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Más allá de la democracia: elección por sorteo

Nadie se fía de los políticos. El historiador David van Reybrouck propone un nuevo modo de votación

La primera ministra polaca, Beata Szydlo, y el primer ministro húngaro, Viktor Orban ,a finales de agosto en Bratislava (Eslovaquia).
La primera ministra polaca, Beata Szydlo, y el primer ministro húngaro, Viktor Orban ,a finales de agosto en Bratislava (Eslovaquia).RADEK PIETRUSZKA (EFE)
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Quien lo busque a través de su página web encontrará que en la entrada "contacto" se anuncia todo lo contrario: "David van Reybrouck no está disponible para dar conferencias o clases ni conceder entrevistas hasta finales de año". Seguro que el motivo es que hasta entonces va a estar ocupado dando conferencias y clases y concediendo entrevistas. La intensidad con que la prensa internacional informa sobre él ya permite suponerlo.

Van Reybrouck, historiador de la cultura, arqueólogo y escritor flamenco, se hizo famoso con Congo. Een geschiedenis [Congo. Una historia], un incisivo análisis de un país cruento. Su nuevo libro lleva el lacónico título Contra las elecciones, y el amenazador subtítulo Por qué votar no es democrático. En una entrevista, Van Reybrouck decía que había elegido para el libro un título y una conclusión provocadores "y, entremedias, una argumentación sosegada". En efecto.

Trump, Orbán, Erdogan

Erdogan, el 30 de agosto, en Ankara.
Erdogan, el 30 de agosto, en Ankara.HANDOUT (REUTERS)

Si bien pocos están de acuerdo con sus provocaciones, la mayoría comparte su diagnóstico: la democracia está en un mal momento. Las pruebas se encuentran por todas partes. Con Donald Trump, en Estados Unidos se postula para la presidencia un político que hace propaganda de sí mismo diciendo que podría disparar a gente en la Quinta Avenida sin que se le pidiesen responsabilidades. En Gran Bretaña, el referéndum del Brexit ha precipitado el país a una crisis política a la que podría seguir otra económica. Los ganadores y los perdedores parecen igualmente incapaces de estabilizarlo.

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En Hungría, Víctor Orbán ha reescrito la Constitución a su conveniencia y afianza su poder con campañas de odio contra los refugiados. En Polonia, el Gobierno ha impuesto una línea única a los medios de comunicación estatales y ha privado de sus poderes al Tribunal Constitucional. En Turquía, Erdogan ha hecho encarcelar a miles de personas y ha "erdoganizado" el país convirtiéndolo en una dictadura.

Tras la quiebra efectiva de Grecia, la credibilidad de la Unión Europea tiende a cero.

En los países de la antigua Unión Soviética, la mayoría de los intentos de apertura democrática están estancados, y en Túnez, Egipto o Libia han fracasado. Tras la quiebra efectiva de Grecia, la credibilidad de la Unión Europea tiende a cero. España ha tenido que repetir las elecciones generales porque la primera convocatoria no dio como resultado ningún acuerdo entre los partidos rivales; el país está sin gobierno desde hace ocho meses. Parecía impensable que eso le pudiese volver a pasar a una democracia occidental después de lo que vivió Bélgica en 2010. El país natal de Van Reybrouck tardó casi un año y medio en formar gobierno. Todo un récord mundial.

La democracia como producto de exportación

Sin embargo, nunca ha habido tanta democracia como en la actualidad. "Todo el mundo parece anhelarla", dice el autor con la ironía que lo caracteriza, "pero ya nadie cree en ella". A pesar de todo, el 90% de las personas consultadas consideran que la democracia es una buena manera de gobernar un país. Ese es el resultado de una encuesta realizada entre 73.000 ciudadanas y ciudadanos de 57 países. Al final de la Segunda Guerra Mundial había solo 12 democracias electorales completas. Hoy en día hay casi 10 veces más. Países como Estados Unidos financian a Estados del Tercer Mundo que hacen esfuerzos por adoptar un sistema de gobierno similar.

