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OBITUARIO

Stylianós Patakós, fascista hasta el final

Era el último superviviente de la troika golpista que tomó el poder en Grecia en 1967

María Antonia Sánchez-Vallejo
Stylianós Patakós (izquierda) junto a Yorgos Papadópulos en diciembre de 1967.
Stylianós Patakós (izquierda) junto a Yorgos Papadópulos en diciembre de 1967. Getty Images

La descripción que en su día hiciera de él la actriz Melina Mercuri, una de las muchas víctimas de sus represalias, le fue como anillo al dedo hasta su último suspiro: un fascista de la cuna a la sepultura. Stylianós Patakós, el último superviviente de la troika de militares golpistas que detentó el poder en Grecia entre 1967 y 1974, murió este sábado en Atenas centenario pero no rendido. Como reiteró en numerosas ocasiones, nunca se arrepintió “de nada de lo hecho”; ítem más, en declaraciones a un medio local en 2012, al alcanzar los cien años, dijo que la única esperanza para Grecia era el partido neonazi Aurora Dorada (tercera fuerza en el Parlamento de Atenas).

Stylianós Patakós era un joven brigadier cuando en 1967, escudándose en la inestabilidad política reinante y con la oficiosa anuencia de Washington y el tibio papel del rey Constantino, dio un golpe de Estado junto con dos compañeros de armas, Yorgos Papadópulos y Nikolaos Makarezos. La intención era clara: impedir cualquier Gobierno comunista. Grecia se convertía en otro tablero de intereses de la Guerra Fría, y su población pasaba a ser rehén de la pequeñez moral y la ruindad política del triunvirato castrense. Como escribió el portugués José Cardoso Pires sobre el mandato de su compatriota António Salazar, la griega fue también una “dictadura pequeña”, absurda, sin la vitola épica con que se suelen adornar otros autócratas.

El detalle de toda la sarta de pequeñeces y despropósitos perpetrados a golpe de taconazo y tentetieso lo ofrece el escritor Jaime García Terrés, a la sazón embajador de México en Atenas, en un maravilloso libro titulado Reloj de Atenas, hoy descatalogado. La obsesión con que el régimen de los uniformados controlaba el largo de las faldas o desactivaba la amenaza de los chicos melenudos o el rock incipiente; la cotidianidad hecha de delaciones y golpes de pecho cayó como una losa sobre una sociedad a duras penas repuesta de la sangría de una guerra civil, tres lustros antes. Y frenó cualquier cualquier atisbo de desarrollo, también económico.

El celo represor de los coroneles se empleó especialmente a fondo contra los bravos. A Melina Mercuri, la protagonista de Siempre en domingo de Jules Dassin, el dictador Patakós la amenazó, como ministro del Interior que era, con retirarle la nacionalidad y confiscar sus bienes; la visceral intérprete pronunció entonces una sentencia inapelable: “Nací griega y moriré griega; Patakós nació fascista y morirá fascista”. Sometido a juicio militar por alta traición e insurrección tras el restablecimiento de la democracia, en 1974, fue condenado junto a sus dos conmilitones a la pena capital, luego conmutada por la perpetua, aunque la edad y los achaques los sacaran finalmente de la cárcel. Con la muerte de Patakós, la ominosa dictadura de los coroneles, esos siete años en los que permaneció secuestrada la voluntad popular (y el sentido común), queda definitivamente enterrada en los libros de historia.

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