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La corrupción desdibuja al PT

Las municipales medirán el desgaste del partido de Rousseff, que podrá recobrar fuerzas en la oposición

La expresidenta, Dilma Rousseff.
La expresidenta, Dilma Rousseff.Mario Tama (Getty Images)

Desde lo alto de la galería del Senado, el expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva y el cantante Chico Buarque veían cómo el destino de su proyecto, el Partido de los Trabajadores (PT), que ha gobernado Brasil durante 13 años, se decidía en la planta de abajo. Dilma Rousseff, la primera mujer que ha presidido el gigante latinoamericano, hacía un último intento por salvar su mandato. Chico estaba sentado junto a Lula, que echado hacia adelante se frotaba la barba canosa con las manos.

Sus semblantes indignados evocaban a ese momento hace 36 años, cuando dos figuras entraron por las puertas del colegio Sion, en São Paulo, a las 11.30 del domingo 10 de febrero de 1980, para fundar lo que se convertiría en el mayor partido de izquierdas de América Latina. Ese día, en lugar de Chico, quien entraba con Lula era su padre, Sergio Buarque, autor del libro Raízes do Brasil, que analiza la formación de la sociedad brasileña.

El impeachment contra Rousseff es el resultado de una crisis que asfixia al partido desde 2013. Ese año, el PT todavía estaba en su apogeo. Siete de cada diez brasileños decían en las encuestas que el Gobierno de Dilma era “óptimo o bueno”. El país estaba a punto de salir del Mapa del Hambre de la ONU gracias a sus políticas sociales. Brasil era optimista: la clase media había aumentado; los pobres habían llegado a las universidades con subvenciones federales; los electrodomésticos y los coches se vendían gracias a los incentivos fiscales del Gobierno a los productores.

Pero de repente la gente salió a la calle a protestar. Lo hizo de forma tan inexplicable que el PT tardó en reaccionar. Nadie entendía de dónde venía el impulso. El partido que durante décadas había incendiado las calles con sus protestas ahora veía nacer a una masa que lo rechazaba. Pedían salud y educación públicas de calidad. Pedían pagar menos impuestos. El partido recibió el apodo de “el más corrupto de Brasil” por el historial de la compra de votos de parlamentarios en 2005 y de las investigaciones de la Operación Lava Jato en 2013. La caída de los precios de las materias primas y el mantenimiento de las políticas de estímulo durante más tiempo de lo necesario causaron un giro en la economía. El desempleo y la inflación aumentaron. La popularidad de Rousseff y el PT se desplomaron.

Ahora, el partido tiene poco más de un mes para evitar una derrota aplastante en las elecciones municipales, que serán un termómetro posiblemente doloroso de cuánto se ha desgastado el partido con el impeachment. Pero después, ya desde la oposición, el partido tendrá la oportunidad de reorganizarse. Podrá recuperar muchas de las políticas que el poder les hizo abandonar. Ya no tendrá que ser el autor de los recortes presupuestarios ante la crisis económica. Ahora, armado con la bandera de “víctima del golpe”, el PT puede, por paradójico que parezca, renacer.

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