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La esperanza está al norte de EE UU

El primer ministro de Canadá apela a las emociones como Trump, pero desde la tolerancia y el respeto

Trudeau, con su hijo pequeño, en el último Día del Orgullo gay en Vancouver.
Trudeau, con su hijo pequeño, en el último Día del Orgullo gay en Vancouver.Andrew Chin (Getty)

En un momento en el que los medios de comunicación están repletos de noticias y análisis sobre la elección de Donald Trump y lo que significa para las relaciones internacionales, la economía global y la política interna norteamericana y de otros países, puede parecer osado escribir un artículo sobre un país modesto como Canadá. Pero si las elecciones presidenciales estadounidenses y el referéndum sobre el Brexit han demostrado algo es el poder político de las emociones, incluso cuando estas carecen de políticas realistas que las apoyen. Es precisamente por esta misma razón que el ejemplo del primer ministro Justin Trudeau adquiere una importancia que va más allá de las fronteras canadienses.

A Donald Trump se le puede resumir, por muchas razones, pero sobre todo por su campaña electoral, como a un demagogo que personifica la oposición a todo lo conseguido en Estados Unidos y Europa desde 1945, y especialmente desde los años sesenta: el Estado de bienestar, los derechos de la mujer, y la apertura y tolerancia hacia las minorías raciales, religiosas y sexuales.

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En contraste, Justin Trudeau, quien llegó al poder hace justamente un año, es el polo opuesto a Trump. Hizo campaña prometiendo más impuestos para los ricos y déficits públicos para financiar nuevas inversiones en infraestructuras y servicios públicos. Proclama también que el Gobierno es un factor positivo en la vida pública. Es un feminista declarado. Aboga no ya por la tolerancia hacia los inmigrantes, sino por su aceptación plena. Rechaza el nacionalismo nativista y ofrece un discurso alternativo de inclusión. Un mes después de llegar al poder, Trudeau describió su visión de Canadá a The New York Times en los términos siguientes: “No hay una identidad intrínseca o normal de Canadá. Hay valores comunes: apertura, respeto, compasión, disposición a trabajar duro, solidaridad y la búsqueda de la igualdad y la justicia. Estos valores nos convierten en el primer Estado posnacional”. Es difícil concebir algo más alejado de la xenofobia de Trump, el británico Nigel Farage, la francesa Marine Le Pen, el holandés Geert Wilders u otros líderes de la derecha radical europea.

Trump y Trudeau comparten algo: que ambos apelan a la emoción de los votantes. En el caso de Trump, a las emociones negativas: miedo, el odio y el resentimiento. Por su parte, Trudeau apela a las emociones positivas como la esperanza y el optimismo. En su discurso de la victoria de hace un año, este último dijo: “Días de luz, amigos míos, días de luz. Esto es lo que consiguen las políticas positivas”. Algunos críticos canadienses despreciaron estas palabras como mero palabrerío facilón, pero después de las elecciones estadounidenses resulta evidente que significan mucho más que eso.

Días de luz y políticas positivas son la respuesta a la metástasis de las políticas de miedo y resentimiento que tanto se han beneficiado de la insensibilidad y hasta el cinismo de nuestras élites políticas y del dolor social impuesto por la insensata austeridad económica que se han apoderado de la vida pública en Occidente y que nos han traído a la triste situación de hoy.

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Justin Trudeau no es un radical. Es el líder de un partido clásico de centro izquierda. Quizá sea lo que estamos necesitando, pues, a pesar de su impacto mediático y social, la izquierda radical no consigue cambiar las reglas del juego. Jeremy Corbyn entusiasma a muchos jóvenes, pero es una figura divisiva que parece destinada a asegurar que los conservadores británicos se mantengan en el poder por mucho tiempo. Syriza ha sido un experimento fallido, que incluso se ha apoyado en la derecha nacionalista más dura para mantenerse en el poder. Y aunque es pronto para saber qué pueda conseguir Podemos, por el momento su mayor logro ha sido asegurar que Mariano Rajoy sea hoy presidente del Gobierno.

Justin Trudeau tiene una responsabilidad que va más allá de la de gobernar Canadá. Él podrá demostrar al mundo que una política clásica que conecte con las emociones de los ciudadanos y que apela a lo mejor de nosotros puede valer para realizar proyectos colectivos al servicio de la gente de a pie y para liderar la construcción de una sociedad próspera, justa y receptiva. Esta es la hora de Justin Trudeau. 

Adrian Shubert es catedrático de Historia Contemporánea de Europa en la York University (Canadá).

Traducción de Antonio Cazorla Sánchez.

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