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Las cárceles sirias esconden crímenes de lesa humanidad en medio de la guerra

Amnistía Internacional estima que cada mes mueren 300 presos por torturas y malos tratos

Rescate de una víctima de un ataque aéreo en Idlib, al norte de Siria.
Juan Carlos Sanz

“En los calabozos, las torturas eran para hacernos confesar. En Saydnaya parecía que la finalidad era alguna forma de selección natural para librarse de los más débiles”, relata Omar S., antiguo preso de la oposición en la cárcel más siniestra del régimen sirio. Su testimonio, junto con el de otros 64 exreclusos, es el núcleo de una investigación de Amnistía Internacional (AI) que documenta “crímenes de lesa humanidad” cometidos por las fuerzas gubernamentales.

Aparentemente ocultos en medio del horror de más de cinco años de guerra, las violaciones de los derechos humanos en los penales emergen ahora en el informe ‘Rompe al ser humano’. Tortura, enfermedad y muerte en las prisiones de Siria, que da voz a prisioneros excarcelados. Describen el infierno en el que se han convertido los calabozos de los servicios de seguridad y las prisiones del Gobierno del presidente Bachar el Asad, donde era habitual la llamada “fiesta de bienvenida” con una paliza de los carceleros. “Nos trataban como animales. Nunca imaginé que la humanidad pudiera caer tan bajo, no tenían ningún problema en matarnos allí mismo”, recuerda Samer, un abogado de Hama, en el centro del país. Las mujeres también sufrían violaciones y agresiones sexuales, como corroboran algunas de las 11 antiguas presas entrevistadas.

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El hacinamiento en celdas repletas donde se duerme agachados y por turnos, la falta de comida, las plagas de piojos y sarna, la ausencia total de atención médica, sumados a los malos tratos sistemáticos, conforman una combinación letal en las cárceles sirias. “Intentaban acabar con nosotros”, rememora Jalal.

En los calabozos de los servicios de inteligencia militar en Damasco murieron siete personas por asfixia después de que dejara de funcionar durante una noche el sistema de ventilación. “Empezaron a darnos patadas para ver quién estaba vivo y quién no. A mí y a otro superviviente nos despertaron”, refiere Ziad. “Entonces me di cuenta de que había dormido junto a siete cadáveres. En el pasillo había más cuerpos, alrededor de 25”.

“El catálogo de relatos de horror contenidos en este informe describe con espanto los terribles abusos sufridos. Esta experiencia es con frecuencia mortal”, asegura en un comunicado Philip Luther, director para Oriente Próximo de la organización humanitaria.

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Justicia internacional

Luther reclama que se lleve ante la justicia internacional a los responsables de los crímenes contra la humanidad, que quedan impunes por el veto de Rusia, aliado del régimen de Damasco, en el Consejo de Seguridad de la ONU. Amnistía Internacional ha recurrido a las proyecciones estadísticas del Grupo de Análisis de Datos de Derechos Humanos para estimar en 17.723 los casos de prisioneros muertos bajo custodia entre marzo de 2011, cuando estalló el conflicto en Siria, y diciembre de 2015, una media de más de 300 fallecidos al mes. El régimen no permitió a la organización el acceso a las prisiones del país.

Los interrogadores de los servicios de inteligencia sirios suelen utilizar varios métodos de tortura para doblegar la voluntad de los detenidos. Uno de ellos es el llamado dulab, que obliga al prisionero a permanecer con el cuerpo contorsionado dentro de un neumático. Otros son el falaqa, azotes en las plantas de los pies, o el shabeh, permanecer colgado de las muñecas mientras se reciben golpes durante horas. El repertorio del terror no parece conocer límites: descargas eléctricas, violencia sexual, uñas arrancadas en pies y manos, cuerpos escaldados con agua hirviendo…

Por lo general, los exdetenidos relatan que no han podido ver a sus familias ni contar con asistencia letrada durante su reclusión. Muchos de ellos permanecieron meses en las mazmorras de los servicios de inteligencia antes de ser trasladados a la cárcel de Saydnaya. Al principio eran internados en celdas subterráneas durante semanas, sin mantas en invierno. Algunos tenían que comer peladuras de naranja y huesos de aceitunas.

Omar S. dijo también a los investigadores de AI que un guardián obligó a dos hombres a desnudarse para que uno violara al otro, amenazándolo de muerte si no lo hacía. Salam, un abogado de Alepo que estuvo encarcelado más de dos años en Saydnaya, evoca la sensación que percibió cuando llegó al siniestro penal: “Había un olor especial a humedad, sangre y sudor. Era el olor de la tortura”.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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