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PENSÁNDOLO BIEN...
Columna
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Que me perdone Fox

Como Trump, el expresidente mexicano tenía ocurrencias pero pocos planes de gobierno

Jorge Zepeda Patterson

Que me perdone Vicente Fox, pero hay algo en Trump que me hace recordarlo. El imponente candidato mexicano, ex vicepresidente de la Coca-Cola, que fue capaz de poner término a más de 70 años de monopolio del PRI en el poder, resultó a la postre un presidente más bien débil, mucho más preocupado por su popularidad que por las urgentes tareas de Gobierno (la más importante de ellas la fundación del entramado institucional para sustituir al viejo régimen). Tenía tan poca sustancia presidenciable que siguió en campaña fascinado por los micrófonos y las alfombras rojas internacionales, y en el proceso olvidó imprimir un cambio en el timón de la nave que debía pilotear.

¿Será Donald Trump el halcón implacable y vengador que se reveló en la campaña o el presidente insustancial más ocupado en cultivar su celebridad que en las duras tareas de un jefe ejecutivo de la oficina oval? Los primeros días de Trump como presidente electo dan pie para incurrir en ambas interpretaciones. Tras el desfile de visitantes a su despacho en su Torre de la Quinta Avenida, ya ha suavizado varias de sus amenazas. No perseguirá judicialmente a Hillary Clinton, un amigo lo convenció de que ofrecer un paquete de cigarrillos resulta más efectivo que torturar a un terrorista durante un interrogatorio, sigue hablando de deportaciones de ilegales pero en tono menos alarmista y ya no considera que el calentamiento global sea una invención difundida por China.

En el primer año de gobierno de Fox la gente solía preguntar ¿quién influye verdaderamente en el mandatario?

Pero también hay señales ominosas: sus primeras designaciones están en línea con algunas de sus peores amenazas. Ha designado para varios puestos claves del gabinete y del primer círculo a personajes ultraconservadores, dos de ellos conocidos por su militancia racista, más que dispuestos a impulsar la agenda radical esbozada en la campaña.

En el primer año de gobierno de Fox la gente solía preguntar ¿quién influye verdaderamente en el mandatario? Y la respuesta era, un poco en broma pero no del todo: “el último que habló con él”. Como Trump, Fox tenía ideas y ocurrencias, pero pocos planes de gobierno y escasa información sobre los entresijos de la administración pública. Prefirió flotar en la pasarela y alargar por un sexenio sus quince minutos de celebridad, que encerrase en las muchas horas de revisión de documentos o en las engorrosas y largas sesiones con sus equipos de trabajo. En ese sentido, el saldo final de su gobierno quedó muy por debajo de la impronta fundante que su triunfo histórico supuestamente debía provocar.

Trump parecería estar entrando en un trance similar. En los últimos se ha ufanado del desfile de personalidades que se agolpan a su puerta y de los republicanos que le traicionaron y hoy suplican por un empleo. Decidió dejar plantado al New York Times tras quejarse de ellos en un tuit, aunque horas más tarde cambió de opinión y les visitó para terminar elogiando a la institución. Luego de su entrevista en la Casa Blanca, hoy piensa que Obama no es un mal tipo y que algunos de sus programas podrían no ser del todo sacrificables; pero imposible saber que pensará la próxima semana. El anuncio de sus acciones para los primeros 100 días, dado a conocer el lunes, constituyen una mezcla de pronunciamientos altisonantes con acciones puntuales pero parciales y fragmentadas.

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Todos sabemos que existe una distancia entre las promesas de un candidato en campaña y las acciones de un presidente en funciones. Pero en el caso de Trump tal distancia resulta impredecible. Puede endurecer su posición ante los primeros signos de impopularidad por la impaciencia de la población blanca que lo eligió y espera resultados concretos en sitios como Detroit y Pittsburg; y al mismo tiempo ablandar su posición ante México cuando un colega millonario le muestre que la rentabilidad de su imperio depende de las exportaciones de gas al vecino del sur.

Pero si la comparación con Fox sirve para algo (y de nuevo una disculpa al mexicano, habida cuenta de los muchos otros rasgos que les diferencian), hay un dato para dejarnos preocupados. Justamente por su tendencia a comportarse como candidato en campaña a lo largo de su presidencia, Fox otorgó amplios márgenes de maniobra a su gabinete en el ejercicio diario del poder. Me temo que Trump comparta esa característica. Y en tal caso, el gabinete que comienza a conformarse es para provocar espanto.

@jorgezepedap

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