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Miedo a la libertad
Columna
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Se acabó el duelo

Hay que enterrar a los dos candidatos de EE UU como una de las peores experiencias

Y Donald Trump ya ha ganado, con independencia de que mañana se quede a escasos puntos de la presidencia de Estados Unidos, mientras que Hillary Clinton, suponiendo que obtenga los 270 votos que exige el Colegio Electoral para llegar a la Casa Blanca, será una presidenta con muchos problemas. En ese sentido, me resulta inevitable recordar la primera vez que estuve en Washington y la primera que asistí a la toma de posesión de un mandatario estadounidense. Fue el 20 de enero de 1973 en la explanada de Capitol Hill, cuando Richard Nixon juraba su segundo mandato y nadie podía imaginar que el cáncer del Watergate había hecho metástasis hasta los huesos.

Ahora, no me interesa si el director del FBI, James Comey, es, en el fondo, el jefe espiritual del Ku Klux Klan, ya que lo cierto es que puso en la mente de la candidata una bala de oro y en el corazón del sistema una bomba de tiempo. Imaginemos que Clinton se convierte en presidenta; ¿qué va a hacer con Comey? ¿Lo echará o lo dejará? Y si Trump es presidente, ¿lo ascenderá a secretario de Defensa? ¿Lo nombrará fiscal general para que sea más fácil meterla en la cárcel como prometió?

En este momento, como ciudadano del mundo y como persona que ha vivido durante los últimos 30 años en Estados Unidos, he puesto fin a mi duelo. Ya no lloro más, ya no me asombro más y mi sensibilidad —la humana y la democrática— ya no sufre más con este insulto llamado Trump. El candidato republicano es lo que los ciudadanos estadounidenses han querido que sea. No ha engañado a nadie, no ha pretendido mostrarse como un hombre que comprende y respeta a las mujeres y, además, ha demostrado que en un país como Estados Unidos también existe el germen de la frustración, el ridículo y la rabia.

Si Trump es presidente, no debe olvidar que su camino, el de las emociones y los insultos, tiene un recorrido corto. No tiene un programa ni sabe qué hacer con su país

Por tanto, sea o no el próximo inquilino de la Casa Blanca, es conveniente saber que uno de los grandes protagonistas de esta campaña, el factor que terminó por decidir la elección y el elemento subconsciente que seguramente explica toda esta debacle, además de los errores de los dos candidatos, es ese gran enemigo del progreso llamado machismo. Da la impresión de que los puntos negativos de Hillary Clinton entre las mujeres han podido más que el hecho histórico de que una de ellas conquiste por primera vez la presidencia estadounidense.

Trump ha sido el candidato del sentimiento, aunque en mi opinión ha sido rastrero, pero al final ha puesto a flor de piel las pulsiones más profundas de la sociedad. Hillary Clinton ha sido la candidata del sistema, del dinero, del aparato y de la tranquilidad de los que mandan. Si llega al Despacho Oval, no debe olvidar que la mitad de su pueblo la rechazó.

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Si Trump es presidente, no debe olvidar que su camino, el de las emociones y los insultos, tiene un recorrido corto, que no tiene un programa, que no sabe qué hacer con su país y que todo lo que ha prometido es imposible de cumplir, incluido el muro con México y la amenaza de meter a su oponente en la cárcel. De todo esto, lo único que queda claro es que para el mundo ya debería ser el día siguiente y que hay que enterrar a los dos candidatos como una de las peores experiencias de nuestras vidas.

Aunque, sin duda, fue hermoso ver a una mujer que pudo haber luchado por ser la primera presidenta del imperio del Norte, a pesar de que ahora es triste ver lo que hizo. Fue hermoso observar que Estados Unidos sigue siendo la tierra donde todo es posible, incluyendo el hecho de que un especulador dantesco esté a punto de conquistar la presidencia. Ahora, como latinoamericano, sé que Washington no tiene política para mí. Como europeo, como miembro de la OTAN y como ciudadano del mundo —salvo si fuera chino— tampoco.

Ese es el resultado del día siguiente: nos hemos perdido en lo más bajo y lo único que nos queda ahora es abrazar la vida y desechar el fatalismo porque lo peor que podemos hacer es olvidar que el tiempo pone a cada uno en su sitio y a Trump donde la historia lo mande.

Mientras tanto, los europeos, los americanos y los mexicanos deben saber que, para quienes votarán mañana, ellos no existen ni importan porque Estados Unidos ha caído en la trampa que destruye a los imperios: la división interna, no pagar a sus soldados y no entender las tierras conquistadas.

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