_
_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Los pokemones del Quijote

Cómo Pokémon Go amenaza al status quo

Durante décadas el gamer ha sido el arquetipo del sedentarismo contemporáneo; escondido en algún sótano frente a una computador o una consola, el gamer vive sentado, con sus movimientos limitados al contacto de la mano con el mouse o el control. Pero la superficie suele ser engañosa; la gran paradoja del gamer es que escondido tras su inmovilidad yace un deseo extenuante por el movimiento; detrás de su autoexclusión yace un gran anhelo de mundo. De hecho, todo su universo está configurado por estos dos elementos: movimiento y mundo; si bien es cierto que en ambos casos estos existen en él como simulación -el movimiento no es el de su propio cuerpo, de la misma forma en que el mundo no es al que pertenece-, su mera existencia presenta una de las grandes paradojas del mundo contemporáneo; desde su inactividad el gamer existe como un potencial de acto.

¿Qué le impide al gamer concretar el acto? El miedo a un mundo donde no acaba de encajar. El gamer nació en un entorno que le es hostil y que, por tanto, le parece aburrido y ordinario. En su imaginación justifica su improductividad bajo la consigna del desterrado o el incomprendido; si el mundo fuera diferente, yo sería mejor. En ese sentido, esta creación de la era digital tiene un símil literario obvio: el Quijote. El hidalgo de la mancha se consumió en lecturas de un universo pasado o imposible, su afán se volvió obsesión; como su entorno no le proveía lo que necesitaba, el Quijote impuso su anhelo sobre su entorno; para darle sentido a la realidad nada mejor que negarla; ante la frustración de lo cotidiano no hay lirismo más cuerdo que la locura.

El gran happening de este año; la irrupción estruendosa de la realidad “aumentada” y su Pokémon Go en el mundo se inscribe plenamente en la tradición quijotesca. Un día despertamos y el mundo estaba lleno de caballeros errantes, de figuras tristes persiguiendo molinos de viento y doncellas implausibles. ¡Por fin el mundo otorgó a los caballeros silenciosos una razón para salir a él! Pokémon Go es la realización tecnológica del anhelo quijotesco: la interpolación de lo real y lo imaginariamente deseable; la construcción de un mundo de códigos y avatares que permitan al delirante vivir su fantasía: los molinos de viento siguen sin existir, pero cuando la ilusión es compartida su veracidad se vuelve irrelevante.

¿Qué es Pokémon Go sino la realización tecnológica del sueño cervantino? La construcción de un mundo a modo donde la realidad puede ser truqueada e intervenida impunemente. Un mundo capaz de ver grandes monstruos donde sólo hay piedras y majestuosos gimnasios; donde solo hay tristes bancas. De ahí que la fantasía no venga sin sus implicaciones en el área de la poética pública: ¿Qué hace un individuo en busca de un Pikachu en medio de un barrio despoblado de esperanza, de futuro, incluso de pasado? El gamer, sin quererlo o sospecharlo, se transforma en un reconstructor simbólico de la gris urbanidad postmoderna. Su misión es poética; dota de sentido a lo que nunca lo tuvo; cuando Marc Augé conceptualizó el wasteland urbano como la concurrencia perpetua de “no-lugares”, nunca sospechó que unos monstruitos digitales serían capaces de dotar de sentido a aquello que nació sin alma.

Al mismo tiempo, a través de su intervención sobre el espacio, Pokémon Go acaba por permear al individuo. La “realidad aumentada” se plantea como una solución a la gran ansiedad de la época; la aburrición y la monotonía características de la globalidad, sus sistemas de mercado y el interminable chapopote. El turismo global ha vuelto del viaje un trámite, de la aventura una cotidianidad. Hace 50 años visitar la muralla china era un hito inigualable, hoy un requerimiento mínimo para el CV del clasemediero cosmopolita. De pronto en medio del subcontinente indio uno se cree único y especial, dos minutos después se da cuenta que su sitio viene recomendado en el Lonely Planet; un grupo de australianos confirma la noticia. ¿Cómo combatir esta interminable monotonía? Los cazadores de Pokémon plantean una respuesta: donde no hay nada, existe la posibilidad del Pokémon.

