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Columna
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Denuncia de Facebook

Deltan Dallagnol pone la Operación Lava Jato en riesgo cuando elige alistar a seguidores en vez de informar a los ciudadanos

Eliane Brum
El procurador Deltan Dellagnol.
El procurador Deltan Dellagnol.GERALDO BUBNIAK (EFE)

Al presentar la denuncia contra Luiz Inácio Lula da Silva, al fiscal de Brasil Deltan Dallagnol lo golpearon desde (casi) todos los lados, algo bastante raro en estos tiempos. Tan raro que merece algo de espanto y cierta precaución. En diferentes partes de su discurso durante la rueda de prensa del 14 de septiembre denominó a Lula “comandante máximo” de lo que definió como “sobornocracia”, “gran general” de la trama de corrupción y “director de la orquesta criminal”. Disparó metáforas y abusó de los adjetivos. Pero, cuando efectivamente hizo la denuncia, la fuerza de tarea de la Operación Lava Jato, en Curitiba, acusó a Lula de los delitos de corrupción y lavado de dinero. Lo que no es poco, pero es muy diferente de ser el jefe de una organización criminal.El episodio es pródigo de sentidos sobre el Brasil actual. Uno de ellos es la corrosión del lenguaje. El otro es la demanda por creencia. Estas dos dimensiones se articulan en la génesis del actual momento del país.

El fiscal Deltan Dallagnol no parecía estar en un tribunal de un juicio, como llegó a sugerirse en algunas críticas sobre su actuación, sino en otro escenario, el de las redes sociales. No parecía preocupado con informar a los ciudadanos, sino con buscar seguidores. Como un candidato a héroe en esta época, su trofeo son clics en el botón “me gusta”.

El representante de la Fiscalía de la República acusó sin mostrar pruebas, presentó como verdad lo que no era capaz de probar como verdad. Al despegarse de la realidad, vació las palabras, lo que debería ser denuncia se convirtió en grito. Como en lo cotidiano de las redes sociales, se repite y se repite algo para que, mediante la viralización, logre el estatus de realidad.

De inmediato, vino la reacción. El gráfico de powerpoint en el que Dallagnol intentaba mostrar cómo todo convergía en Lula se convirtió en meme. Y lo que viralizó fue una frase atribuida al fiscal: “No tenemos pruebas, pero tenemos convicción”.

Esta es la parte más interesante de esta producción de contenido viral. La frase no fue dicha. Era también una creación. Aunque sea posible interpretar el conjunto de la presentación del fiscal de esta manera, hay una enorme diferencia entre una afirmación literal, entre comillas, y la interpretación o conclusión a la que otro pueda llegar a partir de lo que se dijo. Si no se establece esta distinción, se pierde el sujeto y se pierde el discurso.

Hay un gran riesgo cuando la verdad se convierte en una cuestión de creencia
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En aquel momento la disputa se daba en una guerra de verdades fabricadas. En las redes, la viralización o multiplicación del número de veces que se comparte un contenido es la mejor estrategia para conferir veracidad a algo o incluso transformar una versión en un hecho. O, además, es una forma de crear realidad.

No estoy diciendo aquí que la realidad, la verdad y el hecho sean la misma cosa. Lo que estoy sugiriendo como hipótesis es que la convocación —o invocación— es la misma tanto en la acción —la denuncia verbal de los fiscales ante las cámaras de televisión— como en la reacción a esta en las redes. No se pide pensamiento, sino adhesión por la fe. La verdad se convierte en una cuestión de creencia, y la realidad se afirma por la cantidad de creyentes que a ella se sumen. La experiencia cognitiva se sustituye por el botón “me gusta”. En lugar de la reflexión, el espasmo.

Por un lado y por el otro, lo que aparece como más importante es la convicción, no las pruebas. Y una convicción formada a partir de la cantidad de clics. Este deseo feroz de creencia ha erosionado el país de forma insidiosa. Y solo persiste porque los hechos, para uno y otro lado, son inconvenientes. El problema es que incluso la historia reciente ya ha demostrado que tratar de evitar los hechos, por más duros que sean, da como resultado hechos aún peores.

