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Molenbeek multa con 350 euros las reuniones de más de tres personas

La ordenanza municipal quiere frenar el tráfico de drogas en Ribaucourt, uno de los barrios donde operan más camellos

Álvaro Sánchez
Dos agentes vigilan una calle del barrio de Molenbeek.
Dos agentes vigilan una calle del barrio de Molenbeek. María Ruiz (EFE)

Quien se pare a hablar en la calle México de Bruselas junto a otros tres amigos se arriesga a que un policía interrumpa la conversación para multarle con 350 euros. La nueva ordenanza municipal promulgada por la alcaldesa de Molenbeek, la liberal Françoise Schepmans, prohíbe desde mediados de noviembre durante tres meses las reuniones de cuatro o más personas en un perímetro entre un bulevar y casi una decena de calles de Ribaucourt. Se trata de un barrio con un endémico problema de trapicheo de drogas integrado en Molenbeek, la localidad bruselense donde crecieron algunos de los principales implicados en los atentados terroristas de París y Bruselas.

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"Es una medida que pretende hostigar a los traficantes para que dejen el barrio e impedir el aprovisionamiento. Es una solución que pedían los vecinos y que beneficiará también a los trabajadores, funcionarios y comerciantes que cada día cruzan Ribaucourt, haciéndolo más apacible", defiende la alcaldesa. El comercio de estupefacientes es junto a la elevada tasa de desempleo —del 30%, el 40% entre los jóvenes—, la suciedad, la falta de escuelas y la radicalización de corte yihadista, una de las grandes preocupaciones de los habitantes de Molenbeek.

La reacción de la oposición ha llegado en forma de preguntas cuestionando la efectividad de la norma: "¿Por qué no más de tres personas?, ¿qué pasa cuando se venden drogas entre dos personas?, ¿qué sucederá cuando acaben los tres meses de prohibición y los traficantes vuelvan?". Para el diputado de la oposición socialista Jamal Ikazban, "el 'toque de queda' es un signo de la incapacidad del Ayuntamiento para resolver los problemas".

Las asociaciones que trabajan con toxicómanos en la zona tampoco aprueban el remedio y creen que si bien puede disuadir a los pequeños camellos, estos no dejarán su actividad y simplemente se trasladarán a una ubicación menos controlada por la policía. Como receta reclaman una sala de consumo controlado de drogas que aleje de las calles a los toxicómanos y los ponga bajo la protección de la Administración. "Aunque la situación era precaria, permitía a las organizaciones apoyar a los toxicómanos. Ahora son empujados a la marginalidad y aumenta el riesgo de que sean detenidos", lamenta Christofer Colllin, responsable de una de las entidades que actúan sobre el terreno.

Escaso cumplimiento

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Un paseo por Ribaucourt muestra sin embargo que la ordenanza está lejos de aplicarse a rajatabla: pese a que algunas de las calles aparecen desiertas al poco de caer la noche, hay momentos en que las manos chocan tan fugaz como sospechosamente antes de que cada uno siga su camino, y junto a la parada de metro algunos toxicómanos se reúnen despreocupadamente sin que se perciba rastro de la policía más allá del sonido de una sirena lejana.

Los propios guardias de paz, un cuerpo no armado que vigila el barrio y lidia con agresiones y altercados, reconocen que pese a la ordenanza no intervienen o avisan a la policía hasta que se congrega más de una decena de personas. Y es que la soledad es una rareza en Molenbeek, el distrito más masificado de Bruselas con casi 100.000 habitantes en menos de seis kilómetros cuadrados, una densidad de población que casi triplica la de la Ciudad de México y es similar a la de la superpoblada Seúl.

Solo unos minutos a pie más allá del perímetro restringido a las concentraciones por las autoridades, los habitantes de Molenbeek se mezclan con normalidad en el recién inaugurado mercado navideño, a la salida de un bar donde se emite un ignorado Valladolid-Real Sociedad de Copa del Rey o camino a la mezquita al terminar una partida de cartas en un café presidido por el retrato de Mohamed VI, rey de Marruecos, país del que proviene gran parte de los residentes en Molenbeek.

Sin soluciones desde hace décadas

El problema viene de lejos. Hace varias décadas que Ribaucourt es un lugar de venta y consumo de drogas en plena calle sin que ninguna Administración haya conseguido frenarlo. "Antes de mi llegada, durante mi mandato y todavía hoy, sabemos que es un punto habitual de tráfico de drogas. Los esfuerzos para cambiar las cosas siempre han tenido un éxito limitado", reconoce en su libro La verdad sobre Molenbeek el socialista Philippe Moureaux, alcalde del municipio durante 20 años. La pequeña delincuencia asociada al tráfico de drogas no es solo una cuestión de seguridad y salud pública; aparece también en el currículum de algunos de los principales autores de los ataques de París y Bruselas como Salah Abdeslam o Mohamed Abrini antes de su rápida radicalización.

Esta no es la primera vez que el Ayuntamiento implanta una medida similar. En 2012 prohibió las concentraciones de más de cinco personas en toda la localidad después de un asalto a una comisaría por parte de radicales que protestaban por la detención de una mujer musulmana que se negó a quitarse el niqab, prenda que como el burka, está prohibida en Bélgica desde hace cinco años.

Exista voluntad real para resolver el problema o sea solo una operación cosmética municipal para aparentar firmeza frente al tráfico de drogas, pocas veces hablar en grupo en la calle ha sido tan sospechoso como lo es hoy en Molenbeek.

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Sobre la firma

Álvaro Sánchez
Redactor de Economía. Ha sido corresponsal de EL PAÍS en Bruselas y colaborador de la Cadena SER en la capital comunitaria. Antes pasó por el diario mexicano El Mundo y medios locales como el Diario de Cádiz. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y Máster de periodismo de EL PAÍS.

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