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Tribuna
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Hasta el ELN hace el oso (Usiacurí, Atlántico)

Señor turista, “hacer el oso” significa en Colombia “hacer el ridículo”

Ricardo Silva Romero

Dicen los viajeros expertos de Lonely Planet que Colombia es el segundo mejor país para conocer en el 2017. Es el momento de tener claro, señor turista, que “hacer el oso” significa aquí “hacer el ridículo”. Por ejemplo: el Vicepresidente de la República Vargas Lleras, que a todas luces es un hombre inteligente, hizo el oso el jueves pasado cuando llamó al pueblo a protestar contra la reforma tributaria propuesta por su propio Gobierno. Dijo que la reforma atenta contra el desarrollo de la vivienda de interés social –y en el camino al legendario municipio de Usiacurí, en Atlántico, donde se curó el poeta Julio Flórez en 1909, vaticinó el fin de su fortín político con la ansiedad de un opositor–, pero lo cierto es que si no estuviera en campaña para la presidencia no lo habría dicho en público, sino que habría conseguido corregirlo. Y seguro se corregirá.

Hizo el oso el viernes el exprocurador Ordóñez, separado de su cargo como vigilante estatal por nombrar a familiares de sus electores, cuando con la astucia de un candidato presidencial de ultraderecha respondió “nosotros estamos amparados por el manto de la Virgen” y “san Miguel Arcángel es el jefe de mi esquema de seguridad” a la noticia de que el equipo de 48 guardaespaldas y 16 vehículos que lo ha estado cuidando en los últimos años –y lo sigue protegiendo porque así lo dispuso él mismo cuando aún estaba en su cargo– les ha costado a los contribuyentes 62 mil millones de pesos. Hizo el oso ese exprocurador fanatizado que sueña con el desmonte del Estado laico, pero de paso aprovechó para acusar al Gobierno de exponerlo a un atentado: también está en campaña.

Hizo el oso con sevicia el jefe del equipo negociador del ELN, el guerrillero Pablo Beltrán, cuando les contestó “nosotros cobramos impuestos como el Gobierno” a los periodistas que le preguntaron cuántos secuestrados tienen en su poder a unos días de comenzar los diálogos de paz: en Colombia se han estado dando los vicios que se dan en las sociedades desiguales siempre a la espera de la educación –se jura por el Dios de los católicos que no se hace parte del Estado, se prefiere la justicia por mano propia a la justicia que cojea, se pierde en corrupción el triple de lo que busca recaudar la reforma tributaria: 22 billones de pesos–, pero quizás el más infame de todos ha sido este de cobrar a sangre y fuego “impuestos”, pero no darle nada al Estado porque para qué “si nos ha robado desde que los comuneros enfrentaron a los españoles en 1781…”.

Bienvenidos a Colombia, pues, en 2017: un país tan mal y tan bien habitado como cualquier país de este planeta solitario que de vez en cuando parece peor.

Está poblada por los mismos vicepresidentes maquiavélicos que quieren ser presidentes desde niños, por los mismos candidatos a la presidencia rancios y delirantes dispuestos a desenterrar las ideas políticas del Antiguo Testamento para desenterrar los votos de tantos que han perdido la fe en la democracia, por los mismos poetas tristes que descubren versos que parecen sentencias (“todo nos llega tarde…¡hasta la muerte!”, escribió Flórez), pero también tiene que soportar a estos “políticos” armados que han estado viviendo del narcotráfico, del secuestro, de la extorsión, como si la cojera del Estado les hubiera dado permiso para cincuenta años de violencia, como si el mundo hubiera seguido sucediendo en sus hipótesis: quien asume una ideología como una religión es víctima de una educación pobre, sin humor y sin matices, pero esto de acá ha sido un récord de Guinness, un oso.

Quizás para 2018 el ELN, como las FARC, haya regresado ya de aquellas teorías insensatas a esta democracia decepcionante: Lonely Planet sabrá reconocerlo.

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