En el caso específico de la denuncia de Lula, tanto la acción como la reacción buscaban la adhesión por la creencia. Los hechos importaban poco. Es necesario, sin embargo, hacer una distinción de responsabilidades. Deltan Dallagnol hablaba como fiscal de la República. Funcionario en el ejercicio de sus funciones constitucionales. Cuando acusa sin presentar pruebas, la gravedad es de otro orden. Por la posición que ocupa, su palabra tiene más potencial para ser decodificada como verdad. Al hablar como fiscal, no se representa a sí mismo, sino a la institución.

Esta dinámica asumida por la figura que representa a la fuerza de tarea de la Operación Lava Jato en Curitiba llama la atención hacia la “justicia” que adquiere un rostro, y que adquiere un rostro en la era de Internet. En una analogía con las redes, al hacer acusaciones gravísimas sin basarlas en pruebas, Dallagnol hace un “discurso de odio”. En este sentido, el fiscal no es muy diferente de los haters (odiadores) de internet, al llamarle a Lula “director de la orquesta criminal” sin mostrar lo que sostiene esa acusación.

“Ten el coraje de saber ser liderado”, dice el fiscal en conferencias

Se hace necesario, entonces, mirar al individuo Deltan Dallagnol, este que personifica lo que no debería personificarse. En un excelente texto publicado en el diario Valor, la periodista Maria Cristina Fernandes escribe sobre personalidades que ayudan a iluminar algunas elecciones del fiscal. Una de ellas es su admiración por un vídeo de la plataforma de TED en el que el músico Derek Sivers enseña, en tres minutos, “cómo iniciar un movimiento”.

En la pantalla hay un joven sin camiseta que baila frenéticamente en una montaña. En seguida, otra persona se une a él, convirtiéndose así en la “primera seguidora”. Luego, todos lo imitan. Un líder, según Sivers, debe tener el coraje de arriesgarse a que lo pongan en ridículo. Cuando recibe adhesión en un número razonable, la situación se invierte y el que empieza a sentirse ridículo es aquel que no se suma. Lo más importante: “Es el seguidor el que transforma al solitario en un líder”. Como autor de un vídeo con casi 6 millones de visualizaciones, Sivers sin duda sabe lo que dice.

Deltan Dallagnol incorporó este video a sus conferencias sobre las 10 medidas anticorrupción. Lo mostró en febrero de este año, al hablar en el evento The Global Leadership Summit, en la Primera Iglesia Bautista de Curitiba. El fiscal le dijo entonces al público: “Ten el coraje de saber ser liderado. De levantarte y, cuando ves una causa buena, unirte al loco solitario que está bailando”.

Y, unos minutos más tarde: “Lucha por las causas que amas como lucharías por un hijo con cáncer. Dudo que desistirías de un hijo enfermo de cáncer por más que innúmeros médicos tratasen de quitarte las esperanzas. Seguirías luchando, doblarías las rodillas, buscarías lo imposible, porque amas a aquel hijo. Así como lucharías por ese hijo, mi reto hoy para ti es que luches por tu país”.

En su prédica anticorrupción, Dallagnol invoca desde el púlpito la oportunidad de cambiar el país. Y hace la comparación: “Tal vez hayas ido a Paraguay o a Miami y, una vez allí, hayas pensado lo siguiente: no gastaría esto que estoy gastando, pero aquí es todo más barato y voy a aprovechar porque es una oportunidad”. Le pide entonces al público que haga clic en el botón “me gusta”en su página pública, “En nombre de Deltan Dallagnol”, en Facebook: “No lo sabía, porque era ignorante en Facebook. Pero cuando le das al botón ‘me gusta’ en una página pasas a ser alimentado por lo que se publica allí”. Y cierra con una pregunta: “¿Podemos contar contigo?” Pide entonces que aquellos que apoyan “los 10 pasos” levanten la mano. Registra la imagen en su teléfono móvil. “Uno, dos, tres..., sensacional”.

