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La nueva estrella romana

Virginia Raggi, la joven abogada que ocupa la alcaldía de Roma, resulta enigmática tanto para sus aliados como para sus detractores

Costhanzo

Aquella noche de junio que ganó las elecciones convirtiéndose en la primera alcaldesa de la historia de Roma, Virginia Raggi, una abogada de 37 años sin apenas experiencia política, subió al escenario para agradecer los vítores de los simpatizantes del Movimiento 5 Estrellas (M5S), la formación fundada por el cómico Beppe Grillo en 2009 para canalizar el malestar de los italianos con la política tradicional:

—Os quiero mucho —les dijo—. Ahora si os parece recitaré una poesía y luego los afluentes del Po.

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Los simpatizantes celebraron la broma con una sonora carcajada. Virginia Raggi se estaba riendo de sí misma. Unos días antes, un conocido programa de humor había emitido con gran éxito una imitación satírica en la que la candidata del M5S aparecía como una joven demasiado inocente, casi una colegiala aplicada que recita los afluentes del Po mientras los viejos tiburones de la política y la corrupción se disponen a devorarla. Esa noche de junio, con más del 67% de los votos y todos sus rivales en la lona, la alcaldesa Raggi hacía bien en seguir explotando una imagen que ella misma había sembrado al confesar que su interés por la política no era consecuencia de repentinas vocaciones ni viejos ideales, sino de algo mucho más prosaico: “Soy una ciudadana normalísima que en un momento de su vida tuvo un hijo. Llevándolo en el cochecito me di cuenta de las condiciones de deterioro de mi barrio, que antes no había frecuentado porque trabajaba todo el día. Así que, como se dice en Italia, pensé en hacer un mundo nuevo para mi hijo. Me inscribí en un comité ciudadano y, en 2011, fundé junto a mi marido el primer grupo del M5S en mi municipio. En 2013 resulté elegida concejal y, cuando a finales del pasado año salió de la alcaldía Ignazio Marino, la red me votó como la candidata del Movimiento 5 Estrellas a la alcaldía de Roma”.

Si eso era así de simple, Roma no solo tendría por primera vez a una mujer al frente, ni por primera vez a alguien tan joven, sino que también por primera vez una persona de “la puerta de al lado” —una expresión italiana para describir la sencillez de alguien— tendría que apañárselas para meter en cintura una ciudad caótica e infiltrada hasta el tuétano por la corrupción y los intereses creados. Y eso parecía —aún parece—una misión imposible, casi suicida. No hay que olvidar que su antecesor, el médico Ignazio Marino, del Partido Democrático (PD), no solo no lo consiguió, sino que a punto estuvo de perder su reputación y algo más cuando intentó —con más voluntad que acierto, también es verdad— enfrentarse a las mafias que desde hace años se alimentan de la ciudad. Durante su mandato, la policía descubrió una red criminal dirigida por un viejo terrorista de extrema derecha y un empresario de izquierdas que tenían en nómina a un buen número de políticos y funcionarios relacionados con el Ayuntamiento de Roma. Aquel entramado delictivo —que la policía bautizó como Mafia Capital o la quinta mafia de Italia— lograba mediante mordidas o coacciones hacerse con los contratos públicos más suculentos, en especial aquellos relacionados con las emergencias sociales, ya fuese la de acoger refugiados o la de ofrecer un techo a familias en apuros. En las interceptaciones telefónicas, uno de aquellos mafiosos sin escrúpulos llegaba a reconocer que “con los inmigrantes se gana más que con la droga”.

El alcalde Marino no solo fracasó en su intento de vencer a los malos, sino que los supuestos buenos —el Gobierno de Italia, el Vaticano…— no solo no movieron un dedo por ayudarle, sino que contribuyeron a su caída. ¿Logrará Virginia Raggi, la joven de la puerta de al lado, resistir la presión de “los poderes fuertes”, esa amalgama de intereses tan invisibles como efectivos que según la creencia general sigue gobernando Italia? La pregunta está aún sin responder, pero hay momentos en los que parece que Virginia Raggi tiene los días —o los minutos— contados, y otros —el pasado miércoles, sin ir más lejos—que logra sobreponerse y seguir adelante. Su no rotundo a la candidatura de Roma a los Juegos Olímpicos de 2024 supone una demostración de fuerza, una prueba de que, de forma acertada o no, puede resistir la presión de esos poderes fuertes.

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Su no rotundo a la candidatura de Roma a los Juegos Olímpicos supone una demostración de fuerza

Sirva un ejemplo: los obispos italianos, tan aficionados a pisar todos los charcos, bendijeron en 2012 la decisión del primer ministro Mario Monti de no optar a los JJ OO por su elevado coste, y sin embargo cuatro años después ven una herejía que Raggi haga lo mismo, a pesar de que la situación de Italia ha mejorado precisamente.

El punto débil de la alcaldesa es su incapacidad para poner a funcionar la maquinaria municipal. Tres meses después de su victoria, y después de varios nombramientos fallidos, Raggi aún no ha logrado formar su equipo de Gobierno. Y esto, aun siendo grave, no es lo peor. El caos de Roma (la suciedad omnipresente, los transportes públicos ineficientes, la burocracia asfixiante) sigue agravándose. Los ciudadanos se desesperan y el Movimiento 5 Estrellas —que veía en la alcaldía de Roma un trampolín hacia el Gobierno de Italia— ha entrado en pánico. Hace unos días, Beppe Grillo, que sigue manteniendo el control de la formación, viajó a Roma para intentar frenar la crisis abierta en el M5S y se fue murmurando: “A veces me parece que Virginia está loca”. Y esa frase, más que una crítica, refleja muy bien el estado de la situación.

El peculiar sistema de elección de los candidatos del Movimiento 5 Estrellas —a través de la web— convierte a auténticos desconocidos en candidatos de la noche a la mañana. Virginia Raggi es un enigma. Para sus oponentes políticos —que rebuscan en su corto pasado una piedra que arrojarle—, para sus propios compañeros de partido, e incluso para ella misma, una joven abogada sin experiencia política enviada a luchar de repente con fieras más peligrosas que las del Coliseo. Tal vez el secreto de su supervivencia sea mantener el misterio. Los italianos aman los misterios.

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