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Muere Peter-Hans Kolvenbach, prepósito general de los jesuitas durante 24 años

Evitó que Juan Pablo II castigara con la suspensión a la Compañía de Jesús por la teología de liberación

Peter-Hans Kolvenbach en Pamplona en 2005.
Peter-Hans Kolvenbach en Pamplona en 2005.EL PAÍS

Pese a no ser un prepósito general de grandes gestos (o quizás por eso), el holandés Peter-Hans Kolvenbach, fallecido el pasado sábado en Beirut (Líbano) a los 88 años, figura ya entre los grandes jesuitas del siglo por una razón impresionante: no era el candidato del papa Juan Pablo II para suceder al defenestrado prepósito Pedro Arrupe, pero supo espantar con sus suaves maneras la amenaza de suspensión que se cernía sobre la Compañía de Jesús de la mano del agresivo papa polaco, un protegido del Opus Dei y de su policía de la fe, el cardenal Joseph Ratzinger, más tarde Benedicto XVI. ¿Culpas? Los jesuitas no han necesitado motivos para ser odiados o ensalzados en sus muchos siglos de historia, pero en los años 80 del siglo pasado, su culpa principal era la de estar considerados como la vanguardia reformista del concilio Vaticano II y, en especial, como impulsores principales de la teología de la liberación, que ponía a los pobres y la justicia social por encima incluso de la doctrina.

Kolvenbach nunca contó las tribulaciones que hubo de sortear en el Vaticano sin renunciar al legado de sus predecesores, en especial el del vasco Pedro Arrupe. Se sabe lo suficiente por muchas otras fuentes, quizás la más conmovedora la que se detalla en la biografía que otro jesuita, Pedro Miguel Lamet, publicó en 2007 sobre Arrupe, con el subtítulo Testigo del siglo XX, profeta del XXI. Juan Pablo II nunca miraba a los ojos a Arrupe, ni siquiera cuando el prepósito general, ya muy anciano, “bajaba a la puerta de la curia para saludar al Papa y este no le devolvía el saludo”, cuenta.

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El 11 de diciembre de 1978, Arrupe, prepósito desde 1965, acudió al despacho de Juan Pablo II para jurar obediencia al nuevo Papa en representación de la orden. Sirvió para poco. Diez meses más tarde, el papa polaco le sorprendió afirmando en público que los jesuitas habían sido “motivo de preocupación” para sus predecesores, “y lo sois para el Papa que os habla”. La consecuencia fue que el Vaticano empezó en ese momento a preparar la intervención la Compañía de Jesús, lo que hizo apartando sin contemplaciones a Arrupe, colocando al frente de la congregación al anciano Paolo Dezza por encima del vicario del Prepósito General, como dicen los estatutos de la organización. Era una intervención en toda regla, preludio de una suspensión si las aguas no se calmaban a gusto de las jerarquías romanas. La idea del Papa era preparar a su gusto una sucesión del carismático general vasco. Ocurrió lo contrario: la congregación de delegados llegados de todo el mundo ignoró los deseos de Wojtyla y Ratzingter y depositaron toda su confianza en Peter-Hans Kolvenbach.

En 1965, al cierre del Vaticano II, había 36.000 jesuitas. Pese a que la crisis postconciliar mermó los efectivos de la Compañía fundada por Ignacio de Loyola, los jesuitas siguen siendo con mucho la congregación más numerosa del catolicismo romano, con cerca de 17.000 miembros. Pese a constituir una influencia de primer orden entre las comunidades religiosas, nunca habían logrado el mando en el Vaticano, quizás porque una de sus reglas les impide aceptar cargos de relumbrón, salvo excepciones muy señaladas. Los cardenales Carlo Maria Martini (italiano) y Jorge Mario Bergoglio (argentino) han sido dos de esas excepciones, hasta alcanzar el pontificado para el segundo por primera vez en 500 años. La gestión de Kolvenbach, prudente y pacificadora durante 24 años de mandato, ha tenido mucho que ver en tan prodigiosa transición.

Nacido en Druten (Gelderland, Países Bajos), de padre alemán y madre italiana, Kolvenbach tuvo su primer destino en Líbano, en 1958, donde fue ordenado sacerdote según el rito armenio. Había estudiado filología y lingüística en Beirut, París y Cleveland (Estados Unidos). Fue profesor en la Universidad San José de Beirut, de lingüística general y lengua y literatura armenias (1968-1974) y en 1974 es nombrado viceprovincial de los jesuitas de Medio Oriente. En 1981 es llamado a Roma como rector del Pontificio Instituto Oriental. Es elegido superior general el 13 de septiembre de 1983. Dimitió por motivos de edad y salud en enero de 2008. Falleció en Beirut el sábado después de un tiempo breve de hospitalización. El papa Francisco, jesuita y muy amigo del fallecido, transmitió inmediatamente el pésame “a los jesuitas y a cuantos comparten la tristeza por este luto”. La misa funeral se celebra en Beirut mañana. En la Iglesia de Gesù de Roma, fundada por Ignacio de Loyola, habrá otra ceremonia fúnebre el viernes.

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