En la convicción de sus seguidores —y no en las pruebas— es en lo que Dallagnol parece apostar

Deltan Dallagnol es un hombre que se inviste de una misión y se presenta en Twitter como “seguidor de Jesús”. Las apariciones públicas del fiscal demuestran que pide adhesión por la fe al líder, o al “loco solitario”, que, por la adhesión, se convierte en líder. Como se vio en la presentación de la denuncia contra Lula, el 14 de septiembre, también parece seguir al pie de la letra las enseñanzas del gurú Derek Sivers de no temer el ridículo.

En este punto es donde vale la pena observar los últimos días con atención redoblada. La cobertura de la denuncia fue uno de aquellos momentos en los que una parte de la prensa cumplió con su papel, al arrojar luz sobre al menos dos puntos importantes del espectáculo que tuvo a Deltan Dallagnol por estrella: 1) la diferencia entre la acusación verbal, la de “jefe de una organización criminal”, y la denuncia formal, la de corrupción y blanqueo de dinero; 2) la escasez de pruebas para sostener la denuncia. Una parte de la prensa también cumplió con su papel al mostrar que la frase atribuida al fiscal —“No tenemos pruebas, pero tenemosconvicción”— no fue dicha por él.

¿Pero era a esta parte de la población, la que se informa por determinados periódicos, a la que Dallagnol se dirigía al hacer su frenética danza en la montaña? La presentación de la fuerza de tarea de la Operación Lava Jato fue transmitida por algunoscanales de televisión. El vídeo está en YouTube. ¿Cuántos millones vieron solo eso? ¿Qué se convierte en “verdad” en las redes? ¿Qué permanece como “hecho”? ¿Cuál es la “realidad” que efectivamente se impone?

Es razonable suponer que Deltan Dallagnol sabía lo que hacía al optar por una acusación mediática diferente de la denuncia formal. ¿Cuántos vieron y verán fragmentos en vídeo de las declaraciones en tono espectacular y cuántos leerán las 149 páginas de la denuncia formal o las críticas más densas a ella? Es en la convicción de sus seguidores —y no en las pruebas— en lo que Dallagnol parece apostar.

¿Cuál es el impacto de la acusación sin pruebas en un país que produce tantos linchamientos?

Está bastante difundida la hipótesis de que la fragilidad de la denuncia deba ser celebrada por la defensa de Lula. En el juicio, sí. ¿Pero y en el ajusticiamiento? ¿Dónde se gana la fe de las personas, la fe que se convierte en voto, ya que es también creencia —y no razón— lo que hoy en día se les pide a los votantes? El impeachment de Dilma Rousseff, claramente sin base legal, muestra bien lo que es determinante en el resultado de la disputa.

El espectáculo conducido por el director Deltan Dallagnol plantea cuestiones importantes. ¿Cuál es el impacto de esa actuación —acusar sin presentar pruebas— en un país donde todavía tienen tanta dificultad de acceso a la Justicia vastos sectores de la población? ¿Cuál es el impacto de este ejemplo, por parte de un funcionario con tanta expresión, en el imaginario de una sociedad que produce tantos linchamientos?

Estas cuestiones son de todo menos banales. Si la Operación Lava Jato tiene que ser reconocida por sus aciertos, que son varios, es imperativo que responda por sus abusos, que también son varios, porque tienen un gran impacto en una sociedad en la que los discursos de odio han proliferado. Cuando los fiscales y los jueces hacen ajusticiamientos en vez de justicia, el Estado de derecho está amenazado.

Hay varios tipos de estupidez que suelen cometer figuras lanzadas de repente al centro del escenario. Una de ellas es creerse su propia leyenda. O la potencia de su protagonismo. La vanidad suele cobrarse muchas víctimas. Y está también aquella ilusión tan seductora de creerse más espabilado que todos los demás en el juego en el que pretende intervenir. Ya que la fe ha sido tan invocada por Deltan Dallagnol, tal vez el fiscal “seguidor de Jesús” sea demasiado joven para recordar que el diablo sabe más por viejo que por diablo. Y, así, mirar con más atención hacia todos los lados antes de arriesgarse a pirotecnias. Para comenzar, hacia el lado de quien lo elogia y lo estimula al espectáculo.