Si Max Weber se refirió al fin de las religiones como el desencantamiento del mundo, el monopolio de la democracia y la economía de mercado sobre él han traído un segundo desencantamiento. La gran condena de la época es que en el momento histórico con más posibilidad recreacional, la especie se sumerge en la más profunda epidemia de aburrimiento. Pokémon Go es una respuesta limitada pero funcional que llega justo en el momento en que el frenesí tecnológico ha dejado de tener sentido. Durante siglos el progreso llegó a cuentagotas, en contraste el sistema consumista prometió una versión en esteroides del avance. Pero si el sistema crea una adicción por lo nuevo, ¿qué pasa cuando ya no hay nada más que inventar? La respuesta del Iphone ha sido sencilla: cuando la tecnología no avanza, agregale pixeles a tu cámara. La fórmula de Pokémon parece ser la contraria, si el zoom del iPhone acerca la realidad, Pokémon Go la aleja.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Ante este fenómeno los medios han optado por dos vertientes del análisis y la noticia; por un lado la constatación de lo obvio y por el otro la neofobia alarmista. Desde la óptica del periodismo de moda, estamos ante la invasión de un grupo de zombis cuya idea de mundo pone en peligro nuestra idea de sociedad. ‘Mejor que regresen a sus cuevas y antros’ parece decir la comentocracia “ilustrada”. Para confirmar esta noción; algunas formas del “periodismo” se han pasado contando el número de accidentes que la salida de los gamers ha causado. Esto, aunque completamente irrelevante -¿cuántas bajas debe la especie al periodismo?- fortalece sus prenociones del riesgo y la amenaza. La invasión de los pokémons ocurre con el estruendo clásico de lo que de tanto ruido no permite pensar; quizás por ello el mundo periodístico no ha entendido la noticia que viene envuelta en esta nueva ola de tecnología.

Al salir a la calle, los quijotes cambiaron el mundo; no únicamente en su sentido físico (su mera presencia cambió el entorno), sino en su entendimiento simbólico. ¿Qué cambió?. La idea misma que forma la base del sistema mundial desde Descartes. Los cazadores de Pokémon, nuevamente sin quererlo o sospecharlo, plantean una idea revulsiva y contestataria que ataca los cimientos de ese mundo que los mantuvo reclusos tanto tiempo; la idea de que lo real, finalmente, no importa tanto. Pokémon Go puede ser entendido como una aplicación tonta y enajenante, pero puede ser considerado también una afrenta contra el racionalismo descartiano y su monopolio intelectual sobre el mundo “moderno”.

El mensaje del Quijote es un mensaje contestatario porque nos recuerda que lo real lo es en la medida en la que lo creamos colectivamente. ¿Y si decidimos lo contrario?. De la misma forma en que Cervantes acabó con el mundo literario de la caballería con una novela de caballería, Pokémon Go parece atacar los pilares ontológicos de la globalidad y su obsesión por el racionalismo con un implemento tecnológico producto de la misma globalización. Su slogan es sugerente; que lo que no se ve, se siente o escucha en el mundo de lo “real” puede tener un valor más grande que lo que si. Al final del día, los molinos de viento no son simples muecas de la imaginación sino una oportunidad de reinventar al mundo.

Quijote y Pokemones (disculpen la comparación) son productos de los periodos de transición entre dos épocas; accidentes de ese choque intransigente entre mundo y mente. Cuando la nostalgia por un viejo mundo se contrapone a la realidad, surgen las edificaciones de la transición. Si el quijote se plantea como una nostalgia por un mundo ya pasado, Pokemon invierte la consigna; el mundo es el que se ha quedado atrás, por eso sobre él se erige una nostalgia de futuro.

Instaurada como una moda, la fiebre de Pokémon Go irá pasando en la medida en la que nuevas aplicaciones vayan reemplazando su función. Lo que se mantendrá es la necesidad ontológica que los sostiene: la búsqueda por dotar de sentido a un mundo que se ha quedado sin Dios y sin posibilidad del secreto o la aventura. La realidad “aumentada” presupone una nueva interpretación del mundo que implicará cambios ontológicos importantes. Los cazadores de Pokemon no lo saben, pero al igual que los pokemones en sus pantallas, su presencia en las calles altera la realidad y el orden de las cosas. El racionalismo descartiano que domina al mundo desde hace más de 300 años está siendo confrontado por 151 animalitos virtuales.

@emiliolezama

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_