presentes en el continente. Akihito, sin el halo divino de sus predecesores, ha hecho del pacifismo su bandera y contribuido a la reconciliación, en medio de un rígido protocolo de una dinastía con más de 2.700 años de antigüedad.

Una pantalla gigante en Tokio muestra el discurso de Akihito.
Una pantalla gigante en Tokio muestra el discurso de Akihito.Koji Sasahara (AP)

Akihito es el primer emperador de la historia que viajó a China (1992) o a Filipinas (2016), dos de los vecinos –junto con las Coreas– más afectados por el imperialismo de Japón. También fue el primero que se entrevistó con un Papa (1993). En todos sus viajes ha mostrado su arrepentimiento por los crímenes de guerra del Ejército japonés y ha rendido tributo a las víctimas del conflicto. Aunque debe medir cada una de sus palabras y gestos porque no puede desempeñar papel político alguno, el emperador ha mostrado su voluntad de que el país reflexione sobre estos episodios.

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Sus mensajes se han vuelto algo más explícitos –aunque de forma muy tímida– en los últimos años, coincidiendo con la intención del Gobierno liderado por el primer ministro Shinzo Abe de modificar la Constitución pacifista y dar más poder a las fuerzas armadas.

Akihito es el primer emperador que heredó el Trono del Crisantemo como un "símbolo de Estado y de la unidad del pueblo", el nuevo estatus que se dio a la monarquía hereditaria después de la guerra. El soberano se tomó su título al pie de la letra: ha visitado las 47 prefecturas japonesas, participado en eventos de ámbito social, viajado en zonas afectadas por desastres naturales y abogado por la protección de los más débiles de la sociedad nipona, a pesar de que casi todo esto rompía el estricto protocolo de la Casa Imperial.

Antes de ser coronado, Akihito ya mostró su predisposición a modernizar la institución casándose con una mujer que no procedía de la nobleza, la emperatriz Michiko. Durante su mandato de casi tres décadas ha tratado de imponer algo de modernidad, recibiendo visitas de Estado o felicitando a los japoneses por motivo del Año Nuevo desde el balcón de palacio. Todo para dar un toque más humano a una institución que los japoneses de a pie siguen respetando, pero consideran que está poco adaptada a los nuevos tiempos.

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El gesto inédito de este lunes, envuelto en un discurso tímido pero que no deja lugar a dudas, es otro ejemplo de ello. Akihito es el 125º emperador de la dinastía más antigua del planeta, pero a sus 82 años no se ve capaz de continuar con las responsabilidades que conlleva su cargo y pide –con años de antelación, porque el procedimiento para ello tiene aún que formularse– lo que le sucede a la mayoría de sus súbditos: retirarse.

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