Es fundamental para el país que la Operación Lava Jato continúe. La prudencia sugiere desconfiar de unanimidades donde no suele haberlas. Descalificar la Lava Jato, en este momento, sirve a muchos. A Lula, porque de hecho se ha convertido en reo y tendrá que defenderse formalmente en la Justicia. Con el agravante de que su esposa, Marisa Letícia, también se ha convertido en rea, lo que es un golpe bastante duro. Incluso si Lula no es condenado en la Justicia, ya ha sido condenado por una parte de la opinión pública. Desde este punto de vista, aunque los acontecimientos de los últimos días hayan mostrado que otras figuras estratégicas del Partido de los Trabajadores podrán ser alcanzadas por las investigaciones, son sus oponentes los que posiblemente tengan más que perder en este momento.

Hay mucha gente, de varios lados, interesada en debilitar la Operación Lava Jato

Hay muchos que tienen miedo de que la Lava Jato siga investigando y los transforme en reos. Así que vale todo, incluso indignarse contra los abusos de la operación, indignación que no ocurrió en episodios claramente abusivos como el de la “conducción coercitiva” de Lula o el de la filtración de los diálogos de Lula con la entonces presidenta Dilma Rousseff.

Cuando incluso una figura como el presidente del Senado, del Partido del Movimiento Democrático Brasileño, investigado por la Lava Jato, critica la operación diciendo que es “necesario acabar con el exhibicionismo”, hay que escuchar la sirena. Este es el momento elegido por diferentes personajes para debilitar la Lava Jato, con el objetivo de impedir que la operación prosiga en dirección a otros líderes y otros partidos y otros Gobiernos, en el pasado y en el presente, mucho más allá del Partido de los Trabajadores.

También está la hipótesis de que la Lava Jato haya estado, desde siempre, orientada hacia una investigación selectiva. Y que no interese ni a sus agentes que prosiga más allá del “gran general”. El espectáculo embarazoso de la denuncia de Lula ha reforzado esta tesis. Les cabe a los policías federales, fiscales y jueces mostrar que no están tomando partido ni dejándose llevar por una ideología a la hora de investigar. En este sentido, los próximos capítulos son decisivos para que la Lava Jato muestre a qué ha venido.

El ajedrez en torno a la Lava Jato es intrincado. Es necesario entender si, en este juego, Deltan Dallagnol es un alfil o solo un peón que se cree un alfil. Lo que se puede afirmar es que, para la mayoría de los brasileños, es crucial que la Lava Jato continúe avanzando y de hecho pase a limpio la relación entre el poder público y las empresas contratistas, mucho más allá de los Gobiernos de Lula y de Dilma Rousseff. Esta relación es más antigua que la construcción literal de Brasilia. Y define mucho del país. Para eso, es necesario que los policías, los fiscales y los jueces sean policías, fiscales y jueces, y no justicieros ni héroes de Facebook.

Así que, antes de pulsar el botón “me gusta”, es importante rescatar la experiencia del pensamiento, esta que nos ha diferenciado de los otros grandes primates. Espantarse, dudar, cuestionar, chequear y, principalmente, diferenciar lo que es un hecho de lo que es una versión antes de salir haciendo clic y gritando. Y todo esto sin miedo a afrontar las contradicciones, resistiendo, aunque duela, a la tentación de evitar las verdades más duras. Hay muchos líderes o aspirantes a líder que bailan frenéticamente en la montaña para atraer a seguidores.

No siga. Piense.

* Eliane Brum es escritora, periodista y documentalista. Autora de los libros de no ficciónColuna Prestes - o avesso da lenda, A vida que ninguém vê, O olho da rua, A menina quebrada, Meus desacontecimentos, y de la novela Uma duas.

Sitio web: desacontecimentos.com Email: elianebrum.coluna@gmail.com Twitter: brumelianebrum

Traducción de Óscar Curros

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