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“Quiero ser presidenta de México”

Sopesó hacerse religiosa, inyectó formol a cadáveres y fue silenciada como primera dama. La autobiografía de la aspirante presidencial Margarita Zavala revela aspectos inéditos de su vida

Jan Martínez Ahrens
Margarita Zavala, de joven.
Margarita Zavala, de joven.Álbum familiar

Margarita Zavala (Ciudad de México, 1967) aspira a dirigir la República de México. Lo dice en voz alta y está dispuesta a luchar por ello. Como parte de su campaña, la esposa del expresidente panista Felipe Calderón ha presentado Margarita, mi historia (editorial Grijalbo). La autobiografía pretende mostrar a una política reflexiva pero también inédita: en el libro igual se la ve inyectando formol a los muertos por el terremoto de 1985 que sopesando si hacerse religiosa o quejándose de la mordaza que le impusieron cuando fue primera dama. Son 180 páginas pobladas de familia, fe y PAN que, al final, destapan una voluntad de hierro. Esta es su historia.

"Me parezco a mamá”

Los ancestros de Margarita Zavala Gómez del Campo forman una interminable enredadera. Hay un vicepresidente de la efímera República de Texas, cristeros irredentos, almazanistas represaliados y frondas de bisabuelos, abuelos, tíos y primos que desembocan en un familia católica, de clase media y con una figura predominante: la madre de la aspirante, Mercedes Gómez del Campo Martínez, afiliada al derechista Partido de Acción Nacional (PAN) desde 1949. Su peso, como luchadora social y amortiguador familiar, es muy superior al del padre, un abogado y profesor que aparece en el libro como un ser distante y gélido.

Margarita Zavala a los ocho años.
Margarita Zavala a los ocho años.

Ante su hija, la progenitora asume ante el papel de guía, modelo y confidente. Ambas forman una unidad casi perfecta. No sólo se parecen físicamente y visten los mismos rebozos potosinos, sino que comparten un indomable espíritu político. No en balde fue ella quien la llevó a los 17 años a la primera convención del partido. “La amo y admiro”, dice Zavala.

Católica pura

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Margarita Zavala es católica pura. Familia, infancia y creencias beben de la fe de Cristo. Ella misma define su vida religiosa como intensa, tanto que, de niña, en Semana Santa no la dejaban salir a jugar a otras casas, poner música o ver la televisión. Aunque Zavala intenta quitarle hierro a esta férula ­(“mis papás nos introdujeron a una religión muy amable, nada persecutoria ni limitativa”), el libro muestra una y otra vez la preeminencia que para ella tiene la lectura atenta de la biblia, las fiestas de guardar o los buenos sermones. En este ambiente, no resulta extraño descubrir que de muy joven se aficionó a los retiros de silencio y que incluso exploró la posibilidad de ser religiosa antes que abogada. Una veleidad que su padre resolvió con rapidez de karateca: “Tú no quieres ser monja, lo que quieres es ser madre superiora”.

Felipe, un amor hecho Estado

Margarita Zavala y Felipe Calderón forman una de las grandes parejas políticas mexicanas. Es difícil concebir al uno sin el otro. Esta simbiosis beneficia pero también perjudica a Zavala. En el libro intenta continuamente mostrar que ella tuvo una existencia política anterior e independiente. Bajo esa premisa, no le dedica mucho espacio al noviazgo y la vida conyugal.

Ambos se conocieron a edad temprana. Ella tenía 17 años y él 21. El flechazo se dio, cómo no, en una convención del PAN. “Yo era una joven relajienta, pero nada del otro mundo; me gustaba la fiesta pero no los antros. En ese sentido era una compañera inofensiva”, recuerda.

En aquella reunión política, Zavala se sentó con sus padres. Se celebraba un concurso de oratoria. Por micrófono felicitaron al ganador, un muchacho bajito que guardaba sitio justo detrás de ella. Era Felipe Calderón. “Se me quedó grabado su nombre”. Pasadas las semanas, sus pasos volvieron a cruzarse. Margarita acudió a un curso para jóvenes militantes y descubrió que Calderón era quien impartía las clases. Intercambiaron teléfonos, empezaron a salir.

El futuro presidente de México, que nunca ha destacado por su lirismo, mandó sus primeras flores a su amada con una tarjeta que decía: “Solidariamente, Felipe”. Pronto mejoró el estilo. Su siguiente envío lo redondeó con versos de Rubén Darío, y tiempo después, en Michoacán, ante un atardecer anaranjado, se sobró y susurró a su amada: “Te regalo un sol con pueblo”.

El cortejo surtió efecto. El noviazgo, sin embargo, no fue fácil. Llegaron a romper y durante un año y medio vivieron separados. ¿Motivo? “Él estaba insoportable”, dice crípticamente Zavala. “Felizmente para ambos, nos arreglamos: sólo alguien como Felipe podía entender que agarrara mis chivas y me largara con los de acción juvenil a hacer campaña. Lo mismo al revés”.

Boda de Margarita Zavala y Felipe Calderón, el 9 de enero de 1993.
Boda de Margarita Zavala y Felipe Calderón, el 9 de enero de 1993.

Restablecida la paz, dieron luz a un matrimonio que ha funcionado durante 23 años. Una asociación sentimental, familiar y política, donde ambos han hecho de sus vidas Estado. “Ha sido un tiempo muy intenso, de una convivencia peculiar y muy feliz. Nuestra relación está oxigenada por el respeto mutuo, por los encuentros y separaciones intermitentes. Cuando recapitulo, entiendo que nuestras carreras políticas han corrido en paralelo”.

