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Columna
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¿A quién interesa demonizar al juez Moro?

Los ataques directos o subterráneos al juez Moro son el mejor regalo a los políticos corruptos

Juan Arias

Empieza a ser visible una cruzada contra el juez Moro, esa especie de héroe popular de la operación Lava Jato, al que se pretende hacer pasar ahora por un moralista fanático, una especie de Savonarola moderno, a quién habría que pararle los pies y hasta quemarle en la hoguera, como hizo la Iglesia con el fraile dominico en el siglo XV.

Habría que preguntarse, como hacían los latinos como Seneca y Cicerón: Cui prodest?, es decir, ¿a quién interesa desacreditar al juez que ha colocado en la cárcel, por primera vez, a quienes hasta ayer, gozaban del privilegio de la impunidad?

No es demasiado difícil entender que, en este momento, los ataques directos o subterráneos a Moro, son el mejor regalo a los políticos corruptos

¿Demasiado severo Moro con los empresarios y políticos acusados de corrupción, o más bien el juez que ha empezado a quebrar el tabú de la impunidad?

Brasil vive un momento de arenas movedizas, en los que la democracia o se fortalece o se quiebra aún más. Por ello, son desaconsejables los ataques a quienes se esfuerzan para hacer, en el ámbito de la justicia, un Brasil donde todos sean iguales ante la ley.

El juez Moro no es un santo ni un demonio. Comete errores como todos y para ello existen los tribunales superiores, que ya han criticado algunos de sus comportamientos.

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No es un juez intocable, pero tampoco un demonio que se divierta en colocar en las calderas de aceite hirviendo a los pobres corruptos que hasta ayer gozaban del pasaporte de la impunidad.

Sin duda, Moro ha desequilibrado la balanza de la justicia en un país donde en el infierno de la cárcel acababan sólo los parias de la sociedad.

He dicho infierno porque fue Eduardo Cardozo, cuando era ministro de Justicia, quién confesó que preferiría pena de muerte a acabar preso en una cárcel brasileña. Cárceles de las que, por cierto, él era el responsable directo.

La opinión pública, o lo que a veces llamamos la “calle”, no siempre lleva razón, pero cuando es unánime merece respeto.

¿Recuerdan las grandes manifestaciones populares en las que los carteles a favor de Moro relucían en las manos de la gente que decía “Yo soy Moro”?

Si hoy algún instituto de opinión hiciera un sondeo sobre el juez acusado de ser un Savonarola, se llevarían una sorpresa quienes se divierten en demonizarlo.

Salgan a la calle, entren en un autobús, en un restaurante, en una favela y pregunten qué les parece el que Moro esté juzgando y encarcelando a empresarios y políticos importantes que han sustraído con su corrupción un dinero que era de todos.

Un dinero que hubiese aliviado las amarguras de la falta de recursos en la enseñanza, la salud y la seguridad pública.

Vayan a las cárceles y pregunten a los presos comunes, sin nombre, hacinados como ganado, si consideran que Moro es demasiado severo con los políticos corruptos.

Una vez más, aparece de manifiesto el abismo que existe entre las elucubraciones de ciertos intelectuales y la gente de a pie. El que existe entre los privilegiados de siempre y la gran masa de trabajadores honrados, que pudiendo robar no lo hacen y que son capaces de devolver lo que no es suyo.

Esa masa anónima que es la que hace que Brasil siga en pie económicamente a pesar de la crisis que lo azota.

Como Valdinei Silva dos Santos, el joven que viene a cuidar de mi ordenador. Días atrás, al pagarle, le di por equivocación, una nota de cien reales en vez de una de dos. Podía haberse quedado con ella. No lo hizo. Llamó enseguida por teléfono para decir que vendría a devolver un dinero que no era suyo.

¿Una nimiedad? Quizás lo parezca frente a los millones de la corrupción que está combatiendo el juez Moro, hostilizado por los que temen rendir cuentas, y que tratan de que resbale y caiga cuanto antes, pero que sigue aplaudido por las ciudadanos honrados.

Ciudadanos que desean un Brasil más limpio, sin tantos privilegios y desigualdades. Y que constituyen, no lo duden, la aplastante mayoría de este país.

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