Que en los países sin tradición democrática las elecciones no eviten la pobreza, la violencia, la corrupción y las tensiones interétnicas, sino que en ocasiones incluso las incrementen, ya no interesa tanto. La democracia se distribuye como un producto de exportación o, como dice Van Reybrouck con sarcasmo, como un kit de elecciones libres y limpias de Ikea para que los destinatarios lo monten sobre el terreno, "con o sin la ayuda de las instrucciones de uso adjuntas". Que las elecciones no son garantía de democracia es algo que pasan por alto quienes consideran que elecciones y democracia son sinónimos, sin interesarse por las posibles consecuencias negativas. Las elecciones de 2003 en Irak bajo protectorado estadounidense muestran a dónde puede conducir esto.

Que las elecciones no son garantía de democracia es algo que pasan por alto quienes consideran que elecciones y democracia son sinónimos, sin interesarse por las posibles consecuencias negativas.

E incluso donde las elecciones se desarrollan de manera correcta, limpia y transparente, el hastío aumenta. Proliferan los tecnócratas que nadie ha elegido; instituciones como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional toman decisiones de amplio alcance sin ningún control democrático; la conducta de la élite fortalece a los populistas; los demagogos zumban y alborotan en Internet, alimentando el odio contra las minorías y los que practican otras religiones. Al mismo tiempo, cualquier manifestación irreflexiva de un político puede desatar un aluvión de maledicencias y dar al traste con su carrera. Las redes sociales se convierten en un patíbulo virtual que escandaliza, polariza y personaliza la política para defenderse de la caída de las cuotas y la creciente competencia en la Red.

La gente está harta

Cuanto más crece la percepción de que la política es baladí, menos personas esperan algo bueno de ella. El número de afiliados a los partidos políticos desciende, la participación en las elecciones se hunde, el sentimiento de comunidad se debilita, al igual que el respeto por el trabajo parlamentario. Incluso en Suiza, la primera de la clase en democracia, cada vez se encuentra a menos ciudadanos dispuestos a presentarse como candidatos a los cargos de su comunidad. Van Reybrouck llama a esta enfermedad "síndrome de fatiga democrática", un cansancio colectivo del sistema que se extiende a todo el planeta. La sociedad civil pierde fuerza y el Estado abandona a sus ciudadanos o trabaja en su contra.

Y, sin embargo, según el autor, nadie está dispuesto a examinar críticamente el sistema electoral que ha conducido a esta situación. Van Reybrouck echa en cara a los países occidentales su "fundamentalismo democrático" echando mano del vocabulario de la misión cristiana: "Nuestro fundamentalismo electoral adopta la forma de una nueva evangelización a escala mundial". Las elecciones, afirma, son los sacramentos de una nueva fe; rituales cuya forma importa más que el contenido. Así, hemos reverenciado las elecciones , pero hemos ignorado a los elegidos. Los comicios son los combustibles fósiles de la política: durante muchos años han impulsado el fortalecimiento de la democracia, pero en la actualidad se están convirtiendo cada vez más en un problema para el que ellas mismas pretenden ser la solución.

El sufragio por sorteo

¿Y qué se puede hacer ahora? El autor belga ya no cree que la democracia vaya a mejorar por sí misma. Por el contrario, en su opinión se trata de "descolonizar la democracia". Para ello se necesita un nuevo sistema electoral, o mejor dicho, un sistema viejo como el que se empleaba en la antigua Atenas o, más adelante, en ciudades Estado como Florencia, y que en algunos países ha sobrevivido en forma de jurados populares. Es decir, el sufragio por sorteo.

“El sufragio por sorteo es propio de la naturaleza de la democracia; el sufragio por elección, de la aristocracia”.

La idea consiste en lo siguiente: todas las ciudadanas y los ciudadanos del censo electoral de un país o de una ciudad recibirían la invitación a presentarse a las elecciones. Quienes se presentasen participarían en un sorteo cuyo criterio sería que todos los grupos de población estuviesen representados proporcionalmente. Con ello se garantizaría, asegura Van Reybrouck, que los parlamentos fuesen verdaderamente representativos, en vez de estar dominados por juristas, de los cuales apenas unos pocos conocen el precio del pan. Y el autor cita a Montesquieu, el ilustrado francés creador del moderno Estado de Derecho: "El sufragio por sorteo es propio de la naturaleza de la democracia; el sufragio por elección, de la aristocracia".

Elegir una cámara y sortear otra

Por supuesto, la democracia deliberativa, como se la llama en Francia, suscita polémica. Los politólogos y los historiadores debaten sobre ella con creciente interés. También Van Reybrouck se da cuenta de que su propuesta es demasiado controvertida como para tener una posibilidad real. Por eso no pretende sustituir todas las elecciones por sorteos, sino que sugiere un "sistema birrepresentativo": una de las dos cámaras del Parlamento se elegiría, y la otra se sortearía. De esta manera, el autor atenúa la radicalidad de su propio título, al tiempo que recoge la exigencia, pero también la utopía. Y ni siquiera los lores que se sientan en la Cámara Alta del Parlamento de Reino Unido pondrían en duda que un parlamento elegido parcialmente por sorteo es más representativo que la Cámara de los Lores.

Hacia el final de su lúcido y elegante ensayo, el autor aborda los previsibles contraargumentos. El sufragio por sorteo no significaría la salvación la de democracia, sino su fin: la afirmación le suena. En su momento se esgrimió el mismo argumento contra el derecho al voto de los campesinos, los trabajadores o las mujeres. Los profanos carecen de la competencia necesaria para entender los complejísimos asuntos legislativos: el autor lo compensa diciendo que los elegidos podrían contar con la ayuda de expertos. Y, de todas maneras, remacha, "tampoco los elegidos son siempre igual de competentes".

Irlanda como ejemplo innovador

Para demostrar la eficacia de la democracia deliberativa, David van Reybrouck saca a colación los ejemplos regionales de países como Irlanda, Islandia, Canadá, Australia u Holanda, en los que las ciudadanas y los ciudadanos debaten una nueva ley e intercambian impresiones con la opinión pública a través de Internet, tras lo cual someten su propuesta a juicio del Parlamento o de la población.

Celebración en Irlanda por la aprobación del matrimonio homosexual.
Celebración en Irlanda por la aprobación del matrimonio homosexual.EFE

Lo que más sorprendió a Van Reybrouck fue la forma novedosa en que Irlanda aprobó una reforma de la Constitución que quería introducir reformas tan polémicas como el matrimonio homosexual o los derechos de las mujeres. Treinta y tres políticos y 66 ciudadanos elegidos por sorteo se reunieron un fin de semana al mes a lo largo de un año. Sus propuestas se sometieron primero al Parlamento y luego a referéndum.

¿Quién puede garantizar que los ciudadanos sin experiencia política sean capaces de resistir a la influencia de los grupos de presión?

Van Reybrouck también tiene que ser consciente de que una democracia por sorteo no resuelve todos los problemas para los que se ofrece como solución, aunque es disculpable que no lo sea. El autor no dice, afirma el experto en política Andreas Gross en el SonntagsBlick, que en las elecciones también se trata de expresar los propios intereses y preferencias de fondo. Y, ¿quién puede garantizar que los ciudadanos sin experiencia política sean capaces de resistir a la influencia de los grupos de presión? ¿Quién decidiría qué expertos les van a asesorar? ¿Habría que volver a sortear a los candidatos cada cuatro años? ¿No supondría eso grandes retrasos, porque los recién llegados tendrían que aprender todo de nuevo?

Los punkis renuevan una ciudad

Por otra parte, los renovadores de la conservadora Reikiavik no eran profesionales. Tras el hundimiento de la banca, la ciudad eligió para el gobierno municipal a un puñado de anarcosurrealistas que se habían presentado con el eslogan "Más punk, menos infierno". El cargo de alcalde lo ocupó el humorista Jón Gnarr, mientras que los concejales eran antiguos punkis. Ninguno de ellos tenía la menor experiencia de gobierno. Cuando, cuatro años más tarde, el colectivo se retiró, había equilibrado el presupuesto de la ciudad y saneado la compañía energética en quiebra.

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