Vida en Los Pinos

Margarita Zavala arrastra el estigma de haber sido la esposa del presidente. La carga, aunque ella no lo explicite, la persigue a lo largo del libro. Sus años en la residencia oficial de Los Pinos (2006-2012) le brindaron popularidad pero le dejaron clavadas algunas espinas. No tanto por la brutal lucha contra el narco desatada por su marido o las acusaciones de violaciones de derechos humanos. Se trata más bien, según se desprende de su relato, de una asfixia psicológica. Ahí están el mal trato que le dispensó el presidente Vicente Fox (2000-2006) o la mordaza que sufrió como primera dama. “El staff de Felipe me hizo la vida algo más difícil: se pronunciaron porque mi papel fuera casi testimonial, llegaron a pedirme que me abstuviera de asistir a los eventos del presidente, salvo cuando se me indicara lo contrario”.

La presión la sentía a diario. Sus intentos para evitar que la figura política de su marido la anulara chocaban con una realidad incisiva. “Decidí no dar entrevistas a ningún medio de comunicación, entre otras cosas porque el equipo de Comunicación determinó que debía quedarme muy calladita”. En esa fase silenciosa, no dejó de pensar en su futuro ni en el de sus tres hijos. Tampoco de compartir los reveses del poder con su marido. “En algunos días oscuros, Felipe me confiaba: ‘Doy órdenes que no se cumplen, directrices que no se siguen. A veces me siento como en una pesadilla en donde tienes que correr y no puedes mover las piernas”. A finales de 2012 dejaron atrás Los Pinos y se marcharon a vivir a la Universidad de Harvard. En muchos sentidos, fue una liberación para Zavala.

Zavala, en la actualidad.
Zavala, en la actualidad.Saúl Ruiz

Mucho más que un partido

El PAN lo es todo en la vida de Zavala. Sus padres, su marido, su ambición e incluso su futuro militan en la gran fuerza de la derecha. De algún modo, su autobiografía es la historia de este vínculo. Pese a ello, Zavala no idealiza a Acción Nacional. En la obra pone una y otra vez el dedo en la llaga. Critica tanto su política internacional como su “terrible misoginia”. Y establece un antes y un después de Fox en 2000: “A raíz del triunfo de Fox el partido fue desplazado, marginado, […] el padrón se llenó de beneficiarios”.

Este dolor por el PAN se mantiene a día de hoy. Zavala dice sentir nostalgia del partido que conoció en los ochenta. “He visto cómo mi partido pierde poco a poco su identidad, veo arribar a ciertos líderes que manejan gente pero no ideas y que no dan valor alguno al nivel cultural e intelectual. […] En el PAN de ahora remo a contracorriente, algunos panistas actuales carecen de valores éticos”.

Sin decirlo, Zavala apunta a su gran rival interno, el presidente de Acción Nacional, Ricardo Anaya. La única figura que se interpone en su candidatura a las elecciones de 2018. El conflicto está abierto. Pero Zavala, favorita en las encuestas, no está dispuesta a dar su brazo a torcer. Ni a negociar. “Ya me he fugado hacia delante”, zanja.

“Me liberé”

Gane o pierda, la historia de Margarita Zavala es la de una ambición. Mesurada, poco dada a estridencias, casi tímida, la panista oculta en su interior una fiera política. No hay en su biografía locuras ni oropeles, pero sí un camino en línea recta que todos saben a donde se dirige. “Festejé mis 18 años porque ya podía votar, mis 21 porque ya podía ser diputada, mis 30 porque podía ser senadora, y mis 35 porque podía ser presidente de la República”, escribe.

Para sus enemigos esa voluntad es sólo deseo de poder; para ella, vocación y servicio. Poco importa. Zavala ya ha puesto las cartas al descubierto. “Decidí jugármelo todo para ser candidata a la Presidencia de la República por el PAN […] Al lanzarme me liberé, sentí que llevaba toda la vida preparándome pare ese momento”. Desde ese trampolín, la aspirante asegura que ya nada teme. Vive en paz con sus deseos y ofrece, en sus palabras, “reflexión ética, sentido de la transcendencia y capacidad de resolución de conflictos”. Así es Zavala vista por ella misma. Alguien que ya clama en voz alta: “Quiero se presidenta de México”.

Formol, feminismo y cocina

J.M.A.

- El 19 de septiembre de 1985 la Ciudad de México se vino abajo. El terremoto se llevó consigo muchas esperanzas pero también sacó lo mejor de miles de mexicanos. En su afán por ayudar a las víctimas, Margarita Zavala se presentó voluntaria para amortajar cadáveres en el Estadio de la Seguridad Social. Ahí inyectaba formol a los cuerpos para facilitar su conservación y reconocimiento.

- ¿Se puede ser feminista y rechazar el aborto? Zavala lo defiende. En el libro defiende su lucha por la igualdad y deja sentada su postura sobre la interrupción voluntaria del embarazo: “Prefiero equivocarme a favor de la vida, pero sin criminalizar a las mujeres”.

- Zavala no cocina. Sólo una vez al año rompe esta regla. Es la cena que se sirve después de la Vigilia del Domingo de Pascua. Para su familia prepara pierna se cordero.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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