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ANÁLISIS

Fetulá Gülen, el imán de un culto secreto de poder

Demonizado por el AKP, el patriarca del gülenismo tejió durante décadas una red religiosa de influencias

Juan Carlos Sanz
El imán Fetulá Gülen, en la sede de su organización en Estados Unidos.
El imán Fetulá Gülen, en la sede de su organización en Estados Unidos. Mark Abramson

Primero fueron los sectores laicos del kemalismo quienes le persiguieron a finales de los años noventa —tras el golpe militar blando que apeó del cargo a Necmettin Erbakan, el primer jefe de Gobierno islamista de la Turquía moderna— y le forzaron a emprender el extrañamiento en Estados Unidos. Ahora son sus antiguos aliados islamistas del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), a los que aupó al poder en las urnas, quienes reclaman al Departamento de Estado de EE UU la entrega de Fetulá Gülen como inductor de la sangrienta intentona militar del 15 de julio.

Incluso desde su autoimpuesto exilio en Pensilvania, el fundador del tarikat (cofradía) Hizmet acumuló tanto poder mediático y cultural en Turquía que sus rivales políticos hacían bien en temer sus maniobras. Es más que evidente que entre los oficiales que dispararon contra la población en los puentes de Estambul y bombardearon el Parlamento el pasado julio había seguidores de Gülen. Como ha descrito con rigor Andrés Mourenza en EL PAÍS, en el reportaje "El código secreto del enemigo de Erdogan", su cofradía se había infiltrado con secretismo en todo el aparato del Estado después de haber captado durante décadas como adeptos a los mejores universitarios del país.Marcados por la excelencia educativa —y también por un proceso de adoctrinamiento rayano en el lavado de cerebro—, sus afiliados —que entregan religiosamente parte de su salario a las arcas del tarikat— ascendieron hasta la cúpula de la Administración, la policía, la judicatura o las Fuerzas Armadas.

Resulta, no obstante, exagerado atribuir toda la responsabilidad de la intentona al gülenismo. Entre los militares que se alzaron había mandos de perfil religioso, pero también laicos que temían ser igualmente excluidos de la carrera militar por una inminente decisión del Gobierno del AKP. La pugna por el poder entre Erdogan y Gülen se asemeja más a la que protagonizaron en España a finales de los años sesenta los sectores franquistas encabezados por Manuel Fraga frente a los ministros del Opus Dei, la organización católica con la que a menudo se equipara la cofradía por su influencia económica.

La alianza entre los dos antiguos aliados pareció romperse tras la violenta represión policial de las protestas juveniles turcas en la primavera de 2013, cuando el actual presidente inició su deriva autoritaria. Al igual que el caso Matesa en la España de 1969, las acusaciones de corrupción promovidas por los gülenistas contra Erdogan y sus ministros estuvieron a punto de acabar al final de ese mismo año con una estructura de poder erigida durante una década en Ankara.

Desde entonces las dos corrientes del islamismo turco —la mayoritaria nacionalista del AKP y la elitista religiosa de Hizmet— libran una pugna fratricida. El presidente Erdogan busca perpetuarse al frente de un Estado que ha modelado a su imagen y semejanza. El anciano clérigo islámico Fetulá Gülen ya solo espera que le sobreviva el culto secreto de poder que ha sido la obra de su